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Cuando el Sol se oculta... [Priv. Liam]
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Cuando el Sol se oculta... [Priv. Liam]
—Venga, no pensé que os enojaríais tanto —dijo el rubio con un libro en mano, del que escapaban varios sobres y documentos sellados.
Frente a él, numerosos sujetos de andrajosas prendas sacaban a relucir sus espadas y garrotes de madera de roble. Sus rostros denotaban solamente ira, y estaban listos para saltar a la acción con solo una señal de su jefe. Éste era el único más o menos normal del grupo, con una armadura de caballero compuesta por partes de diferentes metales y diseños, se notaba a leguas que todos eran robados. La espada de plata que empuñaba, manchada casi en su totalidad de sangre ya seca y negra, brillaba levemente en las pocas fracciones que estaban limpias. Podría ser valiosa, quién sabe a qué Lord tuvo que asesinar para despojársela.
El grupo de ladrones se adelantó varios pasos, mientras que Lester se apartó hacía atrás para mantener la distancia. La salida de la cueva estaba cerca, allí tendría aire libre y más lugar para maniobrar.
Sus ojos estaban concentrados en la multitud, pero también por su espalda. Un golpe desde la retaguardia sería bastante desalentador y efectivo, pero afortunadamente nunca pasó mientras estuvo bajo la caverna. A pasos lentos se acercó al arco de piedra. Cuando sintió que estuvo lo suficientemente cerca, dio media vuelta y echó a correr lo más rápido posible. La turba, compuesta en aproximadamente veinte hombres, algunos tan grandes como gorilas, lo persiguió hasta que se detuvieron ni bien fueron impactados por los rayos de un anaranjado sol ocultándose en el horizonte, notando una figura delgada frente a ellos, opacada por el ocaso.
Lester estaba de pie haciéndoles frente, habiendo tirado el libro y su lanza bastante lejos tras de sí antes de que ellos pudieran ver dónde. Sacó su espada pausadamente ante las risas de los ladrones que se aglomeraban a su alrededor. Uno dio un paso por delante, era un coloso de piel morena de casi dos metros de alto, con una musculatura completa de pies a cabeza. No hacían falta diálogos para darse cuenta de lo que estaba por acontecer. Lester frunció el ceño analizando a su rival y dibujó una sonrisa por sus labios.
—Si quieres bailar, adelante, bailemos entonces —aseveró apuntando el arma hacia su adversario, que empezó a correr con un hacha en mano dispuesto a rebanar al rubio por la mitad.
Lester detuvo la arremetida con su espada. Los metales chocando produjeron un ruido agudo y penetrante, y con un poco más de fuerza podrían haber soltado chispas. Frenó el segundo golpe, y el tercero antes de retroceder. Luego volvió a repetir su defensa bloqueando el cuarto y quinto golpe. Antes del sexto se adelantó y con una leve corrida se acercó lo suficiente como para dejar un profundo corte entre las costillas del salvaje. Este hizo una mueca de molestia y se tomó su herida. Aprovechando el pequeño lapso, Lester volvió a adelantarse, esta vez produciendo un tajo por la pierda derecha y luego la izquierda.
El hombre, arrodillado y desangrándose, alzó su hacha por sobre su cabeza, desafiante, hacia donde el rubio estaba. De un saltó evitó el golpe mortal, para luego clavar la espada en la mano del moreno haciéndolo soltar su arma.
El sujeto gritando de cólera y dolor, más parecido a un monstruo que un humano e incapaz de defenderse con su hacha, corrió hacia Lester con la velocidad que sus piernas magulladas le permitían. Parecía un toro salvaje escupiendo espuma y sangre por la boca. El rubio espero a tenerlo lo suficientemente cerca y de una arremetida también se acercó al maleante, desviándose hacia la izquierda a último momento y sentenciando un espadazo rápido pero conciso. El grupo alrededor de la pelea estaba expectante del resultado con una mano sobre sus armas, dispuestos a matar al joven si este salía victorioso.
Cuando el polvo se desvaneció, el moreno estaba de pie con una mirada perdida en sus ojos, Lester volvió a sonreír. El cuello empezó a sangrar y a desagarrarse, casi instantáneamente, la cabeza misma cayó hacia atrás, liberando un torrente carmesí desde el cuello.
El resto del cuerpo se desplomó como un edificio.
—Sin técnica, confiado solo en la fuerza. Patético espécimen de los maleantes que tienen hoy en día en estas tierras —apuntó su vista hacia el líder de la banda, aún pálido al ver cómo uno de sus mejores hombres era asesinado por un joven de la mitad de su tamaño—. ¿Qué esperas? Quiero que tú seas el próximo.
Frente a él, numerosos sujetos de andrajosas prendas sacaban a relucir sus espadas y garrotes de madera de roble. Sus rostros denotaban solamente ira, y estaban listos para saltar a la acción con solo una señal de su jefe. Éste era el único más o menos normal del grupo, con una armadura de caballero compuesta por partes de diferentes metales y diseños, se notaba a leguas que todos eran robados. La espada de plata que empuñaba, manchada casi en su totalidad de sangre ya seca y negra, brillaba levemente en las pocas fracciones que estaban limpias. Podría ser valiosa, quién sabe a qué Lord tuvo que asesinar para despojársela.
El grupo de ladrones se adelantó varios pasos, mientras que Lester se apartó hacía atrás para mantener la distancia. La salida de la cueva estaba cerca, allí tendría aire libre y más lugar para maniobrar.
Sus ojos estaban concentrados en la multitud, pero también por su espalda. Un golpe desde la retaguardia sería bastante desalentador y efectivo, pero afortunadamente nunca pasó mientras estuvo bajo la caverna. A pasos lentos se acercó al arco de piedra. Cuando sintió que estuvo lo suficientemente cerca, dio media vuelta y echó a correr lo más rápido posible. La turba, compuesta en aproximadamente veinte hombres, algunos tan grandes como gorilas, lo persiguió hasta que se detuvieron ni bien fueron impactados por los rayos de un anaranjado sol ocultándose en el horizonte, notando una figura delgada frente a ellos, opacada por el ocaso.
Lester estaba de pie haciéndoles frente, habiendo tirado el libro y su lanza bastante lejos tras de sí antes de que ellos pudieran ver dónde. Sacó su espada pausadamente ante las risas de los ladrones que se aglomeraban a su alrededor. Uno dio un paso por delante, era un coloso de piel morena de casi dos metros de alto, con una musculatura completa de pies a cabeza. No hacían falta diálogos para darse cuenta de lo que estaba por acontecer. Lester frunció el ceño analizando a su rival y dibujó una sonrisa por sus labios.
—Si quieres bailar, adelante, bailemos entonces —aseveró apuntando el arma hacia su adversario, que empezó a correr con un hacha en mano dispuesto a rebanar al rubio por la mitad.
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Lester detuvo la arremetida con su espada. Los metales chocando produjeron un ruido agudo y penetrante, y con un poco más de fuerza podrían haber soltado chispas. Frenó el segundo golpe, y el tercero antes de retroceder. Luego volvió a repetir su defensa bloqueando el cuarto y quinto golpe. Antes del sexto se adelantó y con una leve corrida se acercó lo suficiente como para dejar un profundo corte entre las costillas del salvaje. Este hizo una mueca de molestia y se tomó su herida. Aprovechando el pequeño lapso, Lester volvió a adelantarse, esta vez produciendo un tajo por la pierda derecha y luego la izquierda.
El hombre, arrodillado y desangrándose, alzó su hacha por sobre su cabeza, desafiante, hacia donde el rubio estaba. De un saltó evitó el golpe mortal, para luego clavar la espada en la mano del moreno haciéndolo soltar su arma.
El sujeto gritando de cólera y dolor, más parecido a un monstruo que un humano e incapaz de defenderse con su hacha, corrió hacia Lester con la velocidad que sus piernas magulladas le permitían. Parecía un toro salvaje escupiendo espuma y sangre por la boca. El rubio espero a tenerlo lo suficientemente cerca y de una arremetida también se acercó al maleante, desviándose hacia la izquierda a último momento y sentenciando un espadazo rápido pero conciso. El grupo alrededor de la pelea estaba expectante del resultado con una mano sobre sus armas, dispuestos a matar al joven si este salía victorioso.
Cuando el polvo se desvaneció, el moreno estaba de pie con una mirada perdida en sus ojos, Lester volvió a sonreír. El cuello empezó a sangrar y a desagarrarse, casi instantáneamente, la cabeza misma cayó hacia atrás, liberando un torrente carmesí desde el cuello.
El resto del cuerpo se desplomó como un edificio.
—Sin técnica, confiado solo en la fuerza. Patético espécimen de los maleantes que tienen hoy en día en estas tierras —apuntó su vista hacia el líder de la banda, aún pálido al ver cómo uno de sus mejores hombres era asesinado por un joven de la mitad de su tamaño—. ¿Qué esperas? Quiero que tú seas el próximo.
Lester Venturi- Mensajes : 13
Re: Cuando el Sol se oculta... [Priv. Liam]
Era un día bastante inusual. Desde muy temprano había recibido la noticia que uno de los oficiales a cargo de la protección de los bosques externos había sido herido y, por tanto, debía regresar con urgencia al castillo, para su recuperación. Debido a que los soldados no podían quedar sin un oficial al mando, menos en una zona tan delicada como aquella, había optado por reemplazar al soldado caído en aquél puesto. Tomó su caballo y se dirigió sin ningún reparo a ese lugar. El bosque externo era un sitio de importancia y, por sobre todo, muy peligroso. No sólo porque era el paso obligado que un enemigo debía hacer antes de atacar la ciudad, tampoco era porque el calabozo se encontraba cerca de allí. Que un prisionero escapase resultaba casi imposible, irrisorio, aunque tampoco podía descartarse toda probabilidad. Siempre había una primera vez para todo. En realidad, el bosque tan extenso y frondoso, resultaba el sitio ideal para que los bandidos se refugiasen u ocultasen su presencia mientras asaltaban aldeanos o soldados solitarios y desprevenidos. Nadie podría entrar allí sin conocer el camino y sin ningún tipo de protección, o al menos, sin tener los recaudos mínimos.
Nadie tenía permitido bajar la guardia, por lo que resultaba ser un lugar realmente estresante, incluso para un soldado. Cuando llegó, notó que los ánimos eran aún peor de lo que podía esperarse. Nadie podría culparlos, su oficial al mando, su jefe y guía había sido herido. Nadie supo que pasó, probablemente habían sido unos bandidos. El ambiente era tenso y el aire era tan espero que parecía posible cortarlo con su lanza. Intentó calmar a todos, devolverles la confianza, tranquilizarlos. Su retórica y sus acciones contribuyeron a ello, incluso su mera presencia había devuelto un ápice de tranquilidad a los soldados que ahora le servían. Había tenido veintiún años para crearse una buena fama y lo había conseguido. Sabía que aquello calmaba el espíritu de todo aquél que estuviese a su alrededor o lo elevaba en caso de necesitarlo.
Pasó varias horas allí hasta que llegó alguien a reemplazarlo. Recibió un pequeño regaño, ya que no había consultado previamente a nadie antes de tomar la decisión de tomar el mando de ese fuerte. Sintió que era algo que debía hacer y simplemente se dirigió allí sin dudas ni titubeos. También recibió un agradecimiento, ya que había podido controlar la situación y había permitido que su reemplazo se preparase para tomar ese lugar de manera permanente o, por lo menos, hasta que el herido se recuperase completamente.
Se despidió de los soldados de allí. Habían pasado sólo algunas horas, pero ya había formado un lazo con ellos. Su manera de ser, tan abierta y respetuosa, siempre facilitaba la formación de una rápida relación de confianza. Se subió al caballo y decidió regresar a la parte céntrica del reino. Le ofrecieron algo de compañía y protección en su viaje de regreso, pero él lo rechazó. Debido al caballo y a su conocimiento del camino, probablemente era difícil que los bandidos pudiesen interceptarlo o alcanzarlo. Además, confiaba en que sus habilidades serían suficientes, si la situación lo ameritaba.
Cuando ya se encontraba solo y camino a su merecido descanso, escuchó un ruido muy singular. Lo reconocía, era el ruido de dos armas cortantes chocar. Era tenue, probablemente por la distancia, pero estaba seguro que una pelea se estaba llevando cerca suyo. ¿Sería algún aldeano o soldado en problemas? La maleza adelante era más espesa y tupida, el caballo no podría avanzar. Sin dudarlo siquiera se bajó de él, tampoco buscaba llamar la atención en demasía. Primero debía investigar.
Se acercó sigilosamente al lugar de los hechos y a lo lejos pudo notar a una chica rubia y a un grupo de maleantes que la miraban con expresión de pocos amigos. Ciertamente toda la expresión corporal de los hombres denotaba un instinto asesino. No había duda de cuál era la intención de aquellas personas y la chica, pese a que parecía tener la intención de enfrentarse a ellos, tenía una clara desventaja numérica, sin mencionar que físicamente había una diferencia atroz entre uno y otro. Incluso si ella resultaba tener habilidades extraordinarias- lo que probablemente explicaría al hombre que ya había caído-, alguna de las dos partes irremediablemente saldría mal parada. No conocía las circunstancias, era difícil tomar una decisión de aquella forma, por lo que simplemente se dejó llevar por las apariencias y apoyar a la parte que, en definitiva, parecía más débil.
Tomó una bocanada de aire y apretó su lanza con un poco más de fuerza. Miró fijamente y esperó el momento indicado, cuando los hombres se lanzaron hacia ella, cuando sólamente tenían concentrada su atención en esa persona, cuando pudo realizar un ataque sorpresa a la distancia. Concentró su poder mágico en su lanza, lo suficiente para poder hacer un ataque a la mayor distancia posible. Se acercó rápidamente a ellos - ya que su fuerza no alcanza más de 6 metros de distancia, tres de la lanza y otros tres más de poder mágica- y atacó. La fuerza centrífuga del viento provocó que incluso los grandes y fuertes cuerpos saliesen volando algunos metros hacia atrás o mínimamente terminasen en el suelo. El viento también llegó a donde la mujer se encontraba, había soplado con fuerza, pero no lo suficiente para hacerla trastabillar, debido a la mayor distancia. Sin embargo, si fue suficiente para mover con fuerza su ropa y cabellos, así como los objetos de menor peso que se encontraban a su lado.
Se acercó con rapidez a ella y la tomó de la muñeca, obligándola a que lo siguiera en su intento por alejarse de los bandidos.
-Vámonos de aquí-apresuró a decirle
Nadie tenía permitido bajar la guardia, por lo que resultaba ser un lugar realmente estresante, incluso para un soldado. Cuando llegó, notó que los ánimos eran aún peor de lo que podía esperarse. Nadie podría culparlos, su oficial al mando, su jefe y guía había sido herido. Nadie supo que pasó, probablemente habían sido unos bandidos. El ambiente era tenso y el aire era tan espero que parecía posible cortarlo con su lanza. Intentó calmar a todos, devolverles la confianza, tranquilizarlos. Su retórica y sus acciones contribuyeron a ello, incluso su mera presencia había devuelto un ápice de tranquilidad a los soldados que ahora le servían. Había tenido veintiún años para crearse una buena fama y lo había conseguido. Sabía que aquello calmaba el espíritu de todo aquél que estuviese a su alrededor o lo elevaba en caso de necesitarlo.
Pasó varias horas allí hasta que llegó alguien a reemplazarlo. Recibió un pequeño regaño, ya que no había consultado previamente a nadie antes de tomar la decisión de tomar el mando de ese fuerte. Sintió que era algo que debía hacer y simplemente se dirigió allí sin dudas ni titubeos. También recibió un agradecimiento, ya que había podido controlar la situación y había permitido que su reemplazo se preparase para tomar ese lugar de manera permanente o, por lo menos, hasta que el herido se recuperase completamente.
Se despidió de los soldados de allí. Habían pasado sólo algunas horas, pero ya había formado un lazo con ellos. Su manera de ser, tan abierta y respetuosa, siempre facilitaba la formación de una rápida relación de confianza. Se subió al caballo y decidió regresar a la parte céntrica del reino. Le ofrecieron algo de compañía y protección en su viaje de regreso, pero él lo rechazó. Debido al caballo y a su conocimiento del camino, probablemente era difícil que los bandidos pudiesen interceptarlo o alcanzarlo. Además, confiaba en que sus habilidades serían suficientes, si la situación lo ameritaba.
Cuando ya se encontraba solo y camino a su merecido descanso, escuchó un ruido muy singular. Lo reconocía, era el ruido de dos armas cortantes chocar. Era tenue, probablemente por la distancia, pero estaba seguro que una pelea se estaba llevando cerca suyo. ¿Sería algún aldeano o soldado en problemas? La maleza adelante era más espesa y tupida, el caballo no podría avanzar. Sin dudarlo siquiera se bajó de él, tampoco buscaba llamar la atención en demasía. Primero debía investigar.
Se acercó sigilosamente al lugar de los hechos y a lo lejos pudo notar a una chica rubia y a un grupo de maleantes que la miraban con expresión de pocos amigos. Ciertamente toda la expresión corporal de los hombres denotaba un instinto asesino. No había duda de cuál era la intención de aquellas personas y la chica, pese a que parecía tener la intención de enfrentarse a ellos, tenía una clara desventaja numérica, sin mencionar que físicamente había una diferencia atroz entre uno y otro. Incluso si ella resultaba tener habilidades extraordinarias- lo que probablemente explicaría al hombre que ya había caído-, alguna de las dos partes irremediablemente saldría mal parada. No conocía las circunstancias, era difícil tomar una decisión de aquella forma, por lo que simplemente se dejó llevar por las apariencias y apoyar a la parte que, en definitiva, parecía más débil.
Tomó una bocanada de aire y apretó su lanza con un poco más de fuerza. Miró fijamente y esperó el momento indicado, cuando los hombres se lanzaron hacia ella, cuando sólamente tenían concentrada su atención en esa persona, cuando pudo realizar un ataque sorpresa a la distancia. Concentró su poder mágico en su lanza, lo suficiente para poder hacer un ataque a la mayor distancia posible. Se acercó rápidamente a ellos - ya que su fuerza no alcanza más de 6 metros de distancia, tres de la lanza y otros tres más de poder mágica- y atacó. La fuerza centrífuga del viento provocó que incluso los grandes y fuertes cuerpos saliesen volando algunos metros hacia atrás o mínimamente terminasen en el suelo. El viento también llegó a donde la mujer se encontraba, había soplado con fuerza, pero no lo suficiente para hacerla trastabillar, debido a la mayor distancia. Sin embargo, si fue suficiente para mover con fuerza su ropa y cabellos, así como los objetos de menor peso que se encontraban a su lado.
Se acercó con rapidez a ella y la tomó de la muñeca, obligándola a que lo siguiera en su intento por alejarse de los bandidos.
-Vámonos de aquí-apresuró a decirle
Liam Aldridge- Mensajes : 6
Re: Cuando el Sol se oculta... [Priv. Liam]
El hombre repleto de armaduras luchaba bien. Quizás demasiado para solamente ser un salvaje sin nada más que su fuerza bruta, ¿un ex caballero, quizá? No por nada era el jefe anunciado de aquella banda, además de que también parecía escupir fragmentos poco claros de un idioma mínimamente comprensible.
—Maghico… ¡Maghico! —se expresaba con cierta molestia y con dificultad, aunque creía saber lo que quería decirle.
—¿Acaso te han cortado la lengua? —espetó el rubio con un tono burlesco e irónico, aunque ciertamente tenía curiosidad sobre lo que le impedía al sujeto dedicarle insultos como éste quería.
Su adversario no respondió, más pareció enojarse en sobremanera ante aquel enunciado y lo demostró blandiendo la espada de plata por sobre sí y dando un vigoroso golpe que Lester apenas pudo detener. Volvió a hacerlo una y otra vez. No habría sido tan difícil para el rubio contraatacar si el bandido no hubiera sido, de hecho, un habilidoso del arma y rápido con la misma.
El cansancio se notaba en ambos. Con cada segundo, todo se reducía a un monótono episodio de ataque y defensa que no marcaba a un vencedor claro. Lester había golpeado varias veces, solo para encontrarse con la hoja de su rival, lo mismo para éste, que cualquier golpe que diera solo era esquivado y repelido. ¡Finalmente una lucha digna de ser disfrutada!
La jovialidad en el rostro del joven era notoria mientras que con cada estocada parecía romper un poco más las defensas del hombre. Eran cada vez más las veces que la negra espada hacía contacto con la armadura, crujiendo. En una oportunidad, Lester se adelantó y clavó su arma por debajo de la cota de malla en el hombro del sujeto haciéndolo soltar el mandoble de plata de sus manos. Ver la sangre escurrir por entre el metal, deslizándose por la espada lo había entusiasmado demasiado. Con malicia y sadismo, empezó a mover de un lado a otro el filo aun penetrando la carne del hombre. Con cada movimiento más sangre brotaba, y más alaridos y maldiciones poco claras salían de la boca del desgraciado. Casi podía sentir la carne triturándose.
El bárbaro se tiró para atrás desesperado, tratando de tapar la hemorragia y cubrir la herida con su mano. Por más que lo intentaba, su brazo magullado apenas podía moverse sin temblar violentamente. Sus músculos, sus nervios, todo había sido destruido con aquella terrorífica técnica.
—¡Que alegría la mía por poder encontrar a alguien tan habilidoso como este desgraciado! —vociferó a todos los cercanos antes de dirigirse al líder de la banda, aun sujetando su brazo— ¿Tienes algo que decir, o te comió la lengua el ratón?
—Maghico. ¡Maghico, maghico! ¡Adak!
Esa era la palabra que estaba esperando con tantas ansias. Ni bien sintió a la tierra vibrar a su alrededor por los pasos de todos los bandidos yendo a asesinarlo, sacó uno de sus guantes y tomó su espada por el lado cortante. El filo negro iba recto con una serie de pequeñas cicatrices blancas por toda la palma.
Pero antes de poder cortarse a sí mismo, una ráfaga inesperada se sintió por todo el lugar. No hacía falta ser demasiado listo para darse cuenta que aquel viento no era natural y no estaba relacionado al clima. No se sentía como tal. Era repentina y fuerte. Cerró los ojos cubriéndose con su mano desnuda la vista de todo el polvo levantado. Con pequeñas ojeadas se percató que algunos de los maleantes salían volando ante la ventisca, y otros, los más grandes, eran tumbados.
—¿Qué pasa…? —se preguntó sabiendo que incluso con todos a su alrededor siendo afectados, él se mantenía firme y en pie, sin sentir demasiado los efectos de la corriente de aire.
Casi instantáneamente una mano tomó su muñeca, empujándolo hacia el origen de todo aquel embrollo. A pesar de apenas poder ver, notó una figura masculina más alta que él, con una expresión alarmada y azarosa. No podía hacer mucho por resistirse, ni podía pensar claramente en todo lo que ocurría de golpe, por lo que se dejó llevar ante el tirón y lo siguió hasta que consideró que las cosas estaban más calmadas y los bandidos habían quedado por mucho atrás.
Por el momento ya no le serían una molestia. Aun así, habían algunas interrogantes que debían ser respondidas.
—Espera… ¿quién eres? ¿Y cuáles son tus intenciones? —dijo seriamente, con un poco de incredulidad en su tono sin sonar agresivo.
—Maghico… ¡Maghico! —se expresaba con cierta molestia y con dificultad, aunque creía saber lo que quería decirle.
—¿Acaso te han cortado la lengua? —espetó el rubio con un tono burlesco e irónico, aunque ciertamente tenía curiosidad sobre lo que le impedía al sujeto dedicarle insultos como éste quería.
Su adversario no respondió, más pareció enojarse en sobremanera ante aquel enunciado y lo demostró blandiendo la espada de plata por sobre sí y dando un vigoroso golpe que Lester apenas pudo detener. Volvió a hacerlo una y otra vez. No habría sido tan difícil para el rubio contraatacar si el bandido no hubiera sido, de hecho, un habilidoso del arma y rápido con la misma.
El cansancio se notaba en ambos. Con cada segundo, todo se reducía a un monótono episodio de ataque y defensa que no marcaba a un vencedor claro. Lester había golpeado varias veces, solo para encontrarse con la hoja de su rival, lo mismo para éste, que cualquier golpe que diera solo era esquivado y repelido. ¡Finalmente una lucha digna de ser disfrutada!
La jovialidad en el rostro del joven era notoria mientras que con cada estocada parecía romper un poco más las defensas del hombre. Eran cada vez más las veces que la negra espada hacía contacto con la armadura, crujiendo. En una oportunidad, Lester se adelantó y clavó su arma por debajo de la cota de malla en el hombro del sujeto haciéndolo soltar el mandoble de plata de sus manos. Ver la sangre escurrir por entre el metal, deslizándose por la espada lo había entusiasmado demasiado. Con malicia y sadismo, empezó a mover de un lado a otro el filo aun penetrando la carne del hombre. Con cada movimiento más sangre brotaba, y más alaridos y maldiciones poco claras salían de la boca del desgraciado. Casi podía sentir la carne triturándose.
El bárbaro se tiró para atrás desesperado, tratando de tapar la hemorragia y cubrir la herida con su mano. Por más que lo intentaba, su brazo magullado apenas podía moverse sin temblar violentamente. Sus músculos, sus nervios, todo había sido destruido con aquella terrorífica técnica.
—¡Que alegría la mía por poder encontrar a alguien tan habilidoso como este desgraciado! —vociferó a todos los cercanos antes de dirigirse al líder de la banda, aun sujetando su brazo— ¿Tienes algo que decir, o te comió la lengua el ratón?
—Maghico. ¡Maghico, maghico! ¡Adak!
Esa era la palabra que estaba esperando con tantas ansias. Ni bien sintió a la tierra vibrar a su alrededor por los pasos de todos los bandidos yendo a asesinarlo, sacó uno de sus guantes y tomó su espada por el lado cortante. El filo negro iba recto con una serie de pequeñas cicatrices blancas por toda la palma.
Pero antes de poder cortarse a sí mismo, una ráfaga inesperada se sintió por todo el lugar. No hacía falta ser demasiado listo para darse cuenta que aquel viento no era natural y no estaba relacionado al clima. No se sentía como tal. Era repentina y fuerte. Cerró los ojos cubriéndose con su mano desnuda la vista de todo el polvo levantado. Con pequeñas ojeadas se percató que algunos de los maleantes salían volando ante la ventisca, y otros, los más grandes, eran tumbados.
—¿Qué pasa…? —se preguntó sabiendo que incluso con todos a su alrededor siendo afectados, él se mantenía firme y en pie, sin sentir demasiado los efectos de la corriente de aire.
Casi instantáneamente una mano tomó su muñeca, empujándolo hacia el origen de todo aquel embrollo. A pesar de apenas poder ver, notó una figura masculina más alta que él, con una expresión alarmada y azarosa. No podía hacer mucho por resistirse, ni podía pensar claramente en todo lo que ocurría de golpe, por lo que se dejó llevar ante el tirón y lo siguió hasta que consideró que las cosas estaban más calmadas y los bandidos habían quedado por mucho atrás.
Por el momento ya no le serían una molestia. Aun así, habían algunas interrogantes que debían ser respondidas.
—Espera… ¿quién eres? ¿Y cuáles son tus intenciones? —dijo seriamente, con un poco de incredulidad en su tono sin sonar agresivo.
Lester Venturi- Mensajes : 13
Re: Cuando el Sol se oculta... [Priv. Liam]
Corrió rápido para alejarse de los bandidos, pero sin exagerar. Sabía que los hombres no se recuperarían tan fácilmente de su ataque sorpresa, por lo que les llevaban varios minutos de ventajas. Además, pese a lo pesado que pudiera resultar su cuerpo, los fuertes músculos de su pierna le proporcionaban una velocidad que difícilmente pudiera ser equiparada por alguien que no entrenaba tan arduamente como él o no estaba preparado para la batalla. No conocía la condición ajena y de arrastrarla demasiado brusco y rápido sólo conseguiría hacerla trastabillar, probablemente y tal vez lastimarla. Buscaba evitar cualquier daño, sin contar que perderían el valioso tiempo que su ataque les había proporcionado. Se detuvo luego de un largo recorrido, donde los árboles y los arbustos cubrían su presencia y donde se hacía difícil que los encontrasen sin agudizar primero su vista. Por supuesto no estaban de todo a salvo, ni lo estarían hasta llegar a la ciudad, la fortaleza o hasta enfrentarse a ellos definitivamente. Al menos era una oportunidad, un poco de tiempo para conocer, para entender y poder analizar la situación correctamente. Para elegir el camino más adecuado y tomar la decisión correcta.
Al detenerse soltó la mano de la joven. No quería asustarla, aunque ella parecía llevar bastante bien la situación, parecía realmente calma y no había mostrado un ápice de miedo al enfrentarse a ese grupo de bandidos. Sin embargo, sabía que todo había sido muy repentino para ella, para todos en realidad. Era difícil predecir como reaccionaría. La miró fijamente durante unos segundos, esperando algún tipo de reacción, pero al final decidió ser el primero en entablar conversación, en explicarle y pedirle explicación.
Abrió la boca, pero antes de que el sonido saliese de ella, la joven habló cuestionándole su presencia y sus intenciones. Cerró nuevamente sus labios y sonrió. Era normal que desconfiara de su presencia, eran desconocidos, la primera vez que se veían. Sin embargo, pese a todo, ella parecía tranquila. Por supuesto “parecía” era la palabra indicada. Podía sentir un aura agresiva a su alrededor, aunque no mostrara ninguna postura de ataque, sabía que estaba atenta a sus movimientos.
- ¿Mis intenciones? ¿No es obvio? Estoy intentando ayudar a una joven en apuros. Esos tipos se veían muy rudos y no parecían tener buenas intenciones. Lamentablemente hay muchos de ellos en la zona – suspiró con algo de resignación y luego volvió a su sonrisa habitual – Me llamo Liam Aldridge, soy un soldado de Calad´Meeth.
Se presentó con total naturalidad, pero rápidamente recordó la situación. No debía bajar la guardia. Miró hacia su alrededor para asegurarse de que los bandidos no estuviesen cerca, también para orientarse con exactitud en donde se encontraban. Aunque no había nacido en la ciudad, conocía el bosque desde hacía más de dos décadas, por lo que recordaba bastante bien toda su extensión.
- Probablemente vendrán por nosotros. No parecían del tipo de personas que dejan las cosas como están. Si retomamos el camino podríamos ir por mi caballo, pero quedaríamos al descubierto y nos encontrarían fácilmente. No es una buena opción. – Volver a la fortaleza o intentar ir a la ciudad en pie tampoco parecían ser la solución, esos hombres los encontrarían antes de que llegasen a cualquiera de los dos puntos. Mientras todas esas ideas pasaban por su mente recordó que básicamente no sabía nada de la joven que estaba frente suyo, peor aún estaba obviando su situación.- Esos hombres parecían bastante enojados contigo. Sé que los bandidos no necesitan excusas para molestar a alguien, pero ¿Hay alguna razón en particular por la que ellos te estén siguiendo?
Al detenerse soltó la mano de la joven. No quería asustarla, aunque ella parecía llevar bastante bien la situación, parecía realmente calma y no había mostrado un ápice de miedo al enfrentarse a ese grupo de bandidos. Sin embargo, sabía que todo había sido muy repentino para ella, para todos en realidad. Era difícil predecir como reaccionaría. La miró fijamente durante unos segundos, esperando algún tipo de reacción, pero al final decidió ser el primero en entablar conversación, en explicarle y pedirle explicación.
Abrió la boca, pero antes de que el sonido saliese de ella, la joven habló cuestionándole su presencia y sus intenciones. Cerró nuevamente sus labios y sonrió. Era normal que desconfiara de su presencia, eran desconocidos, la primera vez que se veían. Sin embargo, pese a todo, ella parecía tranquila. Por supuesto “parecía” era la palabra indicada. Podía sentir un aura agresiva a su alrededor, aunque no mostrara ninguna postura de ataque, sabía que estaba atenta a sus movimientos.
- ¿Mis intenciones? ¿No es obvio? Estoy intentando ayudar a una joven en apuros. Esos tipos se veían muy rudos y no parecían tener buenas intenciones. Lamentablemente hay muchos de ellos en la zona – suspiró con algo de resignación y luego volvió a su sonrisa habitual – Me llamo Liam Aldridge, soy un soldado de Calad´Meeth.
Se presentó con total naturalidad, pero rápidamente recordó la situación. No debía bajar la guardia. Miró hacia su alrededor para asegurarse de que los bandidos no estuviesen cerca, también para orientarse con exactitud en donde se encontraban. Aunque no había nacido en la ciudad, conocía el bosque desde hacía más de dos décadas, por lo que recordaba bastante bien toda su extensión.
- Probablemente vendrán por nosotros. No parecían del tipo de personas que dejan las cosas como están. Si retomamos el camino podríamos ir por mi caballo, pero quedaríamos al descubierto y nos encontrarían fácilmente. No es una buena opción. – Volver a la fortaleza o intentar ir a la ciudad en pie tampoco parecían ser la solución, esos hombres los encontrarían antes de que llegasen a cualquiera de los dos puntos. Mientras todas esas ideas pasaban por su mente recordó que básicamente no sabía nada de la joven que estaba frente suyo, peor aún estaba obviando su situación.- Esos hombres parecían bastante enojados contigo. Sé que los bandidos no necesitan excusas para molestar a alguien, pero ¿Hay alguna razón en particular por la que ellos te estén siguiendo?
Liam Aldridge- Mensajes : 6
Re: Cuando el Sol se oculta... [Priv. Liam]
Dejando atrás árboles y arbustos a una velocidad digna de un corcel, iba dando zancadas con el extraño dispuesto a conocer el porqué de su intromisión tan molesta. Incluso con su físico bastante marcado producto, probablemente, de años de entrenamiento se notaba que de a ratos disminuía su velocidad para darle un respiro al rubio. Éste en cambio no aceptaba tales consideraciones y se adelantaba lo más posible hasta casi correr al lado del muchacho para ver su rostro más detenidamente. No era alguien a quien conozca, y siendo preciso, ninguno que tenga noción de Lester se atrevería a meterse en alguna lucha que él tuviera.
Se detuvieron tras algunas plantas, refugiados entre el verdor a su alrededor. Un pequeño lago se podía escuchar algunos metros más allá, escondido entre robles y malezas.
Jadeando ligeramente sintió la mirada del ajeno clavarse en él, un poco incómodo apartó la vista para no tener contacto visual directo. Cuando creyó que el silencio fue demasiado cuestionó lo que hacía minutos le daba vueltas por la cabeza. La respuesta no fue algo que no esperara.
Estaba frente a un “caballero blanco”, “príncipe azul”, “héroe” o como demonios les llamen en los cuentos de niños. Tampoco le sorprendió el hecho de que lo tome por mujer, lo cual apuntaba más a ser una ventaja que otra cosa.
—¿Intenciones obvias…? En este mundo carcomido por el odio y el resentimiento, algo tan básico como ayudar a los otros es milagroso de ver. No quiero sonar ofensiva, pero luego de experimentar tantos años el desprecio y la traición de aquellos a los que amaba, la generosidad solo se volvió una palabra con un significado sin uso —bajó la vista, apenado y amargado, suspiró y tras un pequeño silencio siguió—. Mi nombre es Alisa Bermont, trotamundos desde que el lord del castillo donde era esclava murió y quedé a la deriva. Ahora dime, Liam Aldridge, ¿puedo realmente confiar en ti? ¿puedo creer ciegamente en tus buenas intenciones?
Se prestó a escuchar los comentarios del joven sobre la estrategia a seguir, pero no era para nada lo que el rubio deseaba. Escapar estando tan cerca de lograr su cometido era humillante y patético. Y no por nada cuando mencionó la palabra “caballo” ya un “NO” se había manifestado en su cabeza.
—Bueno, me siguen precisamente porque interviniste y me rescataste —soltó una risilla gentil y suave—. Pero… es una historia compleja. ¿Alguna vez has sentido la necesidad de buscar compañía incluso en los momentos más solitarios de tu vida? Aquellos en los que te engañas a ti mismo diciendo que eres la persona más fuerte del mundo, y que no necesitas a nadie más que a tu propia espada y tu sombra. Te he mencionado que antes era una esclava en un castillo, y en aquellos tiempos, una de las criadas fue casi como mi madre, ayudándome y enseñándome a sobrevivir en esta tierra hostil. No planeo aburrirte con la historia de mi vida —reorganizó las ideas en su mente, tragando saliva de paso para humedecer su garganta—. Pero esa dama fue asesinada por esos salvajes, y cuando a mis oídos llegaron los rumores de que abusaron de ella y la maltrataron hasta perecer, no pude más que arder en cólera y buscar a los autores de tales ultrajes. También supe que tienen cautivas a varias mujeres de pueblos cercanos, usándolas a su antojo como objetos. Digno de bestias más animales que humanas… para situaciones como esta es que estuve años entrenándome física y mentalmente, armándome de valor cuando más lo necesitaba y luchando contra enemigos que harían estremecer a los hombres más intrépidos.
El crujir de una rama unos metros más allá lo hizo callar. Uno de los bandidos, escuálido y más pequeño que los demás, caminaba lentamente con una pequeña lanza de madera en mano. Estaba buscándolos. Giró su cabeza varias veces y olió el ambiente. Sin sentir nada, avanzó hasta ser solo una figura levemente humana en la lejanía. Lester no perdió la oportunidad y se puso de pie.
Aun así, antes de seguir le dedicó una mirada a Liam y habló.
—Sé que buscas lo mejor, y por eso me salvaste en primer lugar. Pero huir no es algo que esté entre mis planes. No aceptaré que esas personas inocentes sufran mientras yo no haga nada por ellas. Eres un soldado, ¿verdad? Vuelve con tu tropa, guía a tus hombres y has que cumplan sus servicios para volver a casa felices con sus familias. No me gustaría que te metas en un conflicto en el que podrías salir lastimado por mi culpa —desenvainó la espada de su cintura con ojos centrados en una sola cosa: matar—. Este mundo es un lugar salvaje, horrible y detestable para aquellos a los que nos tocó vivir su peor rostro. Yo, los bandidos, esas mujeres cautivas. Pero lo único que podemos hacer es luchar entre nosotros, como los animales que aprendimos a ser. Vuelve a tu mundo burocrático y político, Liam, vuelve a la seguridad del ejército y sus murallas de piedra. Ha sido un placer conocerte y quizás, algún día, nos volvamos a encontrar si no perezco entre lanzas y garrotes.
Dio algunos pasos saliendo de su escondite, sin mirar atrás. Pero en su rostro se reflejaba solo una pícara sonrisa que ocultaba de Liam. Una sonrisa que ya había hecho muchas veces antes. «Adelante, príncipe azul, di que me ayudarás y que no quieres que esté sola. Ten lástima por esta patética muchacha indefensa que solo pide justicia».
Se detuvieron tras algunas plantas, refugiados entre el verdor a su alrededor. Un pequeño lago se podía escuchar algunos metros más allá, escondido entre robles y malezas.
Jadeando ligeramente sintió la mirada del ajeno clavarse en él, un poco incómodo apartó la vista para no tener contacto visual directo. Cuando creyó que el silencio fue demasiado cuestionó lo que hacía minutos le daba vueltas por la cabeza. La respuesta no fue algo que no esperara.
Estaba frente a un “caballero blanco”, “príncipe azul”, “héroe” o como demonios les llamen en los cuentos de niños. Tampoco le sorprendió el hecho de que lo tome por mujer, lo cual apuntaba más a ser una ventaja que otra cosa.
—¿Intenciones obvias…? En este mundo carcomido por el odio y el resentimiento, algo tan básico como ayudar a los otros es milagroso de ver. No quiero sonar ofensiva, pero luego de experimentar tantos años el desprecio y la traición de aquellos a los que amaba, la generosidad solo se volvió una palabra con un significado sin uso —bajó la vista, apenado y amargado, suspiró y tras un pequeño silencio siguió—. Mi nombre es Alisa Bermont, trotamundos desde que el lord del castillo donde era esclava murió y quedé a la deriva. Ahora dime, Liam Aldridge, ¿puedo realmente confiar en ti? ¿puedo creer ciegamente en tus buenas intenciones?
Se prestó a escuchar los comentarios del joven sobre la estrategia a seguir, pero no era para nada lo que el rubio deseaba. Escapar estando tan cerca de lograr su cometido era humillante y patético. Y no por nada cuando mencionó la palabra “caballo” ya un “NO” se había manifestado en su cabeza.
—Bueno, me siguen precisamente porque interviniste y me rescataste —soltó una risilla gentil y suave—. Pero… es una historia compleja. ¿Alguna vez has sentido la necesidad de buscar compañía incluso en los momentos más solitarios de tu vida? Aquellos en los que te engañas a ti mismo diciendo que eres la persona más fuerte del mundo, y que no necesitas a nadie más que a tu propia espada y tu sombra. Te he mencionado que antes era una esclava en un castillo, y en aquellos tiempos, una de las criadas fue casi como mi madre, ayudándome y enseñándome a sobrevivir en esta tierra hostil. No planeo aburrirte con la historia de mi vida —reorganizó las ideas en su mente, tragando saliva de paso para humedecer su garganta—. Pero esa dama fue asesinada por esos salvajes, y cuando a mis oídos llegaron los rumores de que abusaron de ella y la maltrataron hasta perecer, no pude más que arder en cólera y buscar a los autores de tales ultrajes. También supe que tienen cautivas a varias mujeres de pueblos cercanos, usándolas a su antojo como objetos. Digno de bestias más animales que humanas… para situaciones como esta es que estuve años entrenándome física y mentalmente, armándome de valor cuando más lo necesitaba y luchando contra enemigos que harían estremecer a los hombres más intrépidos.
El crujir de una rama unos metros más allá lo hizo callar. Uno de los bandidos, escuálido y más pequeño que los demás, caminaba lentamente con una pequeña lanza de madera en mano. Estaba buscándolos. Giró su cabeza varias veces y olió el ambiente. Sin sentir nada, avanzó hasta ser solo una figura levemente humana en la lejanía. Lester no perdió la oportunidad y se puso de pie.
Aun así, antes de seguir le dedicó una mirada a Liam y habló.
—Sé que buscas lo mejor, y por eso me salvaste en primer lugar. Pero huir no es algo que esté entre mis planes. No aceptaré que esas personas inocentes sufran mientras yo no haga nada por ellas. Eres un soldado, ¿verdad? Vuelve con tu tropa, guía a tus hombres y has que cumplan sus servicios para volver a casa felices con sus familias. No me gustaría que te metas en un conflicto en el que podrías salir lastimado por mi culpa —desenvainó la espada de su cintura con ojos centrados en una sola cosa: matar—. Este mundo es un lugar salvaje, horrible y detestable para aquellos a los que nos tocó vivir su peor rostro. Yo, los bandidos, esas mujeres cautivas. Pero lo único que podemos hacer es luchar entre nosotros, como los animales que aprendimos a ser. Vuelve a tu mundo burocrático y político, Liam, vuelve a la seguridad del ejército y sus murallas de piedra. Ha sido un placer conocerte y quizás, algún día, nos volvamos a encontrar si no perezco entre lanzas y garrotes.
Dio algunos pasos saliendo de su escondite, sin mirar atrás. Pero en su rostro se reflejaba solo una pícara sonrisa que ocultaba de Liam. Una sonrisa que ya había hecho muchas veces antes. «Adelante, príncipe azul, di que me ayudarás y que no quieres que esté sola. Ten lástima por esta patética muchacha indefensa que solo pide justicia».
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