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{Priv.} Alma, antorchas humanas, y otras desventuras.
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{Priv.} Alma, antorchas humanas, y otras desventuras.
Algunas de las ventajas de tener un acuerdo con Azazel Buttercraft eran los viajes cómodos y la información. Después de algunas semanas en Kil’daggoth y sesiones de colaboración en los estudios de la bruja y su grupo, llegó lo que Laine había esperado no sin impaciencia. Una señal, una ubicación en el mapa, un punto por el cual comenzar a buscar al otro que había cruzado este mundo con él. Con suerte, estaría tan vivo como lo estaba él. A veces se preguntaba si podía considerar eso una suerte en su caso.
Si bien reducía considerablemente la búsqueda, Grandbolg era un lugar grande, con muchos visitantes y habitantes, por no decir, también, algunos afectados por la guerra que habían vendido el orgullo y aceptado al Caos por aspirar a algo mejor que las desoladas tierras del Este. Azazel decidió hacer de compañía indirecta, usó la excusa de un viaje a Calad’Meeth por asuntos de negocios familiares para llevar a Laine y posteriormente dejarle a sus aires hasta que ambos concluyeran sus misiones.
Una vez en las calles de Grandbolg le invadió una sensación de desorientación total, la de no saber por dónde empezar. El strigoi tomó su maletita viajera y la arrastró consigo por los adoquines, decidiendo que lo mejor era dar un paseo inicial mientras buscaba en las cabezas de otros imágenes o información que pudiera servirle para encontrar a Mekhet. Una operación que de seguirla habría dejado a Laine con una migraña épica al final del día y con, probablemente, muy poca información. Sabía que su hermano sombra no era tan idiota como para dejar sirvientes al aire, al menos no si no tenía su ubicación y se sentía seguro de atacarlo.
Ese pensamiento y pasearse entre unas carpas donde sanadores se desperdigaban para atender sin ningún interés monetario a personas con afecciones hizo que en su mente se concretara un plan mucho más efectivo y arriesgado, que con suerte, la migraña sería de las pocas cosas de las qué preocuparse, pero probablemente tuviera mejores resultados.
Después de preguntar algunas cosas sobre la organización de aquel bazar de sanación al aire libre Laine concluyó que no había una organización como tal, los sanadores tenían un acuerdo con los gremios y hospitales para los que trabajaban y por una taza brindaban el servicio, ocupando algún lugar de los parques naturales. Sin temor a nada, decidió hacer lo mismo y tirar su propia lona en un espacio que le costó conseguir. Era difícil tomar uno que fuera visible a las personas.
No tenía mucha idea de cómo iba a hacer para llamar la atención de pacientes que no le conocían y ni mucho menos él conocía, pero todo Salubri sabía cómo ganarse la atención, cuando la quería y desafortunadamente también cuando no. Después de improvisar un piso para atender a futuros pacientes, Laine se concentró en captar a aquellos que pudieran necesitarlo y, probablemente no estuvieran satisfechos con el trabajo de su competencia temporal. No le costó nada, casi al segundo veía con sus agudos sentidos a una mujer marcharse con una niña, la cual llevaba un pie hinchado de modo grotesco y con pústulas arrastrando, no lo podía mover del peso, y la piel era escamosa, diferente de la suya.
No lo pensó dos veces y fue hacia ellas.
—Perdonen que les robe un momento de su tiempo. No pude evitar escuchar su predicamento mientras me instalaba. Soy sanador, y aunque acabo de llegar aquí, cuento con la suficiente experiencia para decirle que su pequeña no tiene una infección mutante, es una maldición de un thrull.
La mujer se le quedó mirando, sin saber si le hablaba un loco o un desesperado, también estaba impresionada por la veracidad de sus palabras.
—¿Disculpe?
—Es complicado si lo explico ahora —Laine se quedó mirando a la mujer, de modo que llegó a incomodarla un poco—usted… estuvo cerca cuando el Nexo se abrió por primera vez. Eso debió afectarla durante el embarazo —esas palabras bastaron para paralizar de inquietud a la mujer, Laine se agachó al nivel de la pequeña, que lo miraba con normalidad, sin sentir nada peligroso— ¿Cuántos años tienes?
—Siete, en una semana tendré ocho, señor.
—Te llamas Gretchen, ¿no? —la nena asintió dos veces, nada impresionada. Laine sonrió y volvió a mirar a la madre que tenía el gesto desconfiado, en guardia— no se preocupe. Me disculpo por lo repentino de todo. Solo quiero ayudarles. Sabe que de ser una infección habría desaparecido hace mucho tiempo.
La mujer asintió con lentitud, Laine sabía que las hijas de la luna eran desconfiadas por naturaleza de los no-vivos, y aunque Laine no lo parecía ni por olor ni por tacto, su esencia era otra cosa, y los instintos de los seres de la tierra eran fuertes. Sin embargo, al final no fue suficiente para negarle el voto de confianza. Las llevó hasta su lona, y allí hizo acostar a la pequeña nena lobo, la cual se rió cuando vio que en la frente del sanador aparecía un tercer ojo.
—No sentirás nada doloroso, al contrario, será como chocolate caliente en invierno. Pero trata de tener la mente en blanco —llevó la vista hacia la pierna, de su tercer ojo una suave luz nebulosa comenzó a rodearla, y de esta a salir un humo negro verdoso que hizo a la mamá lobo dar un respingo. El humo se derritió bajo la luz cálida y en pocos segundos el pie volvió a su estado original, sin rastro de nada.
Así fue como la fila de pacientes con maldiciones y otros malestares extraños comenzó a formarse delante de la lona de Laine y el árbol enorme que le hacía sombra en el parque.
Si bien reducía considerablemente la búsqueda, Grandbolg era un lugar grande, con muchos visitantes y habitantes, por no decir, también, algunos afectados por la guerra que habían vendido el orgullo y aceptado al Caos por aspirar a algo mejor que las desoladas tierras del Este. Azazel decidió hacer de compañía indirecta, usó la excusa de un viaje a Calad’Meeth por asuntos de negocios familiares para llevar a Laine y posteriormente dejarle a sus aires hasta que ambos concluyeran sus misiones.
Una vez en las calles de Grandbolg le invadió una sensación de desorientación total, la de no saber por dónde empezar. El strigoi tomó su maletita viajera y la arrastró consigo por los adoquines, decidiendo que lo mejor era dar un paseo inicial mientras buscaba en las cabezas de otros imágenes o información que pudiera servirle para encontrar a Mekhet. Una operación que de seguirla habría dejado a Laine con una migraña épica al final del día y con, probablemente, muy poca información. Sabía que su hermano sombra no era tan idiota como para dejar sirvientes al aire, al menos no si no tenía su ubicación y se sentía seguro de atacarlo.
Ese pensamiento y pasearse entre unas carpas donde sanadores se desperdigaban para atender sin ningún interés monetario a personas con afecciones hizo que en su mente se concretara un plan mucho más efectivo y arriesgado, que con suerte, la migraña sería de las pocas cosas de las qué preocuparse, pero probablemente tuviera mejores resultados.
Después de preguntar algunas cosas sobre la organización de aquel bazar de sanación al aire libre Laine concluyó que no había una organización como tal, los sanadores tenían un acuerdo con los gremios y hospitales para los que trabajaban y por una taza brindaban el servicio, ocupando algún lugar de los parques naturales. Sin temor a nada, decidió hacer lo mismo y tirar su propia lona en un espacio que le costó conseguir. Era difícil tomar uno que fuera visible a las personas.
No tenía mucha idea de cómo iba a hacer para llamar la atención de pacientes que no le conocían y ni mucho menos él conocía, pero todo Salubri sabía cómo ganarse la atención, cuando la quería y desafortunadamente también cuando no. Después de improvisar un piso para atender a futuros pacientes, Laine se concentró en captar a aquellos que pudieran necesitarlo y, probablemente no estuvieran satisfechos con el trabajo de su competencia temporal. No le costó nada, casi al segundo veía con sus agudos sentidos a una mujer marcharse con una niña, la cual llevaba un pie hinchado de modo grotesco y con pústulas arrastrando, no lo podía mover del peso, y la piel era escamosa, diferente de la suya.
No lo pensó dos veces y fue hacia ellas.
—Perdonen que les robe un momento de su tiempo. No pude evitar escuchar su predicamento mientras me instalaba. Soy sanador, y aunque acabo de llegar aquí, cuento con la suficiente experiencia para decirle que su pequeña no tiene una infección mutante, es una maldición de un thrull.
La mujer se le quedó mirando, sin saber si le hablaba un loco o un desesperado, también estaba impresionada por la veracidad de sus palabras.
—¿Disculpe?
—Es complicado si lo explico ahora —Laine se quedó mirando a la mujer, de modo que llegó a incomodarla un poco—usted… estuvo cerca cuando el Nexo se abrió por primera vez. Eso debió afectarla durante el embarazo —esas palabras bastaron para paralizar de inquietud a la mujer, Laine se agachó al nivel de la pequeña, que lo miraba con normalidad, sin sentir nada peligroso— ¿Cuántos años tienes?
—Siete, en una semana tendré ocho, señor.
—Te llamas Gretchen, ¿no? —la nena asintió dos veces, nada impresionada. Laine sonrió y volvió a mirar a la madre que tenía el gesto desconfiado, en guardia— no se preocupe. Me disculpo por lo repentino de todo. Solo quiero ayudarles. Sabe que de ser una infección habría desaparecido hace mucho tiempo.
La mujer asintió con lentitud, Laine sabía que las hijas de la luna eran desconfiadas por naturaleza de los no-vivos, y aunque Laine no lo parecía ni por olor ni por tacto, su esencia era otra cosa, y los instintos de los seres de la tierra eran fuertes. Sin embargo, al final no fue suficiente para negarle el voto de confianza. Las llevó hasta su lona, y allí hizo acostar a la pequeña nena lobo, la cual se rió cuando vio que en la frente del sanador aparecía un tercer ojo.
—No sentirás nada doloroso, al contrario, será como chocolate caliente en invierno. Pero trata de tener la mente en blanco —llevó la vista hacia la pierna, de su tercer ojo una suave luz nebulosa comenzó a rodearla, y de esta a salir un humo negro verdoso que hizo a la mamá lobo dar un respingo. El humo se derritió bajo la luz cálida y en pocos segundos el pie volvió a su estado original, sin rastro de nada.
Así fue como la fila de pacientes con maldiciones y otros malestares extraños comenzó a formarse delante de la lona de Laine y el árbol enorme que le hacía sombra en el parque.
Laine- Mensajes : 60
Localización : A donde me lleve el viento --y Azazel--
Re: {Priv.} Alma, antorchas humanas, y otras desventuras.
No era fácil aguantar el malhumor de Enid, pero en esa ocasión era por una buena causa. Pese a que su llegada a Kil'Daggoth fue tranquila y todas las ciudades ofrencían cosas que a Enid le interesaban, Eíri había querido llevárselo a las experimentadas enfermerías de Grandbolg. La enfermedad que padecía Enid era màxima prioridad. Después podrían ir de visita a Zir'Cenih y Excelsus. Además, con algo de suerte en Grandbolg Eíri podría adquirir algo que le fuese útil para sus conocimientos de farmacia –como buen alquimista, le interesaba–.
Enid se había mantenido los días de viaje en silencio y amenazando con su trato encantador y bestial a cualquiera del resto de viajeros de su caravana, cuando alguno de estos se acercaba con la intención de socializar. Por suerte para Eíri, el último día de viaje su hermano había decidido dormir, y tratar con un Enid durmiente no sólo era un regalo de los dioses por la vista, sino también por la tranquilidad eso les confería. La tensión desaparecía cuando Enid dormía.
—Enid, ya estamos llegando —le apartó varios mechones rubios de la frente con cuidado, observó con paciencia como su gemelo apretaba los parpados varias veces y buscaba un lugar dónde proteger su vista del sol, decidió temporalmente aplastar el rostro contra el cuello de su hermano—. Dame un momento —con cuidado, Eíri sacó de sus bolsas una de las capas de repuesto, era de una tela más opaca y la capucha tenía un pico caído frontal que aportaba más sombra y ocultaba el rostro de los rayos solares. Como era obvio, Eíri colocó la capa sobre los hombros de su hermano y dejó que él mismo se ajustara la capucha a su gusto.
—Gracias, peque —dijo Enid en un susurro, besándole el lado descubierto de la frente antes de saltar de la caravana.
El sol en Calad'Meeth no parecía ser el mismo que en Kil'Daggoth, penetraba con fuerza a través de las pocas nubes que adornaban el firmamento y subía la temperatura del lugar. Aunque el clima, para ellos, era algo irrelevante –aunque no les gustaba demasiado el frío–. Durante un buen rato pasearon por la ciudad, tomándose el tiempo suficiente para reconocer el terreno y que Enid eligiera la posada que le parecía mejor estratégicamente. Irónicamente la que eligieron esta vez distaba mucho a la suerte de pensión en la que de habían alojado en Asiph, y además, la habitación sin aparentes lujos era también compartida con varios viajeros que como ellos buscaban un lugar donde repararse.
Pasaron varias horas en la posada, para comer, bañarse y finalmente dormir algo. A Enid le era difícil conciliar el sueño en camas cómodas –cosas de cuando había estado perdido con Roch–. A veces, Eíri lo encontraba durmiendo en el suelo y otras –como aquella– se ofrecía a hacerle de peluche para que no se sintiese inquieto.
Cuando Eíri despertó, aun notaba el peso de la cabeza de Enid en su hombro. También notó que en algún momento había sacado las piernas de la cama y que seguramente había atentado contra la vida de algunos de sus temporales compañeros de habitación. Otro detalle que le indicaba que su hermano estaba despierto y sólo hacía el vago, era que su agarre era mucho más suave de lo que solía estar cuando dormía.
— ¿Hemos dormido mucho? —preguntó Eíri, ahogando un bostezo y estirando los brazos muy perezosamente.
—Poco más de un día —respondió Enid, dándole un suave coscorrón antes de pasar por encima de él y salir de la cama.
Ya no quedaba nadie en la habitación, lo que sugería que era pasado el mediodía y todos habían huído en busca de sanadores, médicos, herboristas o lo que fuera que hubiera en aquella ciudad. Eíri y Enid harían lo mismo, pero no sin antes cargar sus mochilas con comida. Esperar en largas colas les abría mucho el apetito.
Después de parar a comprar varios libros sobre farmacia, se encaminaron a la zona que en la posada le recomendaron para encontrar buenos sanadores. Al menos, los más expertos en “enfermedades” del nexo. Ambos gemelos paseaban con tranquilidad entre carpas, pequeñas oficinas y tiendas minúsculas. En su mayoría ninguna le llamaba la atención, o daban respuestas vagas sobre la posible enfermedad, maldición o lo que fuera que pudiera tener Enid. Y como terminaron cansados de escapar de pagos por consultas inútiles se limitaron a caminar, en aquel momento comiendo algo que parecía carne ensartada en un palo.
Hasta que llegaron al parque central.
A Eíri casi se le cayó el palo de carne de la impresión. Alrededor de una tiendecita, junto a un árbol, había una hilera de gente que daba varias vueltas alrededor de la lona y el árbol. Cuando se acercaron a preguntar, algunos les aseguraron que el sanador que trataba en la modesta tienda parecía ser un experto en curar maldiciones y males del Nexo.
Tenían comida sobra, podían esperar y ver, no tenían nada que perder. Al menos eso pensaron las primeras dos horas.
—Se está acabando la comida —comentó Eíri, soltando un suspiro casi derrotado y dejando caer todo su peso sobre Enid.
El otro gemelo, por su parte observaba silencioso a la pareja de atrás. Se trataba de un hombre mayor que acompañaba a un niño, joven. Casi adolescente. Tenía un aspecto demacrado, y su cabello castaño claro no tenía brillo alguno, así como sus ojos verdes que se veían cubiertos por una fina película blanca. Su tez era muy pálida y hacía unos minutos que había comenzado a temblar. Sin decir nada, Enid le hizo un gesto al niño y se puso de cuclillas –provocando que por unos segundos Eíri perdiera el equilibrio–, haciendo una sentadilla perfecta.
—Sube, peque. Hasta que estés bien —pese a su tono tranquilo, hubo algo en la forma en que lo dijo, que no parecía dejar otra opción a parte de esa.
El niño después de quedarse estático por unos segundos se trepó a la espalda de Enid y a los pocos minutos tanto niño como hombre mayor estaban compartiendo el resto de comida que quedaba en las bolsas de Eíri y Enid. Quienes escuchaban con real curiosidad la historia del dúo.
En resumen, el anciano había encontrado hacia pocos años al niño en uno de sus viajes por el Nexo, desnutrido y desmemoriado. Desde que se ocupaba de él, había observado que el nene solía perder energía con relativa facilidad. La comida no era suficiente, el sol a veces le hacía tener sarpullidos, entre otras cosas. Hasta la fecha no habían conseguido encontrar una cura para tan curiosa aflicción. Quizás porque nadie lograba discernir la raza del niño. Por ello con el sanador nuevo, guardaban la esperanza de que pudiera ayudarles un poco más que el resto.
—Se está haciendo tarde, así que en todo caso, pasad vosotros cuando sea nuestro turno—repuso Enid, que llevaba al niño (que ahora dormía) como a un bebé koala—.Insisto, y no hay nada más que decir —zanjó, cuando notó las ganas de replicar del hombre. Sonrió, lo más amable y menos depredador que pudo permitirse.
Sólo quedaba una persona por delante. Y pronto –¡Al fin!–, estarían saliendo de ese reino.
Enid se había mantenido los días de viaje en silencio y amenazando con su trato encantador y bestial a cualquiera del resto de viajeros de su caravana, cuando alguno de estos se acercaba con la intención de socializar. Por suerte para Eíri, el último día de viaje su hermano había decidido dormir, y tratar con un Enid durmiente no sólo era un regalo de los dioses por la vista, sino también por la tranquilidad eso les confería. La tensión desaparecía cuando Enid dormía.
—Enid, ya estamos llegando —le apartó varios mechones rubios de la frente con cuidado, observó con paciencia como su gemelo apretaba los parpados varias veces y buscaba un lugar dónde proteger su vista del sol, decidió temporalmente aplastar el rostro contra el cuello de su hermano—. Dame un momento —con cuidado, Eíri sacó de sus bolsas una de las capas de repuesto, era de una tela más opaca y la capucha tenía un pico caído frontal que aportaba más sombra y ocultaba el rostro de los rayos solares. Como era obvio, Eíri colocó la capa sobre los hombros de su hermano y dejó que él mismo se ajustara la capucha a su gusto.
—Gracias, peque —dijo Enid en un susurro, besándole el lado descubierto de la frente antes de saltar de la caravana.
El sol en Calad'Meeth no parecía ser el mismo que en Kil'Daggoth, penetraba con fuerza a través de las pocas nubes que adornaban el firmamento y subía la temperatura del lugar. Aunque el clima, para ellos, era algo irrelevante –aunque no les gustaba demasiado el frío–. Durante un buen rato pasearon por la ciudad, tomándose el tiempo suficiente para reconocer el terreno y que Enid eligiera la posada que le parecía mejor estratégicamente. Irónicamente la que eligieron esta vez distaba mucho a la suerte de pensión en la que de habían alojado en Asiph, y además, la habitación sin aparentes lujos era también compartida con varios viajeros que como ellos buscaban un lugar donde repararse.
Pasaron varias horas en la posada, para comer, bañarse y finalmente dormir algo. A Enid le era difícil conciliar el sueño en camas cómodas –cosas de cuando había estado perdido con Roch–. A veces, Eíri lo encontraba durmiendo en el suelo y otras –como aquella– se ofrecía a hacerle de peluche para que no se sintiese inquieto.
Cuando Eíri despertó, aun notaba el peso de la cabeza de Enid en su hombro. También notó que en algún momento había sacado las piernas de la cama y que seguramente había atentado contra la vida de algunos de sus temporales compañeros de habitación. Otro detalle que le indicaba que su hermano estaba despierto y sólo hacía el vago, era que su agarre era mucho más suave de lo que solía estar cuando dormía.
— ¿Hemos dormido mucho? —preguntó Eíri, ahogando un bostezo y estirando los brazos muy perezosamente.
—Poco más de un día —respondió Enid, dándole un suave coscorrón antes de pasar por encima de él y salir de la cama.
Ya no quedaba nadie en la habitación, lo que sugería que era pasado el mediodía y todos habían huído en busca de sanadores, médicos, herboristas o lo que fuera que hubiera en aquella ciudad. Eíri y Enid harían lo mismo, pero no sin antes cargar sus mochilas con comida. Esperar en largas colas les abría mucho el apetito.
Después de parar a comprar varios libros sobre farmacia, se encaminaron a la zona que en la posada le recomendaron para encontrar buenos sanadores. Al menos, los más expertos en “enfermedades” del nexo. Ambos gemelos paseaban con tranquilidad entre carpas, pequeñas oficinas y tiendas minúsculas. En su mayoría ninguna le llamaba la atención, o daban respuestas vagas sobre la posible enfermedad, maldición o lo que fuera que pudiera tener Enid. Y como terminaron cansados de escapar de pagos por consultas inútiles se limitaron a caminar, en aquel momento comiendo algo que parecía carne ensartada en un palo.
Hasta que llegaron al parque central.
A Eíri casi se le cayó el palo de carne de la impresión. Alrededor de una tiendecita, junto a un árbol, había una hilera de gente que daba varias vueltas alrededor de la lona y el árbol. Cuando se acercaron a preguntar, algunos les aseguraron que el sanador que trataba en la modesta tienda parecía ser un experto en curar maldiciones y males del Nexo.
Tenían comida sobra, podían esperar y ver, no tenían nada que perder. Al menos eso pensaron las primeras dos horas.
—Se está acabando la comida —comentó Eíri, soltando un suspiro casi derrotado y dejando caer todo su peso sobre Enid.
El otro gemelo, por su parte observaba silencioso a la pareja de atrás. Se trataba de un hombre mayor que acompañaba a un niño, joven. Casi adolescente. Tenía un aspecto demacrado, y su cabello castaño claro no tenía brillo alguno, así como sus ojos verdes que se veían cubiertos por una fina película blanca. Su tez era muy pálida y hacía unos minutos que había comenzado a temblar. Sin decir nada, Enid le hizo un gesto al niño y se puso de cuclillas –provocando que por unos segundos Eíri perdiera el equilibrio–, haciendo una sentadilla perfecta.
—Sube, peque. Hasta que estés bien —pese a su tono tranquilo, hubo algo en la forma en que lo dijo, que no parecía dejar otra opción a parte de esa.
El niño después de quedarse estático por unos segundos se trepó a la espalda de Enid y a los pocos minutos tanto niño como hombre mayor estaban compartiendo el resto de comida que quedaba en las bolsas de Eíri y Enid. Quienes escuchaban con real curiosidad la historia del dúo.
En resumen, el anciano había encontrado hacia pocos años al niño en uno de sus viajes por el Nexo, desnutrido y desmemoriado. Desde que se ocupaba de él, había observado que el nene solía perder energía con relativa facilidad. La comida no era suficiente, el sol a veces le hacía tener sarpullidos, entre otras cosas. Hasta la fecha no habían conseguido encontrar una cura para tan curiosa aflicción. Quizás porque nadie lograba discernir la raza del niño. Por ello con el sanador nuevo, guardaban la esperanza de que pudiera ayudarles un poco más que el resto.
—Se está haciendo tarde, así que en todo caso, pasad vosotros cuando sea nuestro turno—repuso Enid, que llevaba al niño (que ahora dormía) como a un bebé koala—.Insisto, y no hay nada más que decir —zanjó, cuando notó las ganas de replicar del hombre. Sonrió, lo más amable y menos depredador que pudo permitirse.
Sólo quedaba una persona por delante. Y pronto –¡Al fin!–, estarían saliendo de ese reino.
Última edición por Irrlicht el Lun Ago 11, 2014 3:06 pm, editado 1 vez
Irrlicht- Mensajes : 43
Localización : Dónde nos lleve el viento (?)
Re: {Priv.} Alma, antorchas humanas, y otras desventuras.
Laine no había esperado que el resultado fuera tan aplastante, la voz de que había sanado a la niña lobo de una maldición se había corrido como la pólvora en todo el campamento de sanadores y médicos, atrayendo a todo el que no hubiera conseguido mayores logros con el resto. No se trataba de que los médicos y sanadores de Grandbolg fueran un fraude, al contrario, por nada la ciudad tenía reconocimiento en el área médica. Los nobles y personas que pudiesen permitírselo acudían a tomar tratamiento allí, y la mayoría de los ciudadanos constaban con un seguro que les permitía costearse gastos de salud sin problemas.
Pero los campamentos donde se brindaba servicio gratuito era una cosa muy diferente. Formaba parte del proyecto altruista del gremio de médicos y sanadores de la ciudad, en la que desinteresadamente ofrecían sus prácticas, ellos y sus pasantes especialmente; con el propósito de mostrar y perpetuar la solidez del servicio médico en el país. También, para que los pacientes se enrolaran con un médico y acudieran a él en sus horas de turno que sí les pagaban.
Por eso no había demasiado afán cuando les tocaba tratar una enfermedad muy avanzada, algunos buscaban lo fácil, o aquello que pudiera asegurarles un tratamiento largo y una tasa de ganancia más elevada por cantidad de consultas y una posible intervención. No ofrecerían su trabajo fuerte sin obtener nada a cambio. Laine lo respetaba. Pues, muchos trabajan y se esfuerzan para en un futuro obtener algo.
Así como lo respetaba, lo aprovechaba. El strigoi lo sentía por arruinar la mafia médica, aunque no demasiado cuando llegaba a ver las caras de sus pacientes, su esperanza, y su alegría y alivio devuelto una vez que encontraban que alguien podía deshacerse de su mal. Eso valía más que cualquier cosa y le hizo olvidar por muchas horas cual era el real propósito de estar ahí. Le recordaba sus años, sus siglos, en los que su única misión era ayudar y sanar a otros.
Esas horas se le pasaron de prisa, no fue consciente del atardecer hasta que su tercer ojo se lo recordó al escurrir una pequeña lágrima de cansancio. Hacía mucho que no lo usaba tan seguido en un día. Se colocó unas gotas en él y despidió al elfo que acababa de sanar de una maldición menor en las manos. Hizo pasar a los siguientes mientras se ajustaba los separadores de pelo para que los mechones del fleco no le estorbaran. Estos conformaban a un anciano, dos hermanos—¿gemelos?, se parecían mucho para no serlo—, y un pequeñín que estaba encima del hermano más alto. Laine le indicó a este que colocara al nene sobre la lona, lo observó detenidamente, con curiosidad—y sus tres ojos—.
—¿Estás cansado, pequeño? —el niño asintió sin energía—, vamos a ver que tienes…
Pasó unos largos segundos con los ojos entrecerrados, sin decir nada más. El anciano explicaba al sanador la misma historia que había contado a los gemelos. Laine asentía sin decir nada, solo para que el hombre supiera que no hablaba solo y sí ponía atención a sus palabras, aunque no lo necesitara. Podía saberlo por su propia cuenta, eso y otras cosas más.
—Eres un querubín, ¿verdad? —colocó la mano sobre la frente del niño, sin quitarle los ojos de encima. El rostro de Laine era amable— a tu edad ya deberías tener alas, pero el trauma que sufriste en Paradisso y tu falta de memoria está retrasándolo. Al menos eso me dice tu alma. —El niño cerró los ojos, comenzaba a sentirse adormilado por lo que fuera que estuviera haciendo el strigoi. Una niebla blanca estaba emergiendo de su cuerpo. —En el Nexo no solo hay criaturas, hay espíritus parasitarios que se alimentan de la energía de los seres astrales y los de luz, así como los de otro tipo —su mirada fue unos instantes al gemelo de los ojos rojos, luego volvió hacia el pequeñín. —Has pasado mucho tiempo con él y está muy anclado a ti, pero descuida, puedo hacer que se marche.
El tercer ojo se ensanchó en su frente, de este una luz muy tenue y vaporosa sacudió la niebla clara que emanaba del cuerpo del niño, hasta que de esta hizo surgir una nubecilla gris azulado que se distinguía muy bien para todos. Laine sacó de su bolsillo un frasco, e hizo que el espíritu entrara en él. Lo selló con un corcho. Era uno de los recipientes hechizados que Azazel le había regalado, una de las tantas cositas que consideraba útiles para él.
Volvió a mirar al resto.
—Va a estar bien, no se asusten si duerme mucho a partir de ahora, tiene mucha energía que recobrar, y su espíritu también debe hacerlo. Puede que no tenga mucho apetito al principio, y a su tripa le costará digerir algunos alimentos, así que con sopas y cremas estará bien, y pan con miel. La miel tiene propiedades curiosas que los seres sacros necesitan, sobre todo cuando tienen alitas en crecimiento. Si consiguen néctar o ambrosía sería muchísimo mejor.
Laine imaginaba que el anciano no cabía en su alegría y por eso no había escuchado ni la mitad de su discurso, así que el strigoi decidió escribir una serie de instrucciones sencillas en un papel pergamino y se lo entregó. No se daba cuenta pero estaba sonriendo de una forma tan boba que le recordaría a su yo antaño.
Ayudar a otros siempre iba a formar parte de él.
Sus ojos regresaron hacia los gemelos, como si nunca se hubiera olvidado de sus existencias. Esbozó una sonrisa ladina que pretendía ser amable.
—¿Puedes sentarte en la lona y mostrarme tu cuello?, tampoco estaría mal si me explican un poco del origen de tu maldición.
Pero los campamentos donde se brindaba servicio gratuito era una cosa muy diferente. Formaba parte del proyecto altruista del gremio de médicos y sanadores de la ciudad, en la que desinteresadamente ofrecían sus prácticas, ellos y sus pasantes especialmente; con el propósito de mostrar y perpetuar la solidez del servicio médico en el país. También, para que los pacientes se enrolaran con un médico y acudieran a él en sus horas de turno que sí les pagaban.
Por eso no había demasiado afán cuando les tocaba tratar una enfermedad muy avanzada, algunos buscaban lo fácil, o aquello que pudiera asegurarles un tratamiento largo y una tasa de ganancia más elevada por cantidad de consultas y una posible intervención. No ofrecerían su trabajo fuerte sin obtener nada a cambio. Laine lo respetaba. Pues, muchos trabajan y se esfuerzan para en un futuro obtener algo.
Así como lo respetaba, lo aprovechaba. El strigoi lo sentía por arruinar la mafia médica, aunque no demasiado cuando llegaba a ver las caras de sus pacientes, su esperanza, y su alegría y alivio devuelto una vez que encontraban que alguien podía deshacerse de su mal. Eso valía más que cualquier cosa y le hizo olvidar por muchas horas cual era el real propósito de estar ahí. Le recordaba sus años, sus siglos, en los que su única misión era ayudar y sanar a otros.
Esas horas se le pasaron de prisa, no fue consciente del atardecer hasta que su tercer ojo se lo recordó al escurrir una pequeña lágrima de cansancio. Hacía mucho que no lo usaba tan seguido en un día. Se colocó unas gotas en él y despidió al elfo que acababa de sanar de una maldición menor en las manos. Hizo pasar a los siguientes mientras se ajustaba los separadores de pelo para que los mechones del fleco no le estorbaran. Estos conformaban a un anciano, dos hermanos—¿gemelos?, se parecían mucho para no serlo—, y un pequeñín que estaba encima del hermano más alto. Laine le indicó a este que colocara al nene sobre la lona, lo observó detenidamente, con curiosidad—y sus tres ojos—.
—¿Estás cansado, pequeño? —el niño asintió sin energía—, vamos a ver que tienes…
Pasó unos largos segundos con los ojos entrecerrados, sin decir nada más. El anciano explicaba al sanador la misma historia que había contado a los gemelos. Laine asentía sin decir nada, solo para que el hombre supiera que no hablaba solo y sí ponía atención a sus palabras, aunque no lo necesitara. Podía saberlo por su propia cuenta, eso y otras cosas más.
—Eres un querubín, ¿verdad? —colocó la mano sobre la frente del niño, sin quitarle los ojos de encima. El rostro de Laine era amable— a tu edad ya deberías tener alas, pero el trauma que sufriste en Paradisso y tu falta de memoria está retrasándolo. Al menos eso me dice tu alma. —El niño cerró los ojos, comenzaba a sentirse adormilado por lo que fuera que estuviera haciendo el strigoi. Una niebla blanca estaba emergiendo de su cuerpo. —En el Nexo no solo hay criaturas, hay espíritus parasitarios que se alimentan de la energía de los seres astrales y los de luz, así como los de otro tipo —su mirada fue unos instantes al gemelo de los ojos rojos, luego volvió hacia el pequeñín. —Has pasado mucho tiempo con él y está muy anclado a ti, pero descuida, puedo hacer que se marche.
El tercer ojo se ensanchó en su frente, de este una luz muy tenue y vaporosa sacudió la niebla clara que emanaba del cuerpo del niño, hasta que de esta hizo surgir una nubecilla gris azulado que se distinguía muy bien para todos. Laine sacó de su bolsillo un frasco, e hizo que el espíritu entrara en él. Lo selló con un corcho. Era uno de los recipientes hechizados que Azazel le había regalado, una de las tantas cositas que consideraba útiles para él.
Volvió a mirar al resto.
—Va a estar bien, no se asusten si duerme mucho a partir de ahora, tiene mucha energía que recobrar, y su espíritu también debe hacerlo. Puede que no tenga mucho apetito al principio, y a su tripa le costará digerir algunos alimentos, así que con sopas y cremas estará bien, y pan con miel. La miel tiene propiedades curiosas que los seres sacros necesitan, sobre todo cuando tienen alitas en crecimiento. Si consiguen néctar o ambrosía sería muchísimo mejor.
Laine imaginaba que el anciano no cabía en su alegría y por eso no había escuchado ni la mitad de su discurso, así que el strigoi decidió escribir una serie de instrucciones sencillas en un papel pergamino y se lo entregó. No se daba cuenta pero estaba sonriendo de una forma tan boba que le recordaría a su yo antaño.
Ayudar a otros siempre iba a formar parte de él.
Sus ojos regresaron hacia los gemelos, como si nunca se hubiera olvidado de sus existencias. Esbozó una sonrisa ladina que pretendía ser amable.
—¿Puedes sentarte en la lona y mostrarme tu cuello?, tampoco estaría mal si me explican un poco del origen de tu maldición.
Laine- Mensajes : 60
Localización : A donde me lleve el viento --y Azazel--
Re: {Priv.} Alma, antorchas humanas, y otras desventuras.
Eíri y Enid contemplaron en silencio como el pequeño estaba siendo sanado. Ninguno de ellos perdió detalle del método o de lo que decía el sanador. El hecho de que no estuvieran más sorprendidos —o no lo mostrasen tanto– era el hecho de que recordaban haber leído algo sobre esa técnica. Y aunque no con un tercer ojo, recordaban vagamente a alguien del círculo de Skylet acabar con esa clase de cosas con un estilo parecido.
Cuando se dirigió a ellos Eíri se tensó levemente, aguardando con cierta ansiedad muy bien disimulada la reacción de su hermano. A Enid no le gustaba hablar de su enfermedad por dos razones: no sabía de dónde salía y le molestaba responder preguntas cuyas respuestas sólo podían ser vagas.
— Sólo dame un momento —dijo Eíri, antes de dirigirse hacia al anciano y al renacuajo querubín—. No tenéis por qué iros ahora. Apenas puede cargar con él y el nene está cansado.
— ¡Eso es cierto! Nosotros os escoltaremos hasta dónde os estéis quedando a dormir —corroboró Eíri, asintiendo varias veces antes de alejarse de su hermano y ser él ahora quien cargara con el pequeño, estrujándole con algo de cariño, casi meciéndole—. De dónde venimos nos enseñan que lo bueno es cuidarse un poco entre todos.
Enid contempló por unos instantes como su hermano hacía un despliegue épico de sus mejores habilidades sociales, era fácil que cualquier persona con algo de sangre caliente en las venas y un poco de debilidad por lo blando no cayera en las redes de un manipulador nato. Sobretodo si estaba pegado a un adorable querubín. Ese tipo de ángeles eran perdición para las razas débiles.
El gemelo más alto contuvo la risa, pese a que no pudo evitar que se le dibujara una sonrisa pícara en los labios.
— ¿Mi cuello, no? —repitió Enid, mientras tomaba asiento en la lona, dejando a su lado la mochila y todos los paquetes que colgaban de ella. Sus armas principalmente —. No suelo enseñarlo antes de la primera cita. Pero en vista de que muestras tener una gran pericia y habilidad, puedo hacer una excepción. Sobretodo ahora que mi hermano está ocupado siendo adorable para que nos dejen adoptarles por unos días. Hay cosas que prefiero que no vea —aunque no era usual en Enid reír pese a que siempre encontraba la manera de ver algunas cosas con humor, era fácil captar el tono desenfadado en el que se comunicaba—. En cuanto al origen, no puedo decirte nada. No lo sé. Algunos compañeros pensaban que es influencia del Nexo. Yo no puedo afirmarlo, no recuerdo la primera vez que estuve en él.
Con tranquilidad y tomándose su tiempo, Enid se desabrochó la capa y la dejó sobre su mochila. Sus cabellos rubios, durante unos segundos, tomaron una tonalidad rojo-anaranjado antes de volver a la normalidad. Por ultimo se quitó la bufanda que rodeaba su cuello y lo expuso al trío de ojos críticos pertenecientes al sanador.
Enid, ignorando temporalmente lo que hacía Eíri –aunque, lo tenía bien ubicado–, observaba con atención a quien con tanto altruismo se dedicaba a cuidar de otros. Por alguna razón aquello le llama la atención, le hacía sentirse suspicaz. ¿Realmente no había más intenciones ocultas tras ello? Enid decidió quedarse en modo contemplativo. Le sorprendía la calidez que emanaba el joven de piel pálida, sobretodo porque ya habían comenzado a montar sus teorías acerca de la procedencia y raza del chico por lo poco que habían podido ver mientras le extraía al querubín el espíritu parásito de dentro.
— Tengo más manchas en otras partes del cuerpo —comenzó a decir Enid, tomando una de las manos del sanador con ambas suyas. Una de ellas la dejó a la altura de la muñeca—. ¿Te serviría de algo verlas? —preguntó, esbozando una sonrisa que escondía la sorpresa de notar el pulso ligero y algo anormal de su médico temporal—. Tu, eres una extraña y maravillosa criatura, sin duda.
Antes que Enid pudiera agregar algo más o su pelo terminara por prenderse fuego, un grito de alerta entre la multitud le hizo ponerse de píe de un salto. Al parecer, de la nada y magicamente había comenzado a crearse –irónicamente– un fuego en el parque, muy cerca de la zona dónde se estaban atendiendo a los enfermos de X cosas. Porque el fuego no era algo que le dañase –aunque aun no habían probado de bañarse en lava como su padre–, Enid se acercó al fuego, instándole a su hermano a quedarse dónde estaba y cuidar de sus hijos adoptivos temporales.
Por suerte, aunque a la vez fuese decepcionante, uno de los pacientes del joven altruista logró controlar el pequeño fuego y apagarlo con un hechizo, que no parecía elemental. Sin embargo, Enid se acercó al lugar medio chamuscado, observándolo con gesto curioso. Era evidente que aquello había sido provocado para hacer que la multitud de clientes del chico se dispersara –cosa, que había funcionando. Porque algunos habían decidido regresar por donde vinieron–.
Cuando estaba a punto de regresar, un pequeño brillo entre la tierra quemada llamó su atención. Enid se agachó y recogió sin mucha sorpresa lo que parecía ser una botella de cristal. La escondió, se la mostraría a Eíri más tarde, pero era fácil de imaginar que aquello era fuego embotellado de bajo nivel. Un disuasorio para los altruistas que les hacían perder negocio a otros.
—¿Qué ha sido? —preguntó Eíri, con gesto preocupado, seguía cargando al querubín dormilón, el cual parecía estar pegado a fusión a él. Era fácil tomarle cariño a una estufa andante en las horas de la siesta y temporadas frías—. ¿Has visto algo?
— Nada que sirva para señalar a nadie —respondió Enid, mientras recogía sus cosas de la lona y volvía a colocárselas. Buscó con la mirada al joven de ojos índigo, cuando lo enfocó, torció los labios en una sonrisa—. Quizás hayas puesto nerviosos a algunos —le dijo, mientras le mostraba la botella que había recogido del lugar del pequeño incendio—. Deberías ir con cuidado mañana, quizás puedas pedirle a alguno de tus clientes que hagan aislantes mágicos. Se evitarían que los enfermos sufrieran daños colaterales —le pasó la botella a Eíri, el cual sin una pizca de vergüenza lamió uno de los bordes del cuello de la botella. Haciendo una mueca de desagrado antes de escupir en el suelo y soltar una disculpa por lo bajo.
—Hm, si hubieran querido hacer daño habrían usado mejores ingredientes. Los fuegos embotellados no se eliminan con hechizos de dispersión. Creo que alguien quería llamar tu atención —regresó la botella a Enid y así poder reforzar el agarre del querubín, para evitar que se le cayera al suelo. Eíri miró con sus ojos verdes de aire cansado a los que aún se encontraban ahí, y decidían marcharse. Parecía molesto por el hecho de que la consulta de su hermano se hubiese visto boicoteada por alguien—. ¿Seguirás por aquí mañana? Lo digo por si es posible pasar a verte de nuevo. Imagino que ya estás algo cansado y no nos apetece abusar más de tu tiempo. Al menos, por hoy.
Cuando se dirigió a ellos Eíri se tensó levemente, aguardando con cierta ansiedad muy bien disimulada la reacción de su hermano. A Enid no le gustaba hablar de su enfermedad por dos razones: no sabía de dónde salía y le molestaba responder preguntas cuyas respuestas sólo podían ser vagas.
— Sólo dame un momento —dijo Eíri, antes de dirigirse hacia al anciano y al renacuajo querubín—. No tenéis por qué iros ahora. Apenas puede cargar con él y el nene está cansado.
— ¡Eso es cierto! Nosotros os escoltaremos hasta dónde os estéis quedando a dormir —corroboró Eíri, asintiendo varias veces antes de alejarse de su hermano y ser él ahora quien cargara con el pequeño, estrujándole con algo de cariño, casi meciéndole—. De dónde venimos nos enseñan que lo bueno es cuidarse un poco entre todos.
Enid contempló por unos instantes como su hermano hacía un despliegue épico de sus mejores habilidades sociales, era fácil que cualquier persona con algo de sangre caliente en las venas y un poco de debilidad por lo blando no cayera en las redes de un manipulador nato. Sobretodo si estaba pegado a un adorable querubín. Ese tipo de ángeles eran perdición para las razas débiles.
El gemelo más alto contuvo la risa, pese a que no pudo evitar que se le dibujara una sonrisa pícara en los labios.
— ¿Mi cuello, no? —repitió Enid, mientras tomaba asiento en la lona, dejando a su lado la mochila y todos los paquetes que colgaban de ella. Sus armas principalmente —. No suelo enseñarlo antes de la primera cita. Pero en vista de que muestras tener una gran pericia y habilidad, puedo hacer una excepción. Sobretodo ahora que mi hermano está ocupado siendo adorable para que nos dejen adoptarles por unos días. Hay cosas que prefiero que no vea —aunque no era usual en Enid reír pese a que siempre encontraba la manera de ver algunas cosas con humor, era fácil captar el tono desenfadado en el que se comunicaba—. En cuanto al origen, no puedo decirte nada. No lo sé. Algunos compañeros pensaban que es influencia del Nexo. Yo no puedo afirmarlo, no recuerdo la primera vez que estuve en él.
Con tranquilidad y tomándose su tiempo, Enid se desabrochó la capa y la dejó sobre su mochila. Sus cabellos rubios, durante unos segundos, tomaron una tonalidad rojo-anaranjado antes de volver a la normalidad. Por ultimo se quitó la bufanda que rodeaba su cuello y lo expuso al trío de ojos críticos pertenecientes al sanador.
Enid, ignorando temporalmente lo que hacía Eíri –aunque, lo tenía bien ubicado–, observaba con atención a quien con tanto altruismo se dedicaba a cuidar de otros. Por alguna razón aquello le llama la atención, le hacía sentirse suspicaz. ¿Realmente no había más intenciones ocultas tras ello? Enid decidió quedarse en modo contemplativo. Le sorprendía la calidez que emanaba el joven de piel pálida, sobretodo porque ya habían comenzado a montar sus teorías acerca de la procedencia y raza del chico por lo poco que habían podido ver mientras le extraía al querubín el espíritu parásito de dentro.
— Tengo más manchas en otras partes del cuerpo —comenzó a decir Enid, tomando una de las manos del sanador con ambas suyas. Una de ellas la dejó a la altura de la muñeca—. ¿Te serviría de algo verlas? —preguntó, esbozando una sonrisa que escondía la sorpresa de notar el pulso ligero y algo anormal de su médico temporal—. Tu, eres una extraña y maravillosa criatura, sin duda.
Antes que Enid pudiera agregar algo más o su pelo terminara por prenderse fuego, un grito de alerta entre la multitud le hizo ponerse de píe de un salto. Al parecer, de la nada y magicamente había comenzado a crearse –irónicamente– un fuego en el parque, muy cerca de la zona dónde se estaban atendiendo a los enfermos de X cosas. Porque el fuego no era algo que le dañase –aunque aun no habían probado de bañarse en lava como su padre–, Enid se acercó al fuego, instándole a su hermano a quedarse dónde estaba y cuidar de sus hijos adoptivos temporales.
Por suerte, aunque a la vez fuese decepcionante, uno de los pacientes del joven altruista logró controlar el pequeño fuego y apagarlo con un hechizo, que no parecía elemental. Sin embargo, Enid se acercó al lugar medio chamuscado, observándolo con gesto curioso. Era evidente que aquello había sido provocado para hacer que la multitud de clientes del chico se dispersara –cosa, que había funcionando. Porque algunos habían decidido regresar por donde vinieron–.
Cuando estaba a punto de regresar, un pequeño brillo entre la tierra quemada llamó su atención. Enid se agachó y recogió sin mucha sorpresa lo que parecía ser una botella de cristal. La escondió, se la mostraría a Eíri más tarde, pero era fácil de imaginar que aquello era fuego embotellado de bajo nivel. Un disuasorio para los altruistas que les hacían perder negocio a otros.
—¿Qué ha sido? —preguntó Eíri, con gesto preocupado, seguía cargando al querubín dormilón, el cual parecía estar pegado a fusión a él. Era fácil tomarle cariño a una estufa andante en las horas de la siesta y temporadas frías—. ¿Has visto algo?
— Nada que sirva para señalar a nadie —respondió Enid, mientras recogía sus cosas de la lona y volvía a colocárselas. Buscó con la mirada al joven de ojos índigo, cuando lo enfocó, torció los labios en una sonrisa—. Quizás hayas puesto nerviosos a algunos —le dijo, mientras le mostraba la botella que había recogido del lugar del pequeño incendio—. Deberías ir con cuidado mañana, quizás puedas pedirle a alguno de tus clientes que hagan aislantes mágicos. Se evitarían que los enfermos sufrieran daños colaterales —le pasó la botella a Eíri, el cual sin una pizca de vergüenza lamió uno de los bordes del cuello de la botella. Haciendo una mueca de desagrado antes de escupir en el suelo y soltar una disculpa por lo bajo.
—Hm, si hubieran querido hacer daño habrían usado mejores ingredientes. Los fuegos embotellados no se eliminan con hechizos de dispersión. Creo que alguien quería llamar tu atención —regresó la botella a Enid y así poder reforzar el agarre del querubín, para evitar que se le cayera al suelo. Eíri miró con sus ojos verdes de aire cansado a los que aún se encontraban ahí, y decidían marcharse. Parecía molesto por el hecho de que la consulta de su hermano se hubiese visto boicoteada por alguien—. ¿Seguirás por aquí mañana? Lo digo por si es posible pasar a verte de nuevo. Imagino que ya estás algo cansado y no nos apetece abusar más de tu tiempo. Al menos, por hoy.
Última edición por Irrlicht el Lun Ago 11, 2014 3:06 pm, editado 1 vez
Irrlicht- Mensajes : 43
Localización : Dónde nos lleve el viento (?)
Re: {Priv.} Alma, antorchas humanas, y otras desventuras.
Lo contraproducente del auspex y las criaturas maravillosas que poblaban el universo era la facilidad con la que podías distraerte, los ígneos son de las criaturas con auras más vibrantes y vigorosas del Multiverso. Al menos, las auras que eran sanas. El gemelo más alto tenía una sombra en esa maravillosa aura que se proyectaba densa y encogida. Laine suponía lo que eso significaba pero no estaba seguro, y quería algunas pruebas concretas antes de dictar diagnóstico.
Tratando de dejar de lado la pequeña simpatía que sentía hacia los recién conocidos—pues podía ver y notar que eran buenas personas—, Laine se concentró en el gemelo de ojos rojos, cuya personalidad y extraña mezcla de comentarios que no sabía cómo tomarse (¿?) le causaban curiosidad. Pero también estaban las manchas, recordaba haberlas visto, en algún tiempo, y no eran nada simple o término medio como lo que había venido atendiendo días anteriores. Rogaba estar un poco errado en suposiciones.
Laine levantó la mirada—de los tres ojos—hacia el gemelo cuando le tomó la mano, por unos segundos, sus ojitos se ensancharon. Algunas imágenes sin poder evitarlo se colaron en su cerebro, las sensaciones, y otras cosas más que de ser menos experimentado le habrían provocado un sobresalto acarreando momentos incómodos. Aprovechó la fuga de información para preguntarle cosas directamente a su mente y alma, pero abruptamente aquella conexión se cortó tan repentina como vino. Alguien vio fuego.
Hizo el ademán de seguir a su paciente, pero se quedó levantado y quieto. Otra conexión había llegado a su mente como un rayo. Veía al hombre de túnica marrón y antifaz alejarse de la multitud asustada, apretaba en sus nudillos un saquito con algo que, Laine supo que eran los restos de algo que no llegó a determinar bien. Tenía prisa en reunirse con su amo, estaba ofuscado y asustado de que lo regañaran, lo castigaran o castigaran a una de ellas en su lugar. Laine quiso saber más, pero algo pareció darse cuenta de que estaba entrando en la mente del individuo obligándolo a retroceder por acto reflejo. Lo que haría todo ladrón mental cuando está a punto de ser pillado.
Se llevó una mano a la frente, mareado. Dejó caer el cuerpo sobre el banco improvisado decidiendo cerrar y esconder su tercer ojo. Al cabo de un rato, el gemelo regresó a la tienda con una botella que indicaba lo sucedido afuera. Provocaciones, eso se pensaría sin duda. Después de que el gemelo de ojos verdes la examinara, Laine le pidió al de ojos rojos que se la diera un momento. Cuando la tocó, cerró los ojos y esperó que la información del objeto se vaciara en su mente.
—Puede que mañana no me encuentre aquí —dijo, soltando un suspiro, no sabía cuánto tiempo pensaba Azazel quedarse en Grandbolg y que tan seguro sería volver a poner su tienda, no por él, sino por los pacientes—, de todos modos, os debo esta consulta. Podemos continuarla en otro lugar. Uno seguro, por supuesto, si les parece.
Se levantó y comenzó a meter las pocas pertenencias que había utilizado para improvisar el consultorio. La lámpara de aceite, la lona, el banquillo, los pergaminos, botellas, tintas, plumas, sellos de cera y algunos frascos que podrían pasar por medicina. Todo lo metió en la maletita encantada, marca Kil’daggoth que no dejaba lugar a dudas.
—Vuestro hermano y compañero, no tiene una enfermedad o maldición cualquiera. Me parece que es el huésped de un espíritu colmena —les dijo, mirándoles sin disimular la preocupación—es decir, un espíritu en muchos, se instalan en cuerpos y los adaptan a sus necesidades, o tratan de hacerlo. Normalmente, si no es muy fuerte él se adaptaría a tus necesidades y podrías aprovechar su fuerza, pero no es el caso. Imagino que llegaste muy débil aquí —pues, no le cabía dudas de que no era de este mundo— eso hizo al huésped con tiempo de crecer y resistirte mejor, como no fue retirado a tiempo, ahora puede darte pelea.
Se levantó, con todo recogido y su maleta sellada. Tomó la mano del gemelo mayor y levantó la vista hacia ambos. Ambos involucrados.
—Si estoy en lo correcto, solo puedo eliminar al huésped actual. Lo sabio sería hacerlo antes de que se le ocurra poner crías en tu cuerpo. Sin embargo, al ser una colmena, la reina podría repoblar, ya a estas alturas debería tener un vínculo contigo y sentirá cuando mate a su criatura, tratará de resucitarla —sonríe de lado, aunque no por ello deja de parecer serio y preocupado—y yo podré sentir donde está, para que podáis matarla. Pueden quemar su panal, es la mejor forma, y ustedes tienen el fuego que puede hacer eso y mucho más. Debemos actuar rápido, si tienes el vínculo que creo por obviedad, debes tener con tu hermano, esto podría afectarle también a él.
Soltó la mano del gemelo y fue a ajustarse la capa blanco hueso, se colocó el broche de plata y algunos cinturones de eslabón inoxidable, en ellas las fundas de unas dagas dormían plácidamente.
—Ese es mi diagnóstico, podría estar equivocado, pero normalmente en estas cosas eso nunca pasa.
Y como odiaba que fuera así, muchas veces…
—Agradecería que nos moviéramos, pronto. Los médicos no estarán contentos y vendrán pronto a molestar.
Tratando de dejar de lado la pequeña simpatía que sentía hacia los recién conocidos—pues podía ver y notar que eran buenas personas—, Laine se concentró en el gemelo de ojos rojos, cuya personalidad y extraña mezcla de comentarios que no sabía cómo tomarse (¿?) le causaban curiosidad. Pero también estaban las manchas, recordaba haberlas visto, en algún tiempo, y no eran nada simple o término medio como lo que había venido atendiendo días anteriores. Rogaba estar un poco errado en suposiciones.
Laine levantó la mirada—de los tres ojos—hacia el gemelo cuando le tomó la mano, por unos segundos, sus ojitos se ensancharon. Algunas imágenes sin poder evitarlo se colaron en su cerebro, las sensaciones, y otras cosas más que de ser menos experimentado le habrían provocado un sobresalto acarreando momentos incómodos. Aprovechó la fuga de información para preguntarle cosas directamente a su mente y alma, pero abruptamente aquella conexión se cortó tan repentina como vino. Alguien vio fuego.
Hizo el ademán de seguir a su paciente, pero se quedó levantado y quieto. Otra conexión había llegado a su mente como un rayo. Veía al hombre de túnica marrón y antifaz alejarse de la multitud asustada, apretaba en sus nudillos un saquito con algo que, Laine supo que eran los restos de algo que no llegó a determinar bien. Tenía prisa en reunirse con su amo, estaba ofuscado y asustado de que lo regañaran, lo castigaran o castigaran a una de ellas en su lugar. Laine quiso saber más, pero algo pareció darse cuenta de que estaba entrando en la mente del individuo obligándolo a retroceder por acto reflejo. Lo que haría todo ladrón mental cuando está a punto de ser pillado.
Se llevó una mano a la frente, mareado. Dejó caer el cuerpo sobre el banco improvisado decidiendo cerrar y esconder su tercer ojo. Al cabo de un rato, el gemelo regresó a la tienda con una botella que indicaba lo sucedido afuera. Provocaciones, eso se pensaría sin duda. Después de que el gemelo de ojos verdes la examinara, Laine le pidió al de ojos rojos que se la diera un momento. Cuando la tocó, cerró los ojos y esperó que la información del objeto se vaciara en su mente.
—Puede que mañana no me encuentre aquí —dijo, soltando un suspiro, no sabía cuánto tiempo pensaba Azazel quedarse en Grandbolg y que tan seguro sería volver a poner su tienda, no por él, sino por los pacientes—, de todos modos, os debo esta consulta. Podemos continuarla en otro lugar. Uno seguro, por supuesto, si les parece.
Se levantó y comenzó a meter las pocas pertenencias que había utilizado para improvisar el consultorio. La lámpara de aceite, la lona, el banquillo, los pergaminos, botellas, tintas, plumas, sellos de cera y algunos frascos que podrían pasar por medicina. Todo lo metió en la maletita encantada, marca Kil’daggoth que no dejaba lugar a dudas.
—Vuestro hermano y compañero, no tiene una enfermedad o maldición cualquiera. Me parece que es el huésped de un espíritu colmena —les dijo, mirándoles sin disimular la preocupación—es decir, un espíritu en muchos, se instalan en cuerpos y los adaptan a sus necesidades, o tratan de hacerlo. Normalmente, si no es muy fuerte él se adaptaría a tus necesidades y podrías aprovechar su fuerza, pero no es el caso. Imagino que llegaste muy débil aquí —pues, no le cabía dudas de que no era de este mundo— eso hizo al huésped con tiempo de crecer y resistirte mejor, como no fue retirado a tiempo, ahora puede darte pelea.
Se levantó, con todo recogido y su maleta sellada. Tomó la mano del gemelo mayor y levantó la vista hacia ambos. Ambos involucrados.
—Si estoy en lo correcto, solo puedo eliminar al huésped actual. Lo sabio sería hacerlo antes de que se le ocurra poner crías en tu cuerpo. Sin embargo, al ser una colmena, la reina podría repoblar, ya a estas alturas debería tener un vínculo contigo y sentirá cuando mate a su criatura, tratará de resucitarla —sonríe de lado, aunque no por ello deja de parecer serio y preocupado—y yo podré sentir donde está, para que podáis matarla. Pueden quemar su panal, es la mejor forma, y ustedes tienen el fuego que puede hacer eso y mucho más. Debemos actuar rápido, si tienes el vínculo que creo por obviedad, debes tener con tu hermano, esto podría afectarle también a él.
Soltó la mano del gemelo y fue a ajustarse la capa blanco hueso, se colocó el broche de plata y algunos cinturones de eslabón inoxidable, en ellas las fundas de unas dagas dormían plácidamente.
—Ese es mi diagnóstico, podría estar equivocado, pero normalmente en estas cosas eso nunca pasa.
Y como odiaba que fuera así, muchas veces…
—Agradecería que nos moviéramos, pronto. Los médicos no estarán contentos y vendrán pronto a molestar.
Laine- Mensajes : 60
Localización : A donde me lleve el viento --y Azazel--
Re: {Priv.} Alma, antorchas humanas, y otras desventuras.
La tension se hizo palpable en el cuerpo de Enid. Ya se había esperado noticias nefastas acerca de lo que padecía. Pero con lo que no había contado era que aquello también podría llegar a afectarle a Eíri. Al fin y al cabo, ya había pasado mucho más que una década arrastrando aquel mal y, por suerte, su hermano nunca había parecido padecer nada de lo que él tenía.
Enid entrecerró los ojos y, con preocupación nada disimulada, dirigió la vista hacía su gemelo de ojos verdes. Al notar que Eíri había desconectado un momento porque el querubín comenzaba a reclamar atención, no pudo evitar sentir muchísimo alivio. El suficiente para calmar las llamas algo furiosas que habían comenzado a propagarse más allá de su cuello.
— Vamos a dejar primero a Antiel y Turin –el querubín y el señor mayor– a su posada, necesitan dormir —dijo Enid, una vez su pelo volvía a la normalidad y pudo ser capaz de usar un tono de voz que no fuese hostil.
El trío asintió y comenzaron con la marcha, ahora liderada por el anciano Turin, que era el único despierto –Antiel había vuelto a dormise– que conocía el camino a su próxima parada. Enid esperó a que el sanador estuviera listo antes de seguirles. Y para asegurarse de que no se quedaba atrás –porque a pesar de la momentánea hostilidad que le había nacido, le preocupaba que el próximo bote de fuego embotellado le diera en la cara, por ejemplo– le tomó de la mano. Tiró suave de él, asegurándose que no perdiera el rumbo por tener los sentidos en otro lugar.
— Realmente agradezco tu crudeza y sinceridad en lo referente a mi problema —comenzó a decir Enid, por debajo de la capucha podía notarse el leve brillo que emitían sus cabellos, a punto de arder en llamas—. Sin embargo, e independientemente de lo que a ti te parezca, hay cosas que no quiero que digas ni repitas mientras mi hermano esté presente —dirigió la mirada a los tres bobos que caminaban delante de ellos, su expresión no comunicaba absolutamente nada—. Hay muy pocas cosas que me hacen soportable la existencia en este mundo. Y él es una de ellas, no puedo permitir que siga cargando con más preocupaciones de las necesarias. Por ahora sólo necesita saber lo esencial. Lo del espíritu colmena y lo de que es posible rastrear a la supuesta reina —y con aquellas simples palabras Enid pudo poner fin a su pequeño problema de malhumor.
El camino hasta la posada fue relativamente corto, se encontraba algo alejada del sector de las enfermerías y más cerca de la zona residencial. Se notaba fácilmente el cambio por la calma y el silencio que había en el lugar.
Eíri y Turin, parecían escuchar muy atentos lo que Antiel les decía –al parecer se había despertado por el hambre–. Era una charla sobre astronomía –o algo parecido–. Señalaba las estrellas que conocía y citaba sus nombres. A veces, contaba alguna historia relacionada con los nombres que recibían. Enid, de tanto en cuando, ponía la oreja cuando algo le resultaba interesante y se preguntaba si el pequeñín había crecido en aquel mundo o pertenecía a otro, como Eíri y él. O como el sanador que acababan de conocer.
Al llegar a la posada, Eíri dejó en el suelo al querubín y junto a su gemelo rebuscaron en sus bolsas lo que les había quedado de comida para el resto del día. Entre las pocas cosas que quedaban, se les sumaban dos tarros medianos de miel. Por suerte ninguno de los dos iba a extrañarla, no eran de sus dulces favoritos y, en particular, para ganar energía extra o aportar más vitaminas a su cuerpo, preferían tirar de la jalea. Que en esa parte del mundo, en teoría más civilizado, tenía un precio desorbitado en algunas partes. Por suerte algo les quedaba de lo que Celeste les había dado antes de partir.
Quizás eso era de las pocas cosas que Enid extrañaba de Nara. Que pese haber sido arrasada, tenía ese aire de ser la tierra prometida, de dónde manaba leche y miel. En su caso, jalea y frutas.
El gemelo de ojos bermellones contuvo una carcajada al ser consciente de aquel pensamiento casi herético y decidió unirse a la tanda de abrazos y despedidas. De decir que no había sido nada, y que le agradaba haberles podido ayudar aunque fuera sólo un poco, que el mayor trabajo había sido del sanador cuyo nombre seguían desconociendo y cosas así. Y suspiró aliviado cuando todo llegó a su fin y no le quedó nada más por hacer, que observarles desaparecer en cuanto terminaron por subir las escaleras de la posada que les conducía a las habitaciones.
Eíri suspiró y regresó junto a su hermano para abrazarle. De algún modo parecía pesarle mucho más que antes el despedirse de la gente, incluso cuando no les conocía demasiado. Enid lo atribuía a un cansancio más emocional. Al fin y al cabo, le había arrastrado lejos de Nara pese a lo mucho que a él le gustaba vivir ahí. Sin embargo, no podía sentirse del todo culpable. Tenían que encontrar la manera de regresar a su mundo, y eso no lo harían esperando sentados a que les llegara la inspiración divina.
— Estaba pensando … —comenzó a decir Eíri, levantando un poco la mirada, al dirigirse a su hermano—. No sé si nuestra residencia actual pueda considerarse segura. Compartimos habitación con varias personas. Como pediste que siguiéramos la consulta en un lugar más seguro... no sé si te sea cómodo —continuó, esta vez dirigiendo su vista al sanador, al cual le dedicó una sonrisa de oreja a oreja—. Y gracias por atendernos en deshora y sin cobrarnos. Dudo que el tratamiento sea precisamente barato en cualquiera de las enfermerías oficiales. —añadió Eíri, su nariz se arrugó levemente cuando captó el olor de lo que parecía comida. Decidió ignorarlo temporalmente, tampoco tenía tanta hambre. Por ahora—. ¿Cómo prefieres hacerlo? ¿Quieres que te llevemos a nuestra habitación, entonces? —sonrío de un modo casi pícaro.
—Es un lugar relativamente seguro, según como quieras verlo y dependiendo de lo que sea para ti un lugar seguro— añadió Enid —. Hay buenas vías de escape, para lo que pueda ser.
Enid entrecerró los ojos y, con preocupación nada disimulada, dirigió la vista hacía su gemelo de ojos verdes. Al notar que Eíri había desconectado un momento porque el querubín comenzaba a reclamar atención, no pudo evitar sentir muchísimo alivio. El suficiente para calmar las llamas algo furiosas que habían comenzado a propagarse más allá de su cuello.
— Vamos a dejar primero a Antiel y Turin –el querubín y el señor mayor– a su posada, necesitan dormir —dijo Enid, una vez su pelo volvía a la normalidad y pudo ser capaz de usar un tono de voz que no fuese hostil.
El trío asintió y comenzaron con la marcha, ahora liderada por el anciano Turin, que era el único despierto –Antiel había vuelto a dormise– que conocía el camino a su próxima parada. Enid esperó a que el sanador estuviera listo antes de seguirles. Y para asegurarse de que no se quedaba atrás –porque a pesar de la momentánea hostilidad que le había nacido, le preocupaba que el próximo bote de fuego embotellado le diera en la cara, por ejemplo– le tomó de la mano. Tiró suave de él, asegurándose que no perdiera el rumbo por tener los sentidos en otro lugar.
— Realmente agradezco tu crudeza y sinceridad en lo referente a mi problema —comenzó a decir Enid, por debajo de la capucha podía notarse el leve brillo que emitían sus cabellos, a punto de arder en llamas—. Sin embargo, e independientemente de lo que a ti te parezca, hay cosas que no quiero que digas ni repitas mientras mi hermano esté presente —dirigió la mirada a los tres bobos que caminaban delante de ellos, su expresión no comunicaba absolutamente nada—. Hay muy pocas cosas que me hacen soportable la existencia en este mundo. Y él es una de ellas, no puedo permitir que siga cargando con más preocupaciones de las necesarias. Por ahora sólo necesita saber lo esencial. Lo del espíritu colmena y lo de que es posible rastrear a la supuesta reina —y con aquellas simples palabras Enid pudo poner fin a su pequeño problema de malhumor.
El camino hasta la posada fue relativamente corto, se encontraba algo alejada del sector de las enfermerías y más cerca de la zona residencial. Se notaba fácilmente el cambio por la calma y el silencio que había en el lugar.
Eíri y Turin, parecían escuchar muy atentos lo que Antiel les decía –al parecer se había despertado por el hambre–. Era una charla sobre astronomía –o algo parecido–. Señalaba las estrellas que conocía y citaba sus nombres. A veces, contaba alguna historia relacionada con los nombres que recibían. Enid, de tanto en cuando, ponía la oreja cuando algo le resultaba interesante y se preguntaba si el pequeñín había crecido en aquel mundo o pertenecía a otro, como Eíri y él. O como el sanador que acababan de conocer.
Al llegar a la posada, Eíri dejó en el suelo al querubín y junto a su gemelo rebuscaron en sus bolsas lo que les había quedado de comida para el resto del día. Entre las pocas cosas que quedaban, se les sumaban dos tarros medianos de miel. Por suerte ninguno de los dos iba a extrañarla, no eran de sus dulces favoritos y, en particular, para ganar energía extra o aportar más vitaminas a su cuerpo, preferían tirar de la jalea. Que en esa parte del mundo, en teoría más civilizado, tenía un precio desorbitado en algunas partes. Por suerte algo les quedaba de lo que Celeste les había dado antes de partir.
Quizás eso era de las pocas cosas que Enid extrañaba de Nara. Que pese haber sido arrasada, tenía ese aire de ser la tierra prometida, de dónde manaba leche y miel. En su caso, jalea y frutas.
El gemelo de ojos bermellones contuvo una carcajada al ser consciente de aquel pensamiento casi herético y decidió unirse a la tanda de abrazos y despedidas. De decir que no había sido nada, y que le agradaba haberles podido ayudar aunque fuera sólo un poco, que el mayor trabajo había sido del sanador cuyo nombre seguían desconociendo y cosas así. Y suspiró aliviado cuando todo llegó a su fin y no le quedó nada más por hacer, que observarles desaparecer en cuanto terminaron por subir las escaleras de la posada que les conducía a las habitaciones.
Eíri suspiró y regresó junto a su hermano para abrazarle. De algún modo parecía pesarle mucho más que antes el despedirse de la gente, incluso cuando no les conocía demasiado. Enid lo atribuía a un cansancio más emocional. Al fin y al cabo, le había arrastrado lejos de Nara pese a lo mucho que a él le gustaba vivir ahí. Sin embargo, no podía sentirse del todo culpable. Tenían que encontrar la manera de regresar a su mundo, y eso no lo harían esperando sentados a que les llegara la inspiración divina.
— Estaba pensando … —comenzó a decir Eíri, levantando un poco la mirada, al dirigirse a su hermano—. No sé si nuestra residencia actual pueda considerarse segura. Compartimos habitación con varias personas. Como pediste que siguiéramos la consulta en un lugar más seguro... no sé si te sea cómodo —continuó, esta vez dirigiendo su vista al sanador, al cual le dedicó una sonrisa de oreja a oreja—. Y gracias por atendernos en deshora y sin cobrarnos. Dudo que el tratamiento sea precisamente barato en cualquiera de las enfermerías oficiales. —añadió Eíri, su nariz se arrugó levemente cuando captó el olor de lo que parecía comida. Decidió ignorarlo temporalmente, tampoco tenía tanta hambre. Por ahora—. ¿Cómo prefieres hacerlo? ¿Quieres que te llevemos a nuestra habitación, entonces? —sonrío de un modo casi pícaro.
—Es un lugar relativamente seguro, según como quieras verlo y dependiendo de lo que sea para ti un lugar seguro— añadió Enid —. Hay buenas vías de escape, para lo que pueda ser.
Última edición por Irrlicht el Lun Ago 11, 2014 3:06 pm, editado 1 vez
Irrlicht- Mensajes : 43
Localización : Dónde nos lleve el viento (?)
Re: {Priv.} Alma, antorchas humanas, y otras desventuras.
De nuevo, agradecía no ser un principiante en lo que se refería a controlar el auspex y lo que significaba tenerlo como habilidad pasiva, porque de lo contrario habría evitado el contacto de la mano del gemelo de ojos rojos como si literalmente le ardiera. Comprendía sus razones para estar molesto, pero dadas las circunstancias de Laine no había reparado en efectos secundarios o en cómo decir las cosas, principalmente porque su mente estaba dividida, entre el tiempo que podía quedarle con ellos y el tiempo en que podía salir a buscar a ese ghoul.
—Lamento no haberme reservado cosas, no sabía que debiera hacerlo y no tuve el tiempo para preguntarlo o enterarme —respondió, su tono estaba desprovisto de molestias o incomodidad, sonaba tranquilo, también— si te sirve de algo, aquello son solo los extremos. Eres una criatura fuerte —maravillosa también— como tu hermano, nada de eso ocurrirá. La infección por medio de vínculos es solo si la ocupación de tu cuerpo empeora al grado de que tu propia existencia desapareciera, lo cual, no pasará. Principalmente porque haré la limpieza, os daré la ubicación y lo demás correrá por vuestra cuenta, que si es como lo veo, no tendréis ningún problema.
Así también decidió zanjar el asunto y permanecer callado el resto del camino, Laine se permitió cerrar los ojos y medio descansar su mente mientras dejaba a su cuerpo caminar solo, evitando tropezar o cosas parecidas en lo que le permitiera los otros sentidos. No quería reconocer que estaba un poco cansado, había estado curando sin parar durante todo el día a muchos, y recibiendo información de golpe. Pensó que cuando acabara con los gemelos de hacer una pequeña pausa para alimentarse de la energía y recargarse un poco, así volver por el rastro.
Se despidió del anciano y el pequeñín con una sonrisa leve y un ademán de la mano libre. La razón por la que no soltaba al gemelo se debía a que el contacto le ayudaba a comunicarse con su alma y su mente, era cierto que tenía acceso a limitada información sobre ambos de forma directa y sin poder evitarlo, pero tampoco le interesaba indagar más, era grosero meterse en la vida de alguien sin que te lo pidieran. La información extra le ayudaba a sacar deducciones, en ese caso, no le llevaba a mucho que no pudiera ver en su alma sobre la enfermedad… que a cada segundo le resultaba cada vez más extraña.
No dudaba de haber dado un diagnóstico errado, lo había hecho en base al comportamiento del ente dentro del cuerpo del gemelo y el de su alma, pero a veces esa simple misiva podría contener un margen de error. Era el primer espíritu colmena que Laine venía ser tan poco activo, pero denso, muy denso. Aquellos bichos solían ser torpes y suicidas. Luchaban, siempre luchaban contra el ocupante, incluso si sabían que tenían la pelea perdida. Este, en cambio, se retraía, pero no por eso cedía. Era estático, y temía el strigoi que también fuera inteligente, porque no estaría tratando con un caso premeditado y la improvisación siempre conllevaba a errores.
—Mientras hayan buenas vías de escape, estará bien para mí —respondió, esbozando una sonrisa tranquila, ante todo la amabilidad no se le escapaba por un segundo— no es nada, saben que los míos tenemos la filosofía de ayudar desinteresadamente. Me alegró un poco ver que hubiera viajeros que conocieran algo de eso. Aquí, lo mucho que llegué a saber que sabían, éramos como un cuento de hadas, una leyenda o algo parecido. —Rascó un poco su nuca, casi flojo. —Les sigo, soy todo vuestro.
El camino a la otra posada se le hizo corto y casi silencioso, quizás porque estaba en modo pensativo y observador, por si a alguien se le ocurría alguna venganza por ladrón de pacientes, o los engranajes de su plan comenzaban a girar. No hubo altercados en el camino ni al llegar. Abajo en la cantina muchos comían y bebían, charlaban ruidosamente cual bar local. Ignorando todo ello, subieron a la habitación múltiple que por suerte estaba vacía, y Laine pidió al gemelo de ojos rojos que se tumbara en la cama ocupaban temporalmente. Se colocó al lado, en un banquillo, con la maletita de viaje descansando en su regazo.
—Cierra los ojos, deja la mente en blanco —su tono de voz era sedoso— no te sobresaltes si por momentos sientes frío.
Con esa pequeña advertencia, Laine abrió el tercer ojo haciendo emerger una pequeña bruma azul metálica, de este emanó un rayo blanquecino que se fundió en el pecho del gemelo de ojos rojos, rayo que tomó cierta elasticidad como si se tratara de un lazo, que ahora sujetaban algo negro y viscoso que sacaba del alma del ígneo-dragón. El Salubri abrió un tanto los ojos, como si aquella visión también le tomara por sorpresa, que de hecho, así era. La cosa estaba luchando por desatarse con mucha furia y parecía mirar fijamente a su captor, de un modo que, se sentía como si entendiera la clase de esencia que estaba atacándolo. Era más que inteligente, era peligroso.
—Retrocede —le pidió al gemelo de ojos verdes.
Del ojo salieron otros haces de luz parecidos al lazo que ataron a la criatura hasta estrangularla. Lo apuñalaron hasta literalmente hacerle explotar. Una onda por el impacto empujó a Laine hacia atrás, tumbándole al suelo bastante aturdido.
Un segundo antes de la explosión, su auspex había captado algo… algo se acercaba. Algo malo.
Laine tuvo que luchar un poco por no perder la consciencia cuando una de las vigas de madera en el techo casi le daba en la cabeza en el momento que un segundo impacto se sintió en los cimientos de la posada, como si alguien acabara de detonar una bomba.
—Lamento no haberme reservado cosas, no sabía que debiera hacerlo y no tuve el tiempo para preguntarlo o enterarme —respondió, su tono estaba desprovisto de molestias o incomodidad, sonaba tranquilo, también— si te sirve de algo, aquello son solo los extremos. Eres una criatura fuerte —maravillosa también— como tu hermano, nada de eso ocurrirá. La infección por medio de vínculos es solo si la ocupación de tu cuerpo empeora al grado de que tu propia existencia desapareciera, lo cual, no pasará. Principalmente porque haré la limpieza, os daré la ubicación y lo demás correrá por vuestra cuenta, que si es como lo veo, no tendréis ningún problema.
Así también decidió zanjar el asunto y permanecer callado el resto del camino, Laine se permitió cerrar los ojos y medio descansar su mente mientras dejaba a su cuerpo caminar solo, evitando tropezar o cosas parecidas en lo que le permitiera los otros sentidos. No quería reconocer que estaba un poco cansado, había estado curando sin parar durante todo el día a muchos, y recibiendo información de golpe. Pensó que cuando acabara con los gemelos de hacer una pequeña pausa para alimentarse de la energía y recargarse un poco, así volver por el rastro.
Se despidió del anciano y el pequeñín con una sonrisa leve y un ademán de la mano libre. La razón por la que no soltaba al gemelo se debía a que el contacto le ayudaba a comunicarse con su alma y su mente, era cierto que tenía acceso a limitada información sobre ambos de forma directa y sin poder evitarlo, pero tampoco le interesaba indagar más, era grosero meterse en la vida de alguien sin que te lo pidieran. La información extra le ayudaba a sacar deducciones, en ese caso, no le llevaba a mucho que no pudiera ver en su alma sobre la enfermedad… que a cada segundo le resultaba cada vez más extraña.
No dudaba de haber dado un diagnóstico errado, lo había hecho en base al comportamiento del ente dentro del cuerpo del gemelo y el de su alma, pero a veces esa simple misiva podría contener un margen de error. Era el primer espíritu colmena que Laine venía ser tan poco activo, pero denso, muy denso. Aquellos bichos solían ser torpes y suicidas. Luchaban, siempre luchaban contra el ocupante, incluso si sabían que tenían la pelea perdida. Este, en cambio, se retraía, pero no por eso cedía. Era estático, y temía el strigoi que también fuera inteligente, porque no estaría tratando con un caso premeditado y la improvisación siempre conllevaba a errores.
—Mientras hayan buenas vías de escape, estará bien para mí —respondió, esbozando una sonrisa tranquila, ante todo la amabilidad no se le escapaba por un segundo— no es nada, saben que los míos tenemos la filosofía de ayudar desinteresadamente. Me alegró un poco ver que hubiera viajeros que conocieran algo de eso. Aquí, lo mucho que llegué a saber que sabían, éramos como un cuento de hadas, una leyenda o algo parecido. —Rascó un poco su nuca, casi flojo. —Les sigo, soy todo vuestro.
El camino a la otra posada se le hizo corto y casi silencioso, quizás porque estaba en modo pensativo y observador, por si a alguien se le ocurría alguna venganza por ladrón de pacientes, o los engranajes de su plan comenzaban a girar. No hubo altercados en el camino ni al llegar. Abajo en la cantina muchos comían y bebían, charlaban ruidosamente cual bar local. Ignorando todo ello, subieron a la habitación múltiple que por suerte estaba vacía, y Laine pidió al gemelo de ojos rojos que se tumbara en la cama ocupaban temporalmente. Se colocó al lado, en un banquillo, con la maletita de viaje descansando en su regazo.
—Cierra los ojos, deja la mente en blanco —su tono de voz era sedoso— no te sobresaltes si por momentos sientes frío.
Con esa pequeña advertencia, Laine abrió el tercer ojo haciendo emerger una pequeña bruma azul metálica, de este emanó un rayo blanquecino que se fundió en el pecho del gemelo de ojos rojos, rayo que tomó cierta elasticidad como si se tratara de un lazo, que ahora sujetaban algo negro y viscoso que sacaba del alma del ígneo-dragón. El Salubri abrió un tanto los ojos, como si aquella visión también le tomara por sorpresa, que de hecho, así era. La cosa estaba luchando por desatarse con mucha furia y parecía mirar fijamente a su captor, de un modo que, se sentía como si entendiera la clase de esencia que estaba atacándolo. Era más que inteligente, era peligroso.
—Retrocede —le pidió al gemelo de ojos verdes.
Del ojo salieron otros haces de luz parecidos al lazo que ataron a la criatura hasta estrangularla. Lo apuñalaron hasta literalmente hacerle explotar. Una onda por el impacto empujó a Laine hacia atrás, tumbándole al suelo bastante aturdido.
Un segundo antes de la explosión, su auspex había captado algo… algo se acercaba. Algo malo.
Laine tuvo que luchar un poco por no perder la consciencia cuando una de las vigas de madera en el techo casi le daba en la cabeza en el momento que un segundo impacto se sintió en los cimientos de la posada, como si alguien acabara de detonar una bomba.
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Localización : A donde me lleve el viento --y Azazel--
Re: {Priv.} Alma, antorchas humanas, y otras desventuras.
Eíri se había apartado como el sanador le pidió. Agradecía tener la capucha aun calada sobre la cabeza porque sus orejas seguían tan rojas que pronto, imaginaba, comenzarían a emitir llamitas –recordaba vagamente que cuando era niño siempre tenía llamas eternas que le bailaban en la punta de las orejas, muy poco llamativo–. Su mente divagaba en lo poco que podía sentir de su hermano, que en ese momento era mucho dolor.
Antes de que cualquiera pudiera recuperarse de esa primera onda expansiva que había sido expulsada del cuerpo de Enid, una nueva explosión generalizada hizo que la posada temblara hasta sus cimientos. Sin pensarlo dos veces, puesto que ya era algo tan normal para él como lo era respirar, creó de sus manos dos llamas que tomaron una forma alargada, como de sogas, cuando el gemelo de ojos verdes hizo un movimiento circular con los brazos antes de lanzarlas contra la viga. Las aparentes cuerdas de fuego rodearon la viga y con un solo movimiento fluido de Eíri cayó entre el sanador y él, sin dañar a ninguno de los dos.
— ¡Enid! —llamó Eíri, en su tono de voz podía denotarse aún la sorpresa que todo aquello le había provocado.
Enid, que aún seguía mareado y adolorido, tuvo que hacer un esfuerzo bestial para saltar de la cama y colgarse de nuevo la mochila en la espalda. Observó de reojo al sanador, tratando de pensar con rapidez qué era lo mejor para ellos, pero, entre los susurros que ahora poblaban su mente y los gritos histéricos de la multitud que se hospedaba en el albergue y sus alrededores, no le resultaba fácil llegar a una conclusión que le llegase a gustar.
Era obvio que no venían a por ninguno de ellos. El problemático era el sanador y no podían quedarse ahí para ver como entraban quienes fueran. En otro momento podrían haberse hecho cargo, pero ahora no. La única solución era huir, pero tampoco era fácil hacerlo cuando uno de los tres parecía pasearse con un cartel lumínico anunciando que era.
—Saca tu capa de viaje, el blanco va a ser tan vistoso como su aura —dijo Enid, finalmente, mientras sin mucha reverencia comenzaba a quitarle la capa y sus ornamentos al sanador, procurando no ser muy brusco pese a la prisa que si llevaba. La mejor oportunidad era salir correteando con un grupo grande—. Trata de absorber lo que voy a darte cambiará por un ratito las bases de tu aura. Se supone que vosotros soléis tener colores más pálidos, ¿no? Al menos por unos segundos les tendrás tan atontados como nos han dejado a nosotros —explicó, casi gruñendo por lo bajo al mismo tiempo que la mayor parte de su cuerpo se prendía en llamas que se tornaron azules, y así terminó por aupar al sanador –cuyo nombre seguían desconociendo–, abrazándole y dejando que las llamas se propagasen también por su cuerpo durante varios segundos. Los que tardaron en cruzar toda la habitación y llegar a la puerta.
El pasillo estaba abarrotado de peregrinos y grupos algo exaltados que veían de como bajar por las escaleras con cuidado, puesto que otra viga de madera había caído sobre estas, dificultando el paso al entresuelo. Enid y Eíri se quedaron junto a un pequeño grupo de feéricos. Sabían que sus estridentes y fumadas auras desconcertaban a todos, y al apegarse a las de otros que estuvieran cercanos a ellos, resultaba un buen camuflaje.
— Ya os había dicho que este lugar tenía malas vibraciones –dijo una de las del grupo, tenía el pelo ondulado y muy largo, de un color rosa palo —. Ni siquiera compartir habitación con linduras merece la pena.
Lo que parecía ser una ninfa, se cruzó de brazos e hizo un puchero, haciendo que otros de sus compañeros se unieran a las quejas. Durante algunos segundos. Parecían impacientes por marcharse, probablemente porque podían notar cosas que el resto de razas del plano mortal no podía.
—Iremos a nuestra posada favorita, entonces —sentenció una criaturita de la misma estatura que Eíri, de piel verdosa y cabellos azules, sus mechones estaban revueltos y le daban un toque gracioso a todo él, casi pícaro.
Éste, al notar la presencia de los gemelos les sonrió amistosamente. Era uno de sus compañeros de habitación. No habían hablado mucho, pero lo suficiente como para que al duende le encantara la actitud casi troll de los gemelos para con muchos. Sus ojos se posaron en el tercer individuo que les acompañaba –que seguía en brazos de Enid– y luego al gemelo de ojos rojos. Su expresión no denotó nada, pero de nuevo adquirió ese aire que tenían todos los feéricos demasiado suspicaces para su propio bien, y de aquellos que le rodeaban.
— Yo creía que veníais para disfrutar de los enfermeros, pero no entendía hasta qué extensión llegaba eso —bromeó, guiñándoles un ojo y dándole un suave codazo a Eíri que pareció balbucear algo al mismo tiempo que se le escapaba el aire—. ¿Por qué no venís con nosotros? Así cuando regresemos a nuestras tiendas en el Nexo podremos contarles a nuestros compañeros que raptamos a tres jovencitos inocentes~ Les hablaremos de esta noche tan intensa. Por supuesto, sin detalles. Es mucho más divertido cuando piensan lo que les apetece. Así la envidia les corroe más y resulta hilarante —el duende volvió a reír y se abrazó con gesto mimoso a Eíri para seguir en la línea de su broma. Sin embargo y por un lapso de tiempo su expresión cambio, cuando dirigió la vista a Enid.
Finalmente, accedieron a acompañarles, aprovechando que el temblor de la posada era menor. Otro del grupo de feéricos creó un puente que les dejaba justo en frente de la entrada de la posada / albergue y que todos pudieron cruzar para abandonar el edificio maltrecho.
Lo que fuera que hubiese atacado el lugar, parecía haberse vuelto a ocultar. Quizás porque no había considerado lo inoportuno que sería que una panda de seres mágicos comenzara a repartir hostias épicas porque no les habían permitido seguir con su fiesta tranquila.
Por su parte, Eíri y Enid, agradecieron que la cosa no hubiera llegado a más, por varias razones: Enid no se encontraba en disposición de hacer demasiado en aquel momento –enturbiado así como se sentía después de haber sido despojado del espíritu que se suponía que ya no tenía dentro–, el sanador no parecía estar tampoco bien por culpa de todos los esfuerzos que había hecho durante todo el día, y Eíri no podía con los dos en caso de que se vieran inmersos en una situación demasiado intensa.
Alaunylene –así se llamaba el duende de pelo azul– les guió hasta lo que el resto llamaba su usual posada. El camino hasta ella fue divertido, teniendo en cuenta que iban con un grupo de feéricos salvajes que iban cantando y haciendo chistes de lo que les apetecía. Y pese a que a veces Eíri participaba, no resultaba lo mismo al sentirse –al menos dos, del trío de no-feéricos– exhaustos –de forma física o emocional, era lo mismo–.
Lo que no esperaron, y recibieron con genuina sorpresa fue que su parada era justo debajo de un puente que unía la zona de residencias con la de enfermerías. La compañera de pelo rosado de Alaunylene al ver sus expresiones no pudo evitar reírse, mientras se apartaba con gesto coqueto algunos mechones que le tapaban el lado izquierdo del rostro, en el cual relucían varias escamas de color rojo anaranjado.
— Puede que hasta tengamos antepasados en común —bromeó ella, antes de pegar ese mismo lado escamoso de su rostro contra algunas piedras del puente—. Normalmente nadie que no sea nuestro gremio puede usar esta posada, pero como sois nuestros invitados pagaremos por vosotros. A no ser que no os importe pagar con vuestro cuerpo —se encogió de hombros, haciéndose a un lado en el momento que un muy leve haz de luz comenzó a brillar sobre algunos ladrillos, dibujando la silueta de lo que era una puerta doble—. A nosotros no nos gustan las tareas del hogar. Y aunque os estaría eternamente agradecida de que nos regalaseis la visión de tan altos seres haciendo trabajos domésticos, os recomendaría descansar. Dos de vosotros no parecéis estar bien.
Cuando la puerta terminó de dibujarse sobre los ladrillos, la ninfa –medio dragón– de cabellos rosados la entreabrió y se hizo a un lado. Instando al resto del grupo a entrar primero. Cuando todos estuvieron dentro, la mujer cerró la puerta. Sellándola de nuevo. Alaunylene explicó que solo alguien de alto nivel en su gremio –de mercaderes feéricos– podía abrir la puerta. Era uno de los muchos detalles que componían el sistema de seguridad de sus residencias.
La única razón por la que no querían usarla, era por el precio en almas que le costaba permanecer por más de tres días. Por mucho grupo que fueran, la seguridad y el lujo no se mantenían por arte de magia, y si lo hacía, no era por una magia precisamente barata.
El lugar parecía sacado de un cuento de hadas. era como si hubiesen robado un trozo de bosque feérico y lo hubiesen atado con magias a ese lugar. Las casas/habitaciones estaban acopladas a los árboles y se conectaban a ellos por medio de puentes, el lugar se iluminaba por la luz que desprendían algunos árboles muy delgados y altísimos.
Sin duda, era un lugar digno de quedarse embobado.
—Podéis quedaros el tiempo que necesitéis. Nosotros no saldremos de aquí en días, en vista de que no podemos pasarlo bien sin que nos derriben la posada —medio bromeó Alaunylene, encogiéndose de hombros. Se puso de puntillas para contemplar con más curiosidad el rostro del sanador, y compuso una mueca preocupada—. También tengo algo para él. Le quitará el agotamiento, se ha desgastado mucho hoy. No quiero que lo paguéis ahora, ni con almas. Es un intercambio, os doy algo para los dos. Y me deberéis un favor. Uno por cada uno, claro —explicó, esbozando una sonrisa muy pícara—. Siempre me ha gustado comerciar con favores, más que con almas~
Antes de que cualquiera pudiera recuperarse de esa primera onda expansiva que había sido expulsada del cuerpo de Enid, una nueva explosión generalizada hizo que la posada temblara hasta sus cimientos. Sin pensarlo dos veces, puesto que ya era algo tan normal para él como lo era respirar, creó de sus manos dos llamas que tomaron una forma alargada, como de sogas, cuando el gemelo de ojos verdes hizo un movimiento circular con los brazos antes de lanzarlas contra la viga. Las aparentes cuerdas de fuego rodearon la viga y con un solo movimiento fluido de Eíri cayó entre el sanador y él, sin dañar a ninguno de los dos.
— ¡Enid! —llamó Eíri, en su tono de voz podía denotarse aún la sorpresa que todo aquello le había provocado.
Enid, que aún seguía mareado y adolorido, tuvo que hacer un esfuerzo bestial para saltar de la cama y colgarse de nuevo la mochila en la espalda. Observó de reojo al sanador, tratando de pensar con rapidez qué era lo mejor para ellos, pero, entre los susurros que ahora poblaban su mente y los gritos histéricos de la multitud que se hospedaba en el albergue y sus alrededores, no le resultaba fácil llegar a una conclusión que le llegase a gustar.
Era obvio que no venían a por ninguno de ellos. El problemático era el sanador y no podían quedarse ahí para ver como entraban quienes fueran. En otro momento podrían haberse hecho cargo, pero ahora no. La única solución era huir, pero tampoco era fácil hacerlo cuando uno de los tres parecía pasearse con un cartel lumínico anunciando que era.
—Saca tu capa de viaje, el blanco va a ser tan vistoso como su aura —dijo Enid, finalmente, mientras sin mucha reverencia comenzaba a quitarle la capa y sus ornamentos al sanador, procurando no ser muy brusco pese a la prisa que si llevaba. La mejor oportunidad era salir correteando con un grupo grande—. Trata de absorber lo que voy a darte cambiará por un ratito las bases de tu aura. Se supone que vosotros soléis tener colores más pálidos, ¿no? Al menos por unos segundos les tendrás tan atontados como nos han dejado a nosotros —explicó, casi gruñendo por lo bajo al mismo tiempo que la mayor parte de su cuerpo se prendía en llamas que se tornaron azules, y así terminó por aupar al sanador –cuyo nombre seguían desconociendo–, abrazándole y dejando que las llamas se propagasen también por su cuerpo durante varios segundos. Los que tardaron en cruzar toda la habitación y llegar a la puerta.
El pasillo estaba abarrotado de peregrinos y grupos algo exaltados que veían de como bajar por las escaleras con cuidado, puesto que otra viga de madera había caído sobre estas, dificultando el paso al entresuelo. Enid y Eíri se quedaron junto a un pequeño grupo de feéricos. Sabían que sus estridentes y fumadas auras desconcertaban a todos, y al apegarse a las de otros que estuvieran cercanos a ellos, resultaba un buen camuflaje.
— Ya os había dicho que este lugar tenía malas vibraciones –dijo una de las del grupo, tenía el pelo ondulado y muy largo, de un color rosa palo —. Ni siquiera compartir habitación con linduras merece la pena.
Lo que parecía ser una ninfa, se cruzó de brazos e hizo un puchero, haciendo que otros de sus compañeros se unieran a las quejas. Durante algunos segundos. Parecían impacientes por marcharse, probablemente porque podían notar cosas que el resto de razas del plano mortal no podía.
—Iremos a nuestra posada favorita, entonces —sentenció una criaturita de la misma estatura que Eíri, de piel verdosa y cabellos azules, sus mechones estaban revueltos y le daban un toque gracioso a todo él, casi pícaro.
Éste, al notar la presencia de los gemelos les sonrió amistosamente. Era uno de sus compañeros de habitación. No habían hablado mucho, pero lo suficiente como para que al duende le encantara la actitud casi troll de los gemelos para con muchos. Sus ojos se posaron en el tercer individuo que les acompañaba –que seguía en brazos de Enid– y luego al gemelo de ojos rojos. Su expresión no denotó nada, pero de nuevo adquirió ese aire que tenían todos los feéricos demasiado suspicaces para su propio bien, y de aquellos que le rodeaban.
— Yo creía que veníais para disfrutar de los enfermeros, pero no entendía hasta qué extensión llegaba eso —bromeó, guiñándoles un ojo y dándole un suave codazo a Eíri que pareció balbucear algo al mismo tiempo que se le escapaba el aire—. ¿Por qué no venís con nosotros? Así cuando regresemos a nuestras tiendas en el Nexo podremos contarles a nuestros compañeros que raptamos a tres jovencitos inocentes~ Les hablaremos de esta noche tan intensa. Por supuesto, sin detalles. Es mucho más divertido cuando piensan lo que les apetece. Así la envidia les corroe más y resulta hilarante —el duende volvió a reír y se abrazó con gesto mimoso a Eíri para seguir en la línea de su broma. Sin embargo y por un lapso de tiempo su expresión cambio, cuando dirigió la vista a Enid.
Finalmente, accedieron a acompañarles, aprovechando que el temblor de la posada era menor. Otro del grupo de feéricos creó un puente que les dejaba justo en frente de la entrada de la posada / albergue y que todos pudieron cruzar para abandonar el edificio maltrecho.
Lo que fuera que hubiese atacado el lugar, parecía haberse vuelto a ocultar. Quizás porque no había considerado lo inoportuno que sería que una panda de seres mágicos comenzara a repartir hostias épicas porque no les habían permitido seguir con su fiesta tranquila.
Por su parte, Eíri y Enid, agradecieron que la cosa no hubiera llegado a más, por varias razones: Enid no se encontraba en disposición de hacer demasiado en aquel momento –enturbiado así como se sentía después de haber sido despojado del espíritu que se suponía que ya no tenía dentro–, el sanador no parecía estar tampoco bien por culpa de todos los esfuerzos que había hecho durante todo el día, y Eíri no podía con los dos en caso de que se vieran inmersos en una situación demasiado intensa.
Alaunylene –así se llamaba el duende de pelo azul– les guió hasta lo que el resto llamaba su usual posada. El camino hasta ella fue divertido, teniendo en cuenta que iban con un grupo de feéricos salvajes que iban cantando y haciendo chistes de lo que les apetecía. Y pese a que a veces Eíri participaba, no resultaba lo mismo al sentirse –al menos dos, del trío de no-feéricos– exhaustos –de forma física o emocional, era lo mismo–.
Lo que no esperaron, y recibieron con genuina sorpresa fue que su parada era justo debajo de un puente que unía la zona de residencias con la de enfermerías. La compañera de pelo rosado de Alaunylene al ver sus expresiones no pudo evitar reírse, mientras se apartaba con gesto coqueto algunos mechones que le tapaban el lado izquierdo del rostro, en el cual relucían varias escamas de color rojo anaranjado.
— Puede que hasta tengamos antepasados en común —bromeó ella, antes de pegar ese mismo lado escamoso de su rostro contra algunas piedras del puente—. Normalmente nadie que no sea nuestro gremio puede usar esta posada, pero como sois nuestros invitados pagaremos por vosotros. A no ser que no os importe pagar con vuestro cuerpo —se encogió de hombros, haciéndose a un lado en el momento que un muy leve haz de luz comenzó a brillar sobre algunos ladrillos, dibujando la silueta de lo que era una puerta doble—. A nosotros no nos gustan las tareas del hogar. Y aunque os estaría eternamente agradecida de que nos regalaseis la visión de tan altos seres haciendo trabajos domésticos, os recomendaría descansar. Dos de vosotros no parecéis estar bien.
Cuando la puerta terminó de dibujarse sobre los ladrillos, la ninfa –medio dragón– de cabellos rosados la entreabrió y se hizo a un lado. Instando al resto del grupo a entrar primero. Cuando todos estuvieron dentro, la mujer cerró la puerta. Sellándola de nuevo. Alaunylene explicó que solo alguien de alto nivel en su gremio –de mercaderes feéricos– podía abrir la puerta. Era uno de los muchos detalles que componían el sistema de seguridad de sus residencias.
La única razón por la que no querían usarla, era por el precio en almas que le costaba permanecer por más de tres días. Por mucho grupo que fueran, la seguridad y el lujo no se mantenían por arte de magia, y si lo hacía, no era por una magia precisamente barata.
El lugar parecía sacado de un cuento de hadas. era como si hubiesen robado un trozo de bosque feérico y lo hubiesen atado con magias a ese lugar. Las casas/habitaciones estaban acopladas a los árboles y se conectaban a ellos por medio de puentes, el lugar se iluminaba por la luz que desprendían algunos árboles muy delgados y altísimos.
Sin duda, era un lugar digno de quedarse embobado.
—Podéis quedaros el tiempo que necesitéis. Nosotros no saldremos de aquí en días, en vista de que no podemos pasarlo bien sin que nos derriben la posada —medio bromeó Alaunylene, encogiéndose de hombros. Se puso de puntillas para contemplar con más curiosidad el rostro del sanador, y compuso una mueca preocupada—. También tengo algo para él. Le quitará el agotamiento, se ha desgastado mucho hoy. No quiero que lo paguéis ahora, ni con almas. Es un intercambio, os doy algo para los dos. Y me deberéis un favor. Uno por cada uno, claro —explicó, esbozando una sonrisa muy pícara—. Siempre me ha gustado comerciar con favores, más que con almas~
Última edición por Irrlicht el Lun Ago 11, 2014 3:05 pm, editado 1 vez
Irrlicht- Mensajes : 43
Localización : Dónde nos lleve el viento (?)
Re: {Priv.} Alma, antorchas humanas, y otras desventuras.
El estado de Laine podía describirse como épicamente atontado desde la segunda explosión. No opuso resistencia en cuanto a la ayuda que le brindaron los gemelos—sabía sus nombres, a diferencia de ellos, porque los había leído en sus cabecitas—, cuando el gemelo rojo le quitó la capa blanco hueso que sostuvo en su regazo como un amasijo de tela mientras era cargado y cubierto de llamas azules que pese a saber la función que tendrían al asimilarlas le dejaron en un estado de relajación, sin quitarle la tontería de encima.
El que hubieran terminado siguiendo una panda de seres feéricos y escuchado comentarios tan propios de ellos en los que Laine no sabía si le hacían gracia o le troleaban (¿?) evidentemente escapó de su alcance en ese momento. En su normalidad se habría sentido muy incómodo de ir en brazos, porque le hacía sentir vulnerable, pero estaba cansado. La lucha contra el ente había agotado buena parte de la reserva que tenía pensada para cuando fuera a perseguir al ghoul. Además de eso, el calor del gemelo le reconfortaba y relajaba aunque quisiera evitarlo por mantenerse en guardia.
Así que Laine se dejó hacer, calladito y obediente. Tuvo que hacer un esfuerzo por mantener los ojos entrecerrados y no ceder a bloquear su vista, necesitaba saber por dónde iban y a dónde llegarían, lo que para su sorpresa, le despertó por varios segundos de admiración. La posada del gremio de aquellas criaturas era poco más que preciosa y deslumbrante, no tenía nada que envidiar a los cuentos de hadas.
—Si es por favores creo que estoy al cuello de deudas y no solo con usted —le dijo al duende, haciendo referencia a los gemelos—gracias por ocuparse de mí. Puedo andar, no es bueno que me sigas llevando ahora que te urge tumbarte —le dijo al gemelo de ojos rojos, separándose de él con cuidado. Una vez en el suelo, Laine cerró los ojos un momento intentando no marearse, y los abrió cuando supo que el suelo no se movería bajo sus pies. —Agradezco la hospitalidad de los suyos, ¿podrías mostrarnos donde dormir?
Por como habían sucedido las cosas, no le quedaba más opción que aceptar el pasar la noche allí. Azazel tendría un ataque épico de rabieta cuando no lo encontrara en la posada donde tenían acordado quedarse, más todavía cuando sus agentes no hallaran rastro de él en la ciudad. Algo de eso provocaba risas internas troles en Laine, más que preocuparle, le encantaba provocarle migrañas a la bruja roja. Así que sin mayores preocupaciones, subió a la casa árbol que les apartaron para descansar, equipada y con comida, además.
Como Laine no sabía si eran comidas del conocido sub-reino, decidió preguntarlo directamente—pues, estos seres eran incapaces de mentir literalmente—y la respuesta fue negativa, al igual que los tónicos de Alaunylene para recuperarse del agotamiento. De ese modo se aseguraba de que no hubiera una trampa doble que hiciera realidad el secuestro de tres jóvenes inocentes. No le convenía nada acabar atrapado en un mundo de troles iguales o peores a él.
También, algo había escuchado de las bebidas feéricas del sub-reino, y no iba a preguntar por los efectos directamente porque ya era demasiado grosero haber dudado abiertamente de la comida y la medicina; aunque para Laine fuera lo más natural del mundo. Todos sabían lo poco que gustaban los no-vivos a los feéricos, por cálidos que pudieran sentirse o por vivos que parecieran. Esperó que los gemelos se tumbaran en la cama que les correspondía para después acercarse al que tenía ojos rojos, con cara de que la consulta no había terminado.
—El ente… creo que podría estar equivocado y no es una colmena ordinaria, o puede que ni siquiera sea eso —tuerce los labios, no estaba a gusto admitiendo que se había equivocado—, creí que lo era porque se comportaba como tal, pero era más fuerte y consciente. Estás limpio ahora, y podrías seguir limpio por días, semanas, meses… no se puede saber. Los síntomas podrían persistir un par de días y remitirían, o podrían desaparecer en horas. No lo sé tampoco. Puedo tenerte en observación lo que me permita el tiempo. Sobre la ubicación… no lo sé, pero… cuando lo eliminé de tu cuerpo me pareció que la conciencia venía del Nexo, pero en ese momento recibí información confusa y no pude saber exactamente en qué parte —suspiró un poco—, gracias por ayudarme, ambos, son unas linduras. Lamento no poder arrancar de raíz el problema o ayudarles más.
Fue a sentarse en su cama, descorchó la botellita y la tomó de un trago. Dejó el frasco sobre la mesa-tronco de noche, y comenzó a sacarse las botas de modo perezoso. Algo debería tener la medicina que se supone lo ayudaría a dormir como tronco, porque se le escapó una risa extraña al recordar que no le había dado su nombre a los gemelos, pero él sabía los suyos. Le pareció hilarante.
—Enid, Eíri, es un placer conocerlos —se volvió a sentar al bordillo de su cama, casi trepando entre los dos (¿?)— me llamo Laine, e intentaré de ayudarles a dormir bien por traerme a salvo.
Tomó las manos de ambos y cerró los ojos, sugiriendo a sus almas descansar por un mínimo de ocho horas hasta tener todas las baterías repuestas. El strigoi sonreía satisfecho con ello.
El que hubieran terminado siguiendo una panda de seres feéricos y escuchado comentarios tan propios de ellos en los que Laine no sabía si le hacían gracia o le troleaban (¿?) evidentemente escapó de su alcance en ese momento. En su normalidad se habría sentido muy incómodo de ir en brazos, porque le hacía sentir vulnerable, pero estaba cansado. La lucha contra el ente había agotado buena parte de la reserva que tenía pensada para cuando fuera a perseguir al ghoul. Además de eso, el calor del gemelo le reconfortaba y relajaba aunque quisiera evitarlo por mantenerse en guardia.
Así que Laine se dejó hacer, calladito y obediente. Tuvo que hacer un esfuerzo por mantener los ojos entrecerrados y no ceder a bloquear su vista, necesitaba saber por dónde iban y a dónde llegarían, lo que para su sorpresa, le despertó por varios segundos de admiración. La posada del gremio de aquellas criaturas era poco más que preciosa y deslumbrante, no tenía nada que envidiar a los cuentos de hadas.
—Si es por favores creo que estoy al cuello de deudas y no solo con usted —le dijo al duende, haciendo referencia a los gemelos—gracias por ocuparse de mí. Puedo andar, no es bueno que me sigas llevando ahora que te urge tumbarte —le dijo al gemelo de ojos rojos, separándose de él con cuidado. Una vez en el suelo, Laine cerró los ojos un momento intentando no marearse, y los abrió cuando supo que el suelo no se movería bajo sus pies. —Agradezco la hospitalidad de los suyos, ¿podrías mostrarnos donde dormir?
Por como habían sucedido las cosas, no le quedaba más opción que aceptar el pasar la noche allí. Azazel tendría un ataque épico de rabieta cuando no lo encontrara en la posada donde tenían acordado quedarse, más todavía cuando sus agentes no hallaran rastro de él en la ciudad. Algo de eso provocaba risas internas troles en Laine, más que preocuparle, le encantaba provocarle migrañas a la bruja roja. Así que sin mayores preocupaciones, subió a la casa árbol que les apartaron para descansar, equipada y con comida, además.
Como Laine no sabía si eran comidas del conocido sub-reino, decidió preguntarlo directamente—pues, estos seres eran incapaces de mentir literalmente—y la respuesta fue negativa, al igual que los tónicos de Alaunylene para recuperarse del agotamiento. De ese modo se aseguraba de que no hubiera una trampa doble que hiciera realidad el secuestro de tres jóvenes inocentes. No le convenía nada acabar atrapado en un mundo de troles iguales o peores a él.
También, algo había escuchado de las bebidas feéricas del sub-reino, y no iba a preguntar por los efectos directamente porque ya era demasiado grosero haber dudado abiertamente de la comida y la medicina; aunque para Laine fuera lo más natural del mundo. Todos sabían lo poco que gustaban los no-vivos a los feéricos, por cálidos que pudieran sentirse o por vivos que parecieran. Esperó que los gemelos se tumbaran en la cama que les correspondía para después acercarse al que tenía ojos rojos, con cara de que la consulta no había terminado.
—El ente… creo que podría estar equivocado y no es una colmena ordinaria, o puede que ni siquiera sea eso —tuerce los labios, no estaba a gusto admitiendo que se había equivocado—, creí que lo era porque se comportaba como tal, pero era más fuerte y consciente. Estás limpio ahora, y podrías seguir limpio por días, semanas, meses… no se puede saber. Los síntomas podrían persistir un par de días y remitirían, o podrían desaparecer en horas. No lo sé tampoco. Puedo tenerte en observación lo que me permita el tiempo. Sobre la ubicación… no lo sé, pero… cuando lo eliminé de tu cuerpo me pareció que la conciencia venía del Nexo, pero en ese momento recibí información confusa y no pude saber exactamente en qué parte —suspiró un poco—, gracias por ayudarme, ambos, son unas linduras. Lamento no poder arrancar de raíz el problema o ayudarles más.
Fue a sentarse en su cama, descorchó la botellita y la tomó de un trago. Dejó el frasco sobre la mesa-tronco de noche, y comenzó a sacarse las botas de modo perezoso. Algo debería tener la medicina que se supone lo ayudaría a dormir como tronco, porque se le escapó una risa extraña al recordar que no le había dado su nombre a los gemelos, pero él sabía los suyos. Le pareció hilarante.
—Enid, Eíri, es un placer conocerlos —se volvió a sentar al bordillo de su cama, casi trepando entre los dos (¿?)— me llamo Laine, e intentaré de ayudarles a dormir bien por traerme a salvo.
Tomó las manos de ambos y cerró los ojos, sugiriendo a sus almas descansar por un mínimo de ocho horas hasta tener todas las baterías repuestas. El strigoi sonreía satisfecho con ello.
Laine- Mensajes : 60
Localización : A donde me lleve el viento --y Azazel--
Re: {Priv.} Alma, antorchas humanas, y otras desventuras.
Realmente ninguno de los dos recordaba como lo habían hecho para llegar hasta el árbol-habitación. Se encontraron comiendo como si la vida les fuera en ello, sobretodo Enid, que aún trataba de asimilar todo lo que le había pasado en su cuerpo. Era él, ahora, quien simplemente se dejaba llevar cual marioneta. Confiaba en su hermano, el sanador y la tropa de feéricos.
Cuando su espalda tocó el colchón, Enid fue consciente por primera vez de dónde estaba y tenía una idea vaga de lo que había estado haciendo en la última hora —o dos, no lo sabía con seguridad—. Notó como su hermano le quitaba la capucha, todos los cinturones, protecciones ligeras y las botas. Y lo mismo hizo después él, para luego dejar las mochilas debajo de la cama.
Asintió a las palabras de Laine y miró de soslayo a Eíri para observar su reacción. Sin embargo, y para cuando pudo terminar de realizar esa acción, el gemelo de ojos verdes ya estaba ayudando a Laine para que se acomodara entre los dos. No iba a quejarse, en realidad, le parecía buena idea. No quería perderle de vista. Le preocupaba, ¿estaría mejor al día siguiente?
¿Qué era lo que le estaba persiguiendo? ¿Él lo sabía, cierto?
—Mucho gusto, Laine —la voz de Eíri sacó de su ensimismamiento a Enid, que asintió con gesto leve a las palabras de su hermano—. Y descuida, tú también nos has ayudado mucho, así que colaboraremos con eso de dormir plácidamente.
—Nadie sabe lo que de verdad es el nirvana hasta haber dormido con un ígneo. Es por lo de ser estufas vivientes. Supongo que no se aplica en verano. ¿Hemos dormido con alguien en estaciones calurosas? —soltó Enid, emitiendo una única carcajada que se escuchó clara y suave—. Aunque tu tercer ojo índica que conoces un estado similar, ¿no?
Eíri se rió de forma suave le parecía hilarante las diferentes reacciones que habían surgido de ellos por las bebidas —y medicinas— feéricas. Y, antes de volver a tumbarse, se inclinó para besar las frentes de Enid y Laine.
Y sin más, se durmieron. Fuese o no fuese obra del strigoi o de las bebidas y medicinas del grupito trol de feéricos.
Cuando Eíri abrió los ojos, tuvo que contenerse para no bostezar y acurrucarse de nuevo, para seguir durmiendo. Acostumbrado a ser el peluche de Enid, Eíri se sorprendió al notar que era él quien estaba usando de peluche algo. Su vista tardó unos segundos en dejar de estar borrosa y, sin poderlo evitarlo –porque no se acordaba–, se sorprendió al ver que su peluche y almohada nocturna se trataba del sanador, Laine.
—Estabais durmiendo muy plácidamente —dijo Enid, susurraba, quizás para no despertar a Laine—. Es pálido, pero no está frío. Tampoco tiene ninguna de las cosas por las que se supone que se distinguen los de su raza —había tomado de la mano a Laine y la alzaba, como examinando algo en su palma con la ayuda de la luz que entraba de las ventanas.
Eíri arqueó las cejas con gesto incrédulo y como su hermano había hecho mientras él y Laine seguían durmiendo, se puso a examinar con extrema curiosidad el cuerpo de quien supuestamente habían identificado como vampiro el día anterior. El cuello, los brazos y su rostro, por último recostó la cabeza en el pecho de Laine, pegando la oreja en éste, en un intento de escuchar con más claridad si realmente tenía un corazón bombeando sangre.
La sorpresa fue, cuando no fue sólo un corazón lo que escuchó latir.
Enid trató de no reírse al contemplar la expresión de su hermano.
—Tiene dos corazones y tres ojos… —masculló, parpadeando varias veces—. Enid, ¡es adorable!
Esta vez, el gemelo de ojos rojos no pudo contener la risa, tampoco lo creyó oportuno porque imaginaba que el sanador ya habría despertado con tanto zarandeo matutino. Así que después de acariciarles la cabeza a ambos, salió de la cama y con gesto adormilado comenzó a calzarse las botas.
—Créeme que entiendo tu reacción —comentó Enid, estirando los brazos de forma perezosa, parecía estar en perfecto estado. Al menos no se le veía ningún tipo de marca ni parecía reaccionar mal ante la luz—. Lo que más curiosidad me da, más que el hecho de querer saber qué tipo de vástago tiene dos corazones y parece tan vivo y humano, es saber qué clase de entidad está tratando de rastrear —sentenció, y notó como su hermano asentía levemente.
Los dos recordaban haber vivido lo suficiente como para ser capaces de notar algunas cosas que a otros ojos menos expertos pasarían desapercibido. Evidentemente, lo que afirmaba las sospechas de ambos de que Laine parecía estar metido en un berenjenal épico, era el ataque que se había dado en la posada / albergue esa misma noche.
¿Había venido persiguiendo al problema? ¿Lo había encontrado ya habiendo llegado a ese mundo y si era así, había llegado por casualidad?
Tenían muchísimas preguntas que querían hacer, y todas ellas suponían que eran demasiado personales como para que alguien que acababan de conocer quisiera responderlas. Pese a que sentían afinidad con él, no era suficiente aún. Al menos, eso parecía lo más sensato.
Eíri suspiró con un deje pesado y despegó la cabeza del pecho de Laine, le observó en silencio durante unos segundos, su expresión era difícil de describir en aquel momento. Podría verse como una entremezcla de varias emociones, entre ellas, la preocupación y la pena. Al fin y al cabo, los dos ígneos sabían que era aparecer en un mundo donde no se conocía nada, ni nada te conocía.
¿Estaría bien él solo, aunque supiese como cuidarse?
—Debe ser una razón muy poderosa la que le haya hecho venir hasta aquí, solo —susurró Eíri, e imitando a su hermano, bajó de la cama para comenzar a prepararse, pese a la pereza que le daba.
Enid se acercó a una de las ventanas de la habitación, miraba con curiosidad como dos miembros de la tropa trol jugaban a tirarse hechizos cambia-formas entre ellos, en el área común. Durante unos segundos pareció querer decir algo, más se retractó al instante. Era mejor no dar a conocer tan rápido sus planes dementes, lo haría más tarde. Hasta ese entonces, Enid decidiría dejarlos aparcados.
Cuando su espalda tocó el colchón, Enid fue consciente por primera vez de dónde estaba y tenía una idea vaga de lo que había estado haciendo en la última hora —o dos, no lo sabía con seguridad—. Notó como su hermano le quitaba la capucha, todos los cinturones, protecciones ligeras y las botas. Y lo mismo hizo después él, para luego dejar las mochilas debajo de la cama.
Asintió a las palabras de Laine y miró de soslayo a Eíri para observar su reacción. Sin embargo, y para cuando pudo terminar de realizar esa acción, el gemelo de ojos verdes ya estaba ayudando a Laine para que se acomodara entre los dos. No iba a quejarse, en realidad, le parecía buena idea. No quería perderle de vista. Le preocupaba, ¿estaría mejor al día siguiente?
¿Qué era lo que le estaba persiguiendo? ¿Él lo sabía, cierto?
—Mucho gusto, Laine —la voz de Eíri sacó de su ensimismamiento a Enid, que asintió con gesto leve a las palabras de su hermano—. Y descuida, tú también nos has ayudado mucho, así que colaboraremos con eso de dormir plácidamente.
—Nadie sabe lo que de verdad es el nirvana hasta haber dormido con un ígneo. Es por lo de ser estufas vivientes. Supongo que no se aplica en verano. ¿Hemos dormido con alguien en estaciones calurosas? —soltó Enid, emitiendo una única carcajada que se escuchó clara y suave—. Aunque tu tercer ojo índica que conoces un estado similar, ¿no?
Eíri se rió de forma suave le parecía hilarante las diferentes reacciones que habían surgido de ellos por las bebidas —y medicinas— feéricas. Y, antes de volver a tumbarse, se inclinó para besar las frentes de Enid y Laine.
Y sin más, se durmieron. Fuese o no fuese obra del strigoi o de las bebidas y medicinas del grupito trol de feéricos.
Cuando Eíri abrió los ojos, tuvo que contenerse para no bostezar y acurrucarse de nuevo, para seguir durmiendo. Acostumbrado a ser el peluche de Enid, Eíri se sorprendió al notar que era él quien estaba usando de peluche algo. Su vista tardó unos segundos en dejar de estar borrosa y, sin poderlo evitarlo –porque no se acordaba–, se sorprendió al ver que su peluche y almohada nocturna se trataba del sanador, Laine.
—Estabais durmiendo muy plácidamente —dijo Enid, susurraba, quizás para no despertar a Laine—. Es pálido, pero no está frío. Tampoco tiene ninguna de las cosas por las que se supone que se distinguen los de su raza —había tomado de la mano a Laine y la alzaba, como examinando algo en su palma con la ayuda de la luz que entraba de las ventanas.
Eíri arqueó las cejas con gesto incrédulo y como su hermano había hecho mientras él y Laine seguían durmiendo, se puso a examinar con extrema curiosidad el cuerpo de quien supuestamente habían identificado como vampiro el día anterior. El cuello, los brazos y su rostro, por último recostó la cabeza en el pecho de Laine, pegando la oreja en éste, en un intento de escuchar con más claridad si realmente tenía un corazón bombeando sangre.
La sorpresa fue, cuando no fue sólo un corazón lo que escuchó latir.
Enid trató de no reírse al contemplar la expresión de su hermano.
—Tiene dos corazones y tres ojos… —masculló, parpadeando varias veces—. Enid, ¡es adorable!
Esta vez, el gemelo de ojos rojos no pudo contener la risa, tampoco lo creyó oportuno porque imaginaba que el sanador ya habría despertado con tanto zarandeo matutino. Así que después de acariciarles la cabeza a ambos, salió de la cama y con gesto adormilado comenzó a calzarse las botas.
—Créeme que entiendo tu reacción —comentó Enid, estirando los brazos de forma perezosa, parecía estar en perfecto estado. Al menos no se le veía ningún tipo de marca ni parecía reaccionar mal ante la luz—. Lo que más curiosidad me da, más que el hecho de querer saber qué tipo de vástago tiene dos corazones y parece tan vivo y humano, es saber qué clase de entidad está tratando de rastrear —sentenció, y notó como su hermano asentía levemente.
Los dos recordaban haber vivido lo suficiente como para ser capaces de notar algunas cosas que a otros ojos menos expertos pasarían desapercibido. Evidentemente, lo que afirmaba las sospechas de ambos de que Laine parecía estar metido en un berenjenal épico, era el ataque que se había dado en la posada / albergue esa misma noche.
¿Había venido persiguiendo al problema? ¿Lo había encontrado ya habiendo llegado a ese mundo y si era así, había llegado por casualidad?
Tenían muchísimas preguntas que querían hacer, y todas ellas suponían que eran demasiado personales como para que alguien que acababan de conocer quisiera responderlas. Pese a que sentían afinidad con él, no era suficiente aún. Al menos, eso parecía lo más sensato.
Eíri suspiró con un deje pesado y despegó la cabeza del pecho de Laine, le observó en silencio durante unos segundos, su expresión era difícil de describir en aquel momento. Podría verse como una entremezcla de varias emociones, entre ellas, la preocupación y la pena. Al fin y al cabo, los dos ígneos sabían que era aparecer en un mundo donde no se conocía nada, ni nada te conocía.
¿Estaría bien él solo, aunque supiese como cuidarse?
—Debe ser una razón muy poderosa la que le haya hecho venir hasta aquí, solo —susurró Eíri, e imitando a su hermano, bajó de la cama para comenzar a prepararse, pese a la pereza que le daba.
Enid se acercó a una de las ventanas de la habitación, miraba con curiosidad como dos miembros de la tropa trol jugaban a tirarse hechizos cambia-formas entre ellos, en el área común. Durante unos segundos pareció querer decir algo, más se retractó al instante. Era mejor no dar a conocer tan rápido sus planes dementes, lo haría más tarde. Hasta ese entonces, Enid decidiría dejarlos aparcados.
Última edición por Irrlicht el Lun Ago 11, 2014 3:05 pm, editado 1 vez
Irrlicht- Mensajes : 43
Localización : Dónde nos lleve el viento (?)
Re: {Priv.} Alma, antorchas humanas, y otras desventuras.
Las bebidas feéricas y el calor de los gemelos ígneos hundieron a Laine en un sueño sólido y profundo, un sueño del que le costó despertarse. Gran parte de él quería pasarse la eternidad acurrucado entre las dos estufas vivientes cuya calidez se le antojaba hasta nostálgica, le traía hermosas memorias que no llegaron a formar sueños en su subconsciente pero le dejaban la sensación de haberlas rememorado, como cuando despiertas con una idea o una imagen en la cabeza sin necesidad de soñar. El sueño estaba ahí.
Fue cuando los toqueteos fueron demasiado evidentes para ignorarlos que decidió desprenderse de los brazos tan cálidos y deliciosos, abriendo los ojitos con un aire inocente que le hacía parecer un angelito. Se estiró con un gesto casi felino y talló sus parpados con los puños, boztezando. Laine despertaba con una naturalidad que sorprendió a sí mismo. Él estaba acostumbrado desde su segundo renacer —también un poco antes— a despertar la curiosidad en otros, pero esa era la primera vez que le examinaban de modo inocente, y que no se incomodaba por ello.
Suponía que era difícil hacerlo con criaturitas tan agradables y maravillosas como ese par.
Laine le regresó la mirada a Eíri, sonrió de lado de modo tranquilo, despreocupado. De esa manera en la que retenía admitir que a su modo también lo había pasado mal pero que le importaba más no despertar preocupaciones innecesarias desde su punto de vista. Para él, ya era mucho pedir el arrastrarlos a esa situación al grado de acabar en una posada feérica, aún cuando ellos habían querido eso. Pensaba que tenían sus propios problemas y era mucho —demasiado— pedir el que tomaran parte de los rastros del Gehenna y lo que había arrastrado desde el Nexo.
—La tengo —murmuró audible, incorporándose para al igual que los hermanos, colocarse las botas, cinturones y dagas, lo hacía de modo distraído, pensativo— hay alguien que debo encontrar aquí, alguien que cruzó el Nexo conmigo... Ese alguien...
Iba a añadir algo más, y se vio interrumpido por el sonido de la puerta abriéndose de par en par. Alaunylene entraba cual torbellino verde —literalmente era un torbellino verde— terminando en saltitos por las paredes en los que hacía revolotear hojas verdes y otoñales. Cuando se detuvo, pudo verse que traía bandejas de comida en las manos y la cabeza, que sorprendentemente habían conseguido mantenerse en su sitio. También incluía un ejemplar del diario local de Grandbolg, imaginando que más de uno habría estado interesado en leer sobre lo ocurrido con la posada.
—Sírvase a gusto~ —canturreó el duende de piel verde mientras servía las hogazas de pan recién horneado, las jaleas y mermeladas, los huevos cocidos de codornices, las salsas, el tocino, jamón, tortillas, hasta otras cosas que parecían frutas y Laine no había visto en su vida, eran como duraznos mas acorazonados de color rosa palo, muy apetitosos. —¿durmieron bien? —Les miró con ojos suspicaces, una sonrisa pícara bailó en sus labios al reparar en algo que a él y a los suyos les resultaba obvio— la próxima vez podemos ser cuatro en la cama~, miren, en las noticias ya somos famosos, lástima que la primera plana lo ocupa otra cosa.
En ese momento Laine se servía algunos huevos de codorniz hervidos y algo de jamón para las rebanadas de pan negro, pidió amablemente al duende que les extendiera la primera plana del periódico en la mesa. El Salubri quedó en una pieza. Habían destrozado buena parte de la plaza donde se realizaban las jornadas gratuitas de sanación y no había rastro del culpable. En la foto señalaba un mensaje inquietante grabado por lo que parecía un soplete en la piedra del suelo.
Te encontraré antes de que me encuentres, decía, grabado con fuego.
Laine sintió que de repente perdía el apetito, solo de pensar que a cierto hermano suyo podría darle por herir seriamente a muchos por encontrarlo. Un inmenso sentimiento de culpa se apoderó de él por segundos en los que Alaunylene le preguntaba si estaba bien —por la cara que acababa de poner— y tuvo que obligarse a salir del bucle para comer, necesitaría energía para más adelante. Comenzaba a pensar que su tiempo allí debía terminar y retomar la búsqueda de un modo más silencioso. Así comenzó a devorar su plato en silencio, sin repetir.
Fue cuando los toqueteos fueron demasiado evidentes para ignorarlos que decidió desprenderse de los brazos tan cálidos y deliciosos, abriendo los ojitos con un aire inocente que le hacía parecer un angelito. Se estiró con un gesto casi felino y talló sus parpados con los puños, boztezando. Laine despertaba con una naturalidad que sorprendió a sí mismo. Él estaba acostumbrado desde su segundo renacer —también un poco antes— a despertar la curiosidad en otros, pero esa era la primera vez que le examinaban de modo inocente, y que no se incomodaba por ello.
Suponía que era difícil hacerlo con criaturitas tan agradables y maravillosas como ese par.
Laine le regresó la mirada a Eíri, sonrió de lado de modo tranquilo, despreocupado. De esa manera en la que retenía admitir que a su modo también lo había pasado mal pero que le importaba más no despertar preocupaciones innecesarias desde su punto de vista. Para él, ya era mucho pedir el arrastrarlos a esa situación al grado de acabar en una posada feérica, aún cuando ellos habían querido eso. Pensaba que tenían sus propios problemas y era mucho —demasiado— pedir el que tomaran parte de los rastros del Gehenna y lo que había arrastrado desde el Nexo.
—La tengo —murmuró audible, incorporándose para al igual que los hermanos, colocarse las botas, cinturones y dagas, lo hacía de modo distraído, pensativo— hay alguien que debo encontrar aquí, alguien que cruzó el Nexo conmigo... Ese alguien...
Iba a añadir algo más, y se vio interrumpido por el sonido de la puerta abriéndose de par en par. Alaunylene entraba cual torbellino verde —literalmente era un torbellino verde— terminando en saltitos por las paredes en los que hacía revolotear hojas verdes y otoñales. Cuando se detuvo, pudo verse que traía bandejas de comida en las manos y la cabeza, que sorprendentemente habían conseguido mantenerse en su sitio. También incluía un ejemplar del diario local de Grandbolg, imaginando que más de uno habría estado interesado en leer sobre lo ocurrido con la posada.
—Sírvase a gusto~ —canturreó el duende de piel verde mientras servía las hogazas de pan recién horneado, las jaleas y mermeladas, los huevos cocidos de codornices, las salsas, el tocino, jamón, tortillas, hasta otras cosas que parecían frutas y Laine no había visto en su vida, eran como duraznos mas acorazonados de color rosa palo, muy apetitosos. —¿durmieron bien? —Les miró con ojos suspicaces, una sonrisa pícara bailó en sus labios al reparar en algo que a él y a los suyos les resultaba obvio— la próxima vez podemos ser cuatro en la cama~, miren, en las noticias ya somos famosos, lástima que la primera plana lo ocupa otra cosa.
En ese momento Laine se servía algunos huevos de codorniz hervidos y algo de jamón para las rebanadas de pan negro, pidió amablemente al duende que les extendiera la primera plana del periódico en la mesa. El Salubri quedó en una pieza. Habían destrozado buena parte de la plaza donde se realizaban las jornadas gratuitas de sanación y no había rastro del culpable. En la foto señalaba un mensaje inquietante grabado por lo que parecía un soplete en la piedra del suelo.
Te encontraré antes de que me encuentres, decía, grabado con fuego.
Laine sintió que de repente perdía el apetito, solo de pensar que a cierto hermano suyo podría darle por herir seriamente a muchos por encontrarlo. Un inmenso sentimiento de culpa se apoderó de él por segundos en los que Alaunylene le preguntaba si estaba bien —por la cara que acababa de poner— y tuvo que obligarse a salir del bucle para comer, necesitaría energía para más adelante. Comenzaba a pensar que su tiempo allí debía terminar y retomar la búsqueda de un modo más silencioso. Así comenzó a devorar su plato en silencio, sin repetir.
Laine- Mensajes : 60
Localización : A donde me lleve el viento --y Azazel--
Re: {Priv.} Alma, antorchas humanas, y otras desventuras.
El silencio se hizo en la habitación. No necesitaban ser genios ninguno de los dos para saber a quién iba dirigido el mensaje –aunque a Eíri le fue difícil no comentar por lo bajo lo raro que le era vivir sin televisión pero si con periódicos–. Era fácil de deducir cuando sabían perfectamente quien había estado en la zona de la plaza destrozada, y justamente ese alguien acaba de decirles que había llegado a ese mundo en busca de otro ser.
Había llamado demasiado la atención, y como siempre que ocurría con los bichos asustadizos, era más fácil recurrir a las amenazas indirectas escondidas en actos caóticos como aquel.
Alaunylene, que como muchos otros duendes del sub-reino, era tan inteligente como para ganarse a muchos enemigos por su aguda suspicacia, les miró a los tres. Ensimismado. Parecía fascinarle lo que veía en cada uno de sus nuevos amiguitos y algo que conllevaba la posibilidad de ayudarles le resultaba hilarante.
Con su descarada e innata forma de ser, el duende de epidermis verdosa esperó a que hubieran terminado el desayuno para, prácticamente, tirarse sobre los tres —aprovechando que el trío estaba sentado de nuevo—. Con la cabeza recostada en el regazo de Laine. Le miró, con esa expresión rara y sospechosa que parecían tener todos los duendes cuando sus mentecitas troles maquinaban algo.
—Ya sé que a la mayoría de gente por x o y no les gusta que otros se metan en sus asuntos, más cuando estos parecen personales y realmente serios —comenzó a decir, sin perder la sonrisa—. Pero ya que todos me debéis favores, no os queda otra que escucharme—les guiñó un ojo, y encogió los hombros con gesto desenfadado—. Algunos seres como yo, tenemos la capacidad de ver algo que está más allá de lo que vuestros ojos mundanos –con perdón– pueden ver. Es difícil de explicar, pero forma parte de nuestra naturaleza. Y es uno de los muchos motivos por los que la gente feérica no es muy estimada fuera de pequeños grupos —Alaunylene suspiró y alzó una de sus manitas verdosas hacia el techo, observando con gesto fascinado como la luz se filtraba entre sus dedos e iba cambiando de color—. Pese a que es obvio que este no es vuestro mundo, estáis ligados a él por una fuerza muy poderosa. Sea un motivo, sean entidades que os han arrastrado aquí por sus propios fines. Sería bueno que estuvierais en paz con eso, antes de seguir con vuestros objetivos.
Dicho eso, Alaunylene se puso de pie y besó –muy ruidosa y picaronamente– las mejillas de los tres. Tomó una de las frutas que había traído consigo, como desayuno y se sentó frente a ellos, cruzándose de piernas y dándole el primer mordisco al fruto. Sin apartarles la vista de encima.
Enid tenía el ceño ligeramente fruncido, a pesar de que el duende le caía bien seguía siéndole difícil aceptar consejos por parte de alguien que aún seguía siendo un desconocido. Sobre todo si los consejos tenían a sugerirle como hacer las cosas. Eíri, al contario, era algo más receptivo y no parecía tomarse a malas las cosas que Alaunylene pudiera decirle, pese a que le parecieran un poco fumadas para su gusto.
Independientemente de dónde habían nacido y dónde habían crecido –un lugar que muchos se esforzaban en negar que existía–, el saber de las tendencias de muchos feéricos de adornar cosas y ponerlas como ellos deseaban, no les ayudaba a creer a pies juntillas lo que acababa de decirles.
— No te lo tomes a mal, pero no me apetece estar en paz con las fuerzas externas que me retienen aquí —comenzó a decir Enid, mientras se llevaba a la boca otra tira de tocino—. Gracias por el desayuno, antes de marcharnos hagamos juerga de despedida —le sonrió, imitando el mismo gesto pícaro que el duende usaba con ellos.
Eíri suspiró con cierto deje pesado y observó el periódico, lo tomó para buscar la noticia sobre la posada a medio derrumbar. Sentía curiosidad por ver, si ahí también había algún mensaje y si el ataque estaba relacionado con el misterioso y peligroso amigo de Laine.
— Pff, no dice nada interesante —se quejó Eíri, tratando de no tirar sobre el periódico el trozo de jamón que estaba terminando de masticar—. Juraría que había sido provocado, el derrumbamiento.
Alaunylene sonrió cuando escuchó lo dicho por Eíri y asintió varias veces. Aplaudiendo casi de forma hiperactiva, volvió junto a los tres y se sentó entre Laine y Eíri, apretujando a los dos contra él.
—En realidad~~ —comenzó a decir el duende, mientras se contenía de darles apretones inocentes en sus costados—. He estado preguntando un poco, y me he enterado de que no es un accidente aislado. Ha habido cositas parecidas en algunas zonas de la ciudad —explicó, esbozando una sonrisa traviesa—. Iba a la posada para ver si podía rastrear la magia usada o algo semejante. Pero no quiero ir solo, mis cariñitos están durmiendo aún, mucha fiesta anoche. ¿Me acompañáis? —preguntó, tratando de dibujar la mejor expresión de duende lindo manipulador y desvalido que podía—. Con esto podéis considerar que nuestra deuda ha quedado saldada~
Los gemelos parecieron pensárselo por unos momentos, de tanto en cuando miraban de soslayo al vampiro –no vampiro– con gesto suspicaz y preocupado. ¿Si aquello no era un accidente aislado, significaba que había otra persona tras él? ¿Era posible que su amigo hubiera estado ahí desde hacía ya tiempo, escondido y esperándole a que fuera por él?
La mejor que podían hacer, era aceptar la invitación e ir con cuidado de no seguir llamando la atención.
—Vale, vamos a fisgonear.
Había llamado demasiado la atención, y como siempre que ocurría con los bichos asustadizos, era más fácil recurrir a las amenazas indirectas escondidas en actos caóticos como aquel.
Alaunylene, que como muchos otros duendes del sub-reino, era tan inteligente como para ganarse a muchos enemigos por su aguda suspicacia, les miró a los tres. Ensimismado. Parecía fascinarle lo que veía en cada uno de sus nuevos amiguitos y algo que conllevaba la posibilidad de ayudarles le resultaba hilarante.
Con su descarada e innata forma de ser, el duende de epidermis verdosa esperó a que hubieran terminado el desayuno para, prácticamente, tirarse sobre los tres —aprovechando que el trío estaba sentado de nuevo—. Con la cabeza recostada en el regazo de Laine. Le miró, con esa expresión rara y sospechosa que parecían tener todos los duendes cuando sus mentecitas troles maquinaban algo.
—Ya sé que a la mayoría de gente por x o y no les gusta que otros se metan en sus asuntos, más cuando estos parecen personales y realmente serios —comenzó a decir, sin perder la sonrisa—. Pero ya que todos me debéis favores, no os queda otra que escucharme—les guiñó un ojo, y encogió los hombros con gesto desenfadado—. Algunos seres como yo, tenemos la capacidad de ver algo que está más allá de lo que vuestros ojos mundanos –con perdón– pueden ver. Es difícil de explicar, pero forma parte de nuestra naturaleza. Y es uno de los muchos motivos por los que la gente feérica no es muy estimada fuera de pequeños grupos —Alaunylene suspiró y alzó una de sus manitas verdosas hacia el techo, observando con gesto fascinado como la luz se filtraba entre sus dedos e iba cambiando de color—. Pese a que es obvio que este no es vuestro mundo, estáis ligados a él por una fuerza muy poderosa. Sea un motivo, sean entidades que os han arrastrado aquí por sus propios fines. Sería bueno que estuvierais en paz con eso, antes de seguir con vuestros objetivos.
Dicho eso, Alaunylene se puso de pie y besó –muy ruidosa y picaronamente– las mejillas de los tres. Tomó una de las frutas que había traído consigo, como desayuno y se sentó frente a ellos, cruzándose de piernas y dándole el primer mordisco al fruto. Sin apartarles la vista de encima.
Enid tenía el ceño ligeramente fruncido, a pesar de que el duende le caía bien seguía siéndole difícil aceptar consejos por parte de alguien que aún seguía siendo un desconocido. Sobre todo si los consejos tenían a sugerirle como hacer las cosas. Eíri, al contario, era algo más receptivo y no parecía tomarse a malas las cosas que Alaunylene pudiera decirle, pese a que le parecieran un poco fumadas para su gusto.
Independientemente de dónde habían nacido y dónde habían crecido –un lugar que muchos se esforzaban en negar que existía–, el saber de las tendencias de muchos feéricos de adornar cosas y ponerlas como ellos deseaban, no les ayudaba a creer a pies juntillas lo que acababa de decirles.
— No te lo tomes a mal, pero no me apetece estar en paz con las fuerzas externas que me retienen aquí —comenzó a decir Enid, mientras se llevaba a la boca otra tira de tocino—. Gracias por el desayuno, antes de marcharnos hagamos juerga de despedida —le sonrió, imitando el mismo gesto pícaro que el duende usaba con ellos.
Eíri suspiró con cierto deje pesado y observó el periódico, lo tomó para buscar la noticia sobre la posada a medio derrumbar. Sentía curiosidad por ver, si ahí también había algún mensaje y si el ataque estaba relacionado con el misterioso y peligroso amigo de Laine.
— Pff, no dice nada interesante —se quejó Eíri, tratando de no tirar sobre el periódico el trozo de jamón que estaba terminando de masticar—. Juraría que había sido provocado, el derrumbamiento.
Alaunylene sonrió cuando escuchó lo dicho por Eíri y asintió varias veces. Aplaudiendo casi de forma hiperactiva, volvió junto a los tres y se sentó entre Laine y Eíri, apretujando a los dos contra él.
—En realidad~~ —comenzó a decir el duende, mientras se contenía de darles apretones inocentes en sus costados—. He estado preguntando un poco, y me he enterado de que no es un accidente aislado. Ha habido cositas parecidas en algunas zonas de la ciudad —explicó, esbozando una sonrisa traviesa—. Iba a la posada para ver si podía rastrear la magia usada o algo semejante. Pero no quiero ir solo, mis cariñitos están durmiendo aún, mucha fiesta anoche. ¿Me acompañáis? —preguntó, tratando de dibujar la mejor expresión de duende lindo manipulador y desvalido que podía—. Con esto podéis considerar que nuestra deuda ha quedado saldada~
Los gemelos parecieron pensárselo por unos momentos, de tanto en cuando miraban de soslayo al vampiro –no vampiro– con gesto suspicaz y preocupado. ¿Si aquello no era un accidente aislado, significaba que había otra persona tras él? ¿Era posible que su amigo hubiera estado ahí desde hacía ya tiempo, escondido y esperándole a que fuera por él?
La mejor que podían hacer, era aceptar la invitación e ir con cuidado de no seguir llamando la atención.
—Vale, vamos a fisgonear.
Última edición por Irrlicht el Lun Ago 11, 2014 3:05 pm, editado 1 vez
Irrlicht- Mensajes : 43
Localización : Dónde nos lleve el viento (?)
Re: {Priv.} Alma, antorchas humanas, y otras desventuras.
Laine asintió con gesto paciente y pensativo, terminó su desayuno en el mismo silencio que había mantenido, abstraído en sus pensamientos propios a pesar de seguir escuchando atentamente lo que decían los gemelos y el duende. Era más que obvio que siendo el que estaba involucrado directamente con la situación tendría mejor idea de todo el panorama, y por ende le brindaba la libertad de obrar por su cuenta sabiendo lo que hacía. De todos modos, ahora mismo había dejado de lado la posibilidad de irse por su cuenta, Alaunylene le había hecho cambiar de parecer, solo por ahora, y solo porque le debía un favor.
Cuando se preparaban para irse recogiendo sus cosas y demás, Laine decidió tomar un par de frutas del cesto. Si eran propiedad del sub-reino resultarían útiles si necesitaba engañar a alguien para que se quedara allí atrapado, por sucio que fuera el método y horrible el destino que le depararía al desafortunado, era un arma útil que nunca se sabía cuándo podría salvarle la vida a uno de ellos.
En cuanto acabaron de calarse las capas y mantos de viaje, bajaron de la casa-árbol encontrándose un patio medio desolado con algunos rastros de fiesta extrema en el césped, marcas de colores en los árboles y alguna que otra luz parpadeante de colores que habría acabado ebria por beber alguna bebida sospechosa. Pasaron entre los chicos que jugaban con los hechizos cambia-formas y Alaunylene los saludó con cierta efusividad, haciéndoles señas que solo entre ellos entenderían. Entre risas troles se despidieron y aseveraron de hacer un algo que Laine no llegó a identificar, su experiencia no le daba para entender el lenguaje de señas de esos seres.
Diferente para entrar, no tuvieron demasiado percance en salir, al parecer cualquier miembro del gremio podía irse cuando le apeteciera, diferente de los invitados como acababa de explicar Alaunylene, requerían estar escoltados de un miembro que les despidiera, un modo amable de decir que les permitiese salir. Aparecieron en un lugar diferente del puente por donde entraron en principio, salieron de un roble aventajado y grueso que daba cerca de la posada que había sido atacada la noche anterior. Visto desde ahí, parecía que la estructura estaba íntegra ignorando la puerta derrumbada y los vidrios rotos de las ventanas.
Entraron con paso cuidadoso, ninguno deseaba enturbiar las energías que hubieran quedado en la posada, y tampoco arruinar las pistas de la escena del crimen. Laine decidió buscar en la recepción, siento que por ahí daba la entrada, cualquier entidad especialmente que destacara entre la mayoría de los clientes habría dejado su huella allí. Deslizó la mano en el marco de la entrada y por el escritorio, dando casi inmediatamente con el libro de registro de ingreso del otro lado. Lo tomó y abrió en la última página con anotaciones, el del día de ayer. Pasó los dedos entre las letras de los nombres, esperando que el auspex le brindara algún tipo de información relevante sobre lo que buscaba; no fue hasta que tocó un punto de tinta derramada en la página accidentalmente que su cabeza revivió el episodio.
[…] Entró el viajero en la posada, con su larga túnica negra y el rostro pálido. Eso fue lo primero que notó el recepcionista: pálido mortecino, como un no-vivo. Se había puesto nervioso, no por lo que se dijera de esas criaturas, era la mirada. La mirada de ese viajero estaba cargada de algo que le hacía difícil formularle la pregunta que hacía a todos los huéspedes: ¿puede darme su nombre?, no llegó a salir de sus labios palabra alguna. La pluma con la que pensaba escribir gotea sobre la hoja y momentos después ocurre la explosión, sin causa u motivo aparente. El viajero es el único que camina como si nada entre la conmoción hasta que se pierde de vista.
Laine inspiró profundamente y se sujetó del escritorio, mareado por la visión, aturdido por la visión tan clara y nítida de Mekhet con vida. Quería pensar que se trataba de una proyección astral o algunas de sus sombras usando su forma para dar un mensaje, pero aún si así fuera corroboraba que sin duda alguna estaba en Grandbolg y venía por él.
—¿Encontraron rastros de la energía? —preguntó a los chicos, apartándose el sudor de la frente con la mano.
Cuando se preparaban para irse recogiendo sus cosas y demás, Laine decidió tomar un par de frutas del cesto. Si eran propiedad del sub-reino resultarían útiles si necesitaba engañar a alguien para que se quedara allí atrapado, por sucio que fuera el método y horrible el destino que le depararía al desafortunado, era un arma útil que nunca se sabía cuándo podría salvarle la vida a uno de ellos.
En cuanto acabaron de calarse las capas y mantos de viaje, bajaron de la casa-árbol encontrándose un patio medio desolado con algunos rastros de fiesta extrema en el césped, marcas de colores en los árboles y alguna que otra luz parpadeante de colores que habría acabado ebria por beber alguna bebida sospechosa. Pasaron entre los chicos que jugaban con los hechizos cambia-formas y Alaunylene los saludó con cierta efusividad, haciéndoles señas que solo entre ellos entenderían. Entre risas troles se despidieron y aseveraron de hacer un algo que Laine no llegó a identificar, su experiencia no le daba para entender el lenguaje de señas de esos seres.
Diferente para entrar, no tuvieron demasiado percance en salir, al parecer cualquier miembro del gremio podía irse cuando le apeteciera, diferente de los invitados como acababa de explicar Alaunylene, requerían estar escoltados de un miembro que les despidiera, un modo amable de decir que les permitiese salir. Aparecieron en un lugar diferente del puente por donde entraron en principio, salieron de un roble aventajado y grueso que daba cerca de la posada que había sido atacada la noche anterior. Visto desde ahí, parecía que la estructura estaba íntegra ignorando la puerta derrumbada y los vidrios rotos de las ventanas.
Entraron con paso cuidadoso, ninguno deseaba enturbiar las energías que hubieran quedado en la posada, y tampoco arruinar las pistas de la escena del crimen. Laine decidió buscar en la recepción, siento que por ahí daba la entrada, cualquier entidad especialmente que destacara entre la mayoría de los clientes habría dejado su huella allí. Deslizó la mano en el marco de la entrada y por el escritorio, dando casi inmediatamente con el libro de registro de ingreso del otro lado. Lo tomó y abrió en la última página con anotaciones, el del día de ayer. Pasó los dedos entre las letras de los nombres, esperando que el auspex le brindara algún tipo de información relevante sobre lo que buscaba; no fue hasta que tocó un punto de tinta derramada en la página accidentalmente que su cabeza revivió el episodio.
[…] Entró el viajero en la posada, con su larga túnica negra y el rostro pálido. Eso fue lo primero que notó el recepcionista: pálido mortecino, como un no-vivo. Se había puesto nervioso, no por lo que se dijera de esas criaturas, era la mirada. La mirada de ese viajero estaba cargada de algo que le hacía difícil formularle la pregunta que hacía a todos los huéspedes: ¿puede darme su nombre?, no llegó a salir de sus labios palabra alguna. La pluma con la que pensaba escribir gotea sobre la hoja y momentos después ocurre la explosión, sin causa u motivo aparente. El viajero es el único que camina como si nada entre la conmoción hasta que se pierde de vista.
Laine inspiró profundamente y se sujetó del escritorio, mareado por la visión, aturdido por la visión tan clara y nítida de Mekhet con vida. Quería pensar que se trataba de una proyección astral o algunas de sus sombras usando su forma para dar un mensaje, pero aún si así fuera corroboraba que sin duda alguna estaba en Grandbolg y venía por él.
—¿Encontraron rastros de la energía? —preguntó a los chicos, apartándose el sudor de la frente con la mano.
Laine- Mensajes : 60
Localización : A donde me lleve el viento --y Azazel--
Re: {Priv.} Alma, antorchas humanas, y otras desventuras.
Ninguno de los gemelos pareció sentirse realmente perturbados al saber que necesitaban el permiso de alguno del gremio para salir de aquel lugar, les parecía una buena medida, teniendo en cuenta las sorpresas que uno podía llevarse con el resto de las personas. Hoy en día, era peligroso fiarse de los demás, fuesen desconocidos o personas que llevabas conociendo por al menos veinte años. Un día eran amigos y al otro estaban intentando matarte. Por lo que, en general, a Enid le parecía que toda precaución resultaba siendo poca.
Agradecieron que el trayecto fuese corto, principalmente porque a ninguno les apetecía alargar aquella mala sensación y ambiente que se había instaurado desde que habían leído el mensaje del amigo de Laine en el periódico de la mañana. Era normal que todo se ensombreciera después de ser consciente que había un lunático muy peligroso buscándole y espiándole de un modo que ni un mirón profesional podría masterizar en 15 años de carrera.
— No estéis tristes~ —interrumpió Alaunylene, que se las había arreglado para colarse entre los dos gemelos y colgarse de sus brazos, al contrario que ellos, no parecía nada aseverado por el rumbo y calibre que estaba tomando la situación en la que por razones varias se habían metido—. Superar problemas por difíciles y pesados que sean para el alma siempre es bueno. Independientemente de lo que se pierda. A veces, lo mejor, es ignorar lo malo. No es bueno para vuestras almas —les sonrió, deteniéndose un momento para observar a Enid y torció los labios—. Tu eres quien sacaría más ventajas de eso. Dejarías de alimentar cosas que no son buenas para ti.
Eíri compuso una sonrisa conciliadora al notar como su hermano se tensaba. Era evidente que a Enid comenzaba a disgustarle el hecho de que justo después del diagnóstico de Laine apareciesen de forma salvaje reconociendo qué era lo que llevaba arrastrando, después de tantos años sin tener ni idea de cuál era su supuesta enfermedad.
Alaunylene les guió muy amablemente al lugar dónde había hecho más impacto la explosión. Aún había algunas vigas por el suelo que el duende fue sorteando hasta llegar a una esquina, hizo una señal a los gemelos para que se acercasen hasta dónde él se encontraba. Al ver que le obedecían, se agachó dejando sus manos sobre un borrón negro que había justo debajo de dónde él se encontraba. Por unos segundos, aquella mancha pareció cobrar vida, se movía, para sorpresa de los gemelos, que no sabían exactamente qué era lo que estaba ocurriendo.
— ¿Qué es lo que estás haciendo? —preguntó Enid, agachándose a su lado. Observaba con curiosidad como el borrón seguía moviéndose histéricamente y el semblante tranquilo de Alaunylene. Como odiaba a los feéricos y su capacidad para engañar a todo el mundo sin tener que decir una sola mentira.
— Estoy moviendo la energía. Esto es un residuo visual, no tiene vida propia. No estamos en peligro ahora, no te preocupes —aseguró, esbozando una sonrisa tranquila que terminó curvándose de más—. Si estoy mal, ya te pediré que me lleves en brazos —concluyó, guiñándole un ojo.
Eíri dejó escapar un suspiro, y decidió agacharse junto a los dos, mirándoles en silencio. Acarició al duende en la cabeza antes de alzar la mirada y tratar de buscar a Laine, descubriendo que desde el ángulo en el que estaban era difícil tener una vista nítida de la recepción. A pesar de que Alaunylene les había dicho que no había que temer, le preocupaba no poder ver que estaba haciendo, si alguien o algo le estaba observando. Al fin y al cabo, era él quien estaba en peligro.
—¿Has terminado?
Alaunylene hizo un puchero, su expresión cambió a una más hostil, sólo por unos segundos. Apartó su mano de la mancha emborronada, que ahora desaparecía en la nada e inició su regreso hasta la recepción dejando atrás a Enid y a Eíri. Los gemelos le siguieron, el de ojos verdes algo cabizbajo, al notar con algo de bochorno que había, de algún modo, ofendido al duende.
— Por supuesto, yo siempre encuentro lo que busco. Es un talento que muchos no saben aprovechar bien, es una suerte que yo sea un experto —Alaunylene sonrió a Laine, poniéndose un poco de puntillas para poder acariciarle la cabeza con algo más de comodidad —. Sé a dónde podemos ir ahora, pero antes de poner rumbo a ese lugar…~ Hay algo que voy a prestarte por un tiempo —le guiñó un ojo, mientras con un chasquido de dedos le quitaba la capa blanca y los abalorios que la ajustaban a su cuerpo. Acto seguido sacó de su bolsa una capa de color hueso que caló en los hombros de Laine y en la cual colocaría también los accesorios que había dejado caer al suelo—. Te presto mi camuflaje, hasta que nos tengamos que despedir. La próxima vez que nos veamos te la puedo vender, a un precio especial. Pero ahora la necesitas y me caes bien. Además eres lindo y los lindos pueden conmigo.
— Eres un duende con demasiado corazón, ha de ser malo para ti —repuso Enid, dándole un ligero codazo a su hermano para que volviera a poner los pies en la tierra—. ¿A dónde iremos ahora?
—Vamos a casa de un médico que conozco algo. Es el que tiene esa consulta tan vistosa y cara —comenzó a decir, mientras tomaba la capa de Laine y la escondía en su bolsa—. Le he vendido bastantes cosas, así que conozco bastante bien su casa. Lo mejor es que no nos separemos y me dejéis las magias a mí. Seguidme, amores~
Dicho esto, salió correteando de la posada. Sin decir exactamente cómo funcionaba la capa que había prestado a Laine, si es que ya estaba haciendo efecto o no, o qué era exactamente lo que estaban buscando y cómo había podido sacar tanta información de un rastro de energía con tan poco. Los gemelos no percibían nada malo del duende, pero no por ello podían evitar preguntarse por qué tanto interés en saber qué estaba pasando en Grandbolg.
¿Era algo personal, verdad? ¿Pero por qué?
—Ya nos lo dirá cuando quiera. Es lo bueno y malo de los feéricos, que hacen las cosas cuando las sienten ellos y no los demás. Cuando aún puede ser necesario o cuando ya no —comentó Enid por lo bajo, antes de tomar las manos de Laine y Eíri y comenzar a caminar, siguiendo el camino que Alaunylene les indicaba—.A veces, es mejor no preguntárselo todo.
Agradecieron que el trayecto fuese corto, principalmente porque a ninguno les apetecía alargar aquella mala sensación y ambiente que se había instaurado desde que habían leído el mensaje del amigo de Laine en el periódico de la mañana. Era normal que todo se ensombreciera después de ser consciente que había un lunático muy peligroso buscándole y espiándole de un modo que ni un mirón profesional podría masterizar en 15 años de carrera.
— No estéis tristes~ —interrumpió Alaunylene, que se las había arreglado para colarse entre los dos gemelos y colgarse de sus brazos, al contrario que ellos, no parecía nada aseverado por el rumbo y calibre que estaba tomando la situación en la que por razones varias se habían metido—. Superar problemas por difíciles y pesados que sean para el alma siempre es bueno. Independientemente de lo que se pierda. A veces, lo mejor, es ignorar lo malo. No es bueno para vuestras almas —les sonrió, deteniéndose un momento para observar a Enid y torció los labios—. Tu eres quien sacaría más ventajas de eso. Dejarías de alimentar cosas que no son buenas para ti.
Eíri compuso una sonrisa conciliadora al notar como su hermano se tensaba. Era evidente que a Enid comenzaba a disgustarle el hecho de que justo después del diagnóstico de Laine apareciesen de forma salvaje reconociendo qué era lo que llevaba arrastrando, después de tantos años sin tener ni idea de cuál era su supuesta enfermedad.
Alaunylene les guió muy amablemente al lugar dónde había hecho más impacto la explosión. Aún había algunas vigas por el suelo que el duende fue sorteando hasta llegar a una esquina, hizo una señal a los gemelos para que se acercasen hasta dónde él se encontraba. Al ver que le obedecían, se agachó dejando sus manos sobre un borrón negro que había justo debajo de dónde él se encontraba. Por unos segundos, aquella mancha pareció cobrar vida, se movía, para sorpresa de los gemelos, que no sabían exactamente qué era lo que estaba ocurriendo.
— ¿Qué es lo que estás haciendo? —preguntó Enid, agachándose a su lado. Observaba con curiosidad como el borrón seguía moviéndose histéricamente y el semblante tranquilo de Alaunylene. Como odiaba a los feéricos y su capacidad para engañar a todo el mundo sin tener que decir una sola mentira.
— Estoy moviendo la energía. Esto es un residuo visual, no tiene vida propia. No estamos en peligro ahora, no te preocupes —aseguró, esbozando una sonrisa tranquila que terminó curvándose de más—. Si estoy mal, ya te pediré que me lleves en brazos —concluyó, guiñándole un ojo.
Eíri dejó escapar un suspiro, y decidió agacharse junto a los dos, mirándoles en silencio. Acarició al duende en la cabeza antes de alzar la mirada y tratar de buscar a Laine, descubriendo que desde el ángulo en el que estaban era difícil tener una vista nítida de la recepción. A pesar de que Alaunylene les había dicho que no había que temer, le preocupaba no poder ver que estaba haciendo, si alguien o algo le estaba observando. Al fin y al cabo, era él quien estaba en peligro.
—¿Has terminado?
Alaunylene hizo un puchero, su expresión cambió a una más hostil, sólo por unos segundos. Apartó su mano de la mancha emborronada, que ahora desaparecía en la nada e inició su regreso hasta la recepción dejando atrás a Enid y a Eíri. Los gemelos le siguieron, el de ojos verdes algo cabizbajo, al notar con algo de bochorno que había, de algún modo, ofendido al duende.
— Por supuesto, yo siempre encuentro lo que busco. Es un talento que muchos no saben aprovechar bien, es una suerte que yo sea un experto —Alaunylene sonrió a Laine, poniéndose un poco de puntillas para poder acariciarle la cabeza con algo más de comodidad —. Sé a dónde podemos ir ahora, pero antes de poner rumbo a ese lugar…~ Hay algo que voy a prestarte por un tiempo —le guiñó un ojo, mientras con un chasquido de dedos le quitaba la capa blanca y los abalorios que la ajustaban a su cuerpo. Acto seguido sacó de su bolsa una capa de color hueso que caló en los hombros de Laine y en la cual colocaría también los accesorios que había dejado caer al suelo—. Te presto mi camuflaje, hasta que nos tengamos que despedir. La próxima vez que nos veamos te la puedo vender, a un precio especial. Pero ahora la necesitas y me caes bien. Además eres lindo y los lindos pueden conmigo.
— Eres un duende con demasiado corazón, ha de ser malo para ti —repuso Enid, dándole un ligero codazo a su hermano para que volviera a poner los pies en la tierra—. ¿A dónde iremos ahora?
—Vamos a casa de un médico que conozco algo. Es el que tiene esa consulta tan vistosa y cara —comenzó a decir, mientras tomaba la capa de Laine y la escondía en su bolsa—. Le he vendido bastantes cosas, así que conozco bastante bien su casa. Lo mejor es que no nos separemos y me dejéis las magias a mí. Seguidme, amores~
Dicho esto, salió correteando de la posada. Sin decir exactamente cómo funcionaba la capa que había prestado a Laine, si es que ya estaba haciendo efecto o no, o qué era exactamente lo que estaban buscando y cómo había podido sacar tanta información de un rastro de energía con tan poco. Los gemelos no percibían nada malo del duende, pero no por ello podían evitar preguntarse por qué tanto interés en saber qué estaba pasando en Grandbolg.
¿Era algo personal, verdad? ¿Pero por qué?
—Ya nos lo dirá cuando quiera. Es lo bueno y malo de los feéricos, que hacen las cosas cuando las sienten ellos y no los demás. Cuando aún puede ser necesario o cuando ya no —comentó Enid por lo bajo, antes de tomar las manos de Laine y Eíri y comenzar a caminar, siguiendo el camino que Alaunylene les indicaba—.A veces, es mejor no preguntárselo todo.
Última edición por Irrlicht el Vie Ago 22, 2014 8:53 am, editado 1 vez
Irrlicht- Mensajes : 43
Localización : Dónde nos lleve el viento (?)
Re: {Priv.} Alma, antorchas humanas, y otras desventuras.
Se limitó a asentir, tomó la capa que se le había caído y la guardó en la maleta viajera que llevaba consigo. Cerró los ojos e hizo un pequeño esfuerzo para sobreponerse al mareo salvaje de la visión y el torrente de preocupaciones que tenía encima, las hizo aún lado para concentrarse mejor en su alrededor y en el curioso detalle de Alaunylene. Se podía decir que era la primera vez que convivía tan directamente con seres feéricos, y de lo poco que sabía, le sorprendía la disposición de ayudar pese a la naturaleza engañosa, libre y volátil de estos seres. Laine lo escudriñó unos momentos, después haría caso a Enid en lo de mejor no preguntárselo todo, la respuesta vendría con el tiempo.
Siguieron al duende de piel verdosa por una vereda que desembocaba en una de las calles principales de Grandbolg, a esas horas de la mañana no había mucho tráfico de personas. A Laine le sorprendió—acababa de reparar en ello—lo temprano que era, cuando en la residencia feérica le parecía que estaban más o menos cerca del mediodía. Las panaderías comenzaban a sacar sus primeras bandejas recién salidas del horno, los abastos levantaban las ventanillas al igual que las farmacias locales; otros negocios de artilugios y antigüedades hacían lo mismo con retraso. A buen paso la ciudad despertaba y cobraba vida.
Estar mirando de lado a lado sin esperar encontrar nada en especial, tan solo contemplando la normalidad del día para algunos, le hizo acordarse mágicamente de Azazel y su acuerdo de encontrarse en el hotel ayer. Se preguntó si estaría buscándole cual histérica, o contradictoriamente, seguiría esperando, confiada de que Laine respetaría el acuerdo de mutua confianza que sostenían para conveniencia de ambos. Esta segunda posibilidad le intrigaba, le daba la impresión de que pudiera saber donde estaba exactamente, o espiar qué hacía. Se anotaría mentalmente investigar detenidamente para descartar sospechas.
El lugar a donde Alaunylene les había guiado no era la plaza principal donde habían ocurrido los destrozos—a pesar de haber pasado extremadamente cerca por ahí, como para ver en primer plano el desastre y lo clausurada que estaba al público—ni tampoco el área de hospitales y consultorios personales. Les condujo al área destinada a las residencias de la gente que tenía una calidad de vida medianamente alta en Grandbolg, en su mayoría, los doctores de prestigio y otros comerciantes prósperos. Quedaba en una empinada colina, en las zonas más elevadas de la ciudad. Las casas, por supuesto, eran enormes y algunas rayaban en lo ostentoso. La que escogió Alaunylene tenía aspecto algo modesto en comparación con algunas.
Algo que debió de sorprender a Laine—quizás lo hizo, con retardo—fue el hecho de que en ningún momento sintió que nadie le seguía, ni se fijaba especialmente en él, como si fuese invisible o algo parecido. Sin embargo eso no parecía afectar a los gemelos, o al duende, que le veían y notaban perfectamente.
Así lo notó cuando Alaunylene llamó a la puerta y atendió el ama de llaves, les hizo pasar y ni siquiera lo miró. Dentro, la vivienda del médico era mucho más vistosa, pero seguía conservando algo de humildad que la hacía todo lo acogedora que puede ser una casa tan grande y de escaso movimiento. Tenía un estilo clásico y ordenado, casi meticuloso. Alaunylene no esperó a que le anunciaran, decidió hacerlo él mismo entrando directamente en el despacho de su amigo. Indignada la ama de llaves, pidió a los acompañantes esperar en la sala mientras iba a reñir al duende y disculparse con su señor por permitir que lo interrumpieran cuando revisaba cosas de sus consultas.
Laine se sentó en uno de los muebles y fue a dar con la vista en el reflejo de un espejo sobre una consola de madera, notó que su reflejo estaba desteñido, como si fuera un fantasma, fue así como entendió cómo funcionaba la capa. Lo hacía fundirse con el fondo y solo era notado si hacía algo llamativo, mientras permaneciera callado y silencioso era como si no estuviera, su presencia era tan relevante como la de una planta en su matero.
Como todo lo que tocaba era esperar a que el duende acabara dioses sabían qué, a Laine se le ocurrió que podrían hacer tiempo si hablaban de algo trivial y no tan trivial, sin inmiscuirse demasiado donde no le llamaran.
—¿Tenéis mucho tiempo en este mundo?, ¿tienen un hogar temporal? —les preguntó a los gemelos en tono curioso, con las manos sobre el regazo.
Siguieron al duende de piel verdosa por una vereda que desembocaba en una de las calles principales de Grandbolg, a esas horas de la mañana no había mucho tráfico de personas. A Laine le sorprendió—acababa de reparar en ello—lo temprano que era, cuando en la residencia feérica le parecía que estaban más o menos cerca del mediodía. Las panaderías comenzaban a sacar sus primeras bandejas recién salidas del horno, los abastos levantaban las ventanillas al igual que las farmacias locales; otros negocios de artilugios y antigüedades hacían lo mismo con retraso. A buen paso la ciudad despertaba y cobraba vida.
Estar mirando de lado a lado sin esperar encontrar nada en especial, tan solo contemplando la normalidad del día para algunos, le hizo acordarse mágicamente de Azazel y su acuerdo de encontrarse en el hotel ayer. Se preguntó si estaría buscándole cual histérica, o contradictoriamente, seguiría esperando, confiada de que Laine respetaría el acuerdo de mutua confianza que sostenían para conveniencia de ambos. Esta segunda posibilidad le intrigaba, le daba la impresión de que pudiera saber donde estaba exactamente, o espiar qué hacía. Se anotaría mentalmente investigar detenidamente para descartar sospechas.
El lugar a donde Alaunylene les había guiado no era la plaza principal donde habían ocurrido los destrozos—a pesar de haber pasado extremadamente cerca por ahí, como para ver en primer plano el desastre y lo clausurada que estaba al público—ni tampoco el área de hospitales y consultorios personales. Les condujo al área destinada a las residencias de la gente que tenía una calidad de vida medianamente alta en Grandbolg, en su mayoría, los doctores de prestigio y otros comerciantes prósperos. Quedaba en una empinada colina, en las zonas más elevadas de la ciudad. Las casas, por supuesto, eran enormes y algunas rayaban en lo ostentoso. La que escogió Alaunylene tenía aspecto algo modesto en comparación con algunas.
Algo que debió de sorprender a Laine—quizás lo hizo, con retardo—fue el hecho de que en ningún momento sintió que nadie le seguía, ni se fijaba especialmente en él, como si fuese invisible o algo parecido. Sin embargo eso no parecía afectar a los gemelos, o al duende, que le veían y notaban perfectamente.
Así lo notó cuando Alaunylene llamó a la puerta y atendió el ama de llaves, les hizo pasar y ni siquiera lo miró. Dentro, la vivienda del médico era mucho más vistosa, pero seguía conservando algo de humildad que la hacía todo lo acogedora que puede ser una casa tan grande y de escaso movimiento. Tenía un estilo clásico y ordenado, casi meticuloso. Alaunylene no esperó a que le anunciaran, decidió hacerlo él mismo entrando directamente en el despacho de su amigo. Indignada la ama de llaves, pidió a los acompañantes esperar en la sala mientras iba a reñir al duende y disculparse con su señor por permitir que lo interrumpieran cuando revisaba cosas de sus consultas.
Laine se sentó en uno de los muebles y fue a dar con la vista en el reflejo de un espejo sobre una consola de madera, notó que su reflejo estaba desteñido, como si fuera un fantasma, fue así como entendió cómo funcionaba la capa. Lo hacía fundirse con el fondo y solo era notado si hacía algo llamativo, mientras permaneciera callado y silencioso era como si no estuviera, su presencia era tan relevante como la de una planta en su matero.
Como todo lo que tocaba era esperar a que el duende acabara dioses sabían qué, a Laine se le ocurrió que podrían hacer tiempo si hablaban de algo trivial y no tan trivial, sin inmiscuirse demasiado donde no le llamaran.
—¿Tenéis mucho tiempo en este mundo?, ¿tienen un hogar temporal? —les preguntó a los gemelos en tono curioso, con las manos sobre el regazo.
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Re: {Priv.} Alma, antorchas humanas, y otras desventuras.
La casa era inmensa, al menos en comparación a todas las que habían visto desde que despertaron en aquel mundo. Su curiosidad, inexpresiva en cualquier aspecto físico o interno, les hacía observar con sutileza los detalles de aquella edificación que sólo unos pocos podían permitirse. Hicieron caso –solo en parte– a las indicaciones del ama de llaves. Se abstuvieron de entrar, había sido idea de Alaunylene y él solo sabría arreglárselas a solas. Además de que ese momento a solas con su amigo le serviría también para desquitarse con el creciente malhumor que había ido mostrando en el camino por razones varias y en cierto aspecto, comprensibles. Era un duende, y a ellos les gustaba tener atención y que se les premiase cuando hacían algo bueno a cambio de nada.
Eíri se había sentado en un sillón individual, ancho y de color blanco, como la mayoría de la decoración y mobiliario del lugar. Tenía un tinte clásico, luminoso, algo barroco. Era evidente que era la casa de alguien elegante, ordenado y que le gustaba regalarse la vida con lujos. No era algo que a los gemelos les molestara, comprendía la mentalidad de aquellas criaturas y seres que hacían las cosas porque podían y les gustaba hacer esas demostraciones. Era una forma de mostrar algo, mensajes indirectos.
Enid se había quedado de pie, examinando con gesto neutro la consola de recia de madera blanca y los simples ornamentos que había en ella. Levantó la cabeza, enfocando la mirada en el reflejo de Laine, torció los labios en una sonrisa de lado, desenfadada, al mismo tiempo que algo crispada.
—Creo que algunas décadas —respondió, mirando de reojo a Eíri, como queriendo comprobar que el tema no le estaba molestando—. Llegamos poco después de que las tierras del otro lado del mar fuesen arrasadas. Venimos de ahí, en realidad. Estuvimos un tiempo en Paradisso y luego en Nara —explicó en un tono de voz tranquilo, suave—No tenemos un hogar temporal. Ni aquí, ni en ese otro lado —concluyó, sin ser capaz de amagar el tono hostil que había imprimido en sus últimas palabras.
Eíri bajó la mirada, observó con gesto soñoliento y aprensivo las palmas de sus manos, sin parecer encontrar las palabras adecuadas para explicar o excusar ese cambio de tonalidad. Las cosas en Nara no habían terminado demasiado bien. Tenía una idea clara de lo que harían algunos con Enid si se les ocurría regresar y ni él ni Lovell podrían impedirlo, mucho menos desde la muerte de Roch.
—Algunas colonias de refugiados y supervivientes son muy recelosos y …paranoicos —dijo Eíri esbozando una sonrisa entre desganada y sarcástica—. Algunos pensaban que la enfermedad de Enid era peligrosa. No para él, sino para el resto de nosotros. Pensaban que, bueno, algunos comenzaban a creer que lo mejor era darle descanso.
—Matarme, dicho de forma cruda. Querían quitarme a Eíri para protegerle y matarme —aclaró Enid, con la misma tranquilidad y sutil hostilidad que imprimía casi siempre en sus palabra cuando hablaba del poblado de Nara. Tomó asiento junto a Laine y suspiró—. No todos los celestes son amores. Algunas pueden ser unas zorras manipuladoras y odiosas.
Eíri soltó una risa medio adormilada y graciosa. Se llevó las manos a la boca como para amortiguar el sonido, no por temor a la reacción de su hermano sino porque le daba la sensación de que si hacía mucho ruido podía salir de nuevo el ama de llaves y darle con una fusta en las manos –y quizás en la boca– por perturbar la quietud del lugar. Finalmente, cuando se calmó, se puso de pie y caminó hasta dónde estaban sentados los otros dos y tomó asiento junto al lado libre de Laine. Cerró los ojos.
—Aquí las cosas son difíciles también. Pero extrañamente la gente con la que nos hemos encontrado han sido menos pasivo-agresivos que los del otro lado —comentó Eíri, quien en toda la confianza, decidió usar el hombro de Laine como almohada temporal—. Y te hemos conocido~
—¿Y tú, cuanto hace que llegaste? ¿Quién es la persona que buscas y te busca? —preguntó Enid, finalmente. Era cierto que acababan de conocerse y que el hecho de estar acompañándole no le confería el poder ni la supuesta confianza para hacer esa clase de preguntas. Pero era evidente que todo aquello había afectado a su humor y estado—. Hablar, aunque sea de temas pesados, resulta una buena medicina para el alma. Como sanador seguro que lo sabes. Y a nosotros nos interesa saberlo, sino fuese así no te estaríamos siguiendo.
Eíri asintió a las palabras de Enid y tomó una de las manos de Laine entre las suyas, levantó los parpados con pesadez y fijó la vista en Laine, con un deje curioso casi casi gracioso.
—Al menos, deja que te ayudemos escuchándote —añadió, esbozando una sonrisa adormilada, justo antes de volver a cerrar los ojos.
Eíri se había sentado en un sillón individual, ancho y de color blanco, como la mayoría de la decoración y mobiliario del lugar. Tenía un tinte clásico, luminoso, algo barroco. Era evidente que era la casa de alguien elegante, ordenado y que le gustaba regalarse la vida con lujos. No era algo que a los gemelos les molestara, comprendía la mentalidad de aquellas criaturas y seres que hacían las cosas porque podían y les gustaba hacer esas demostraciones. Era una forma de mostrar algo, mensajes indirectos.
Enid se había quedado de pie, examinando con gesto neutro la consola de recia de madera blanca y los simples ornamentos que había en ella. Levantó la cabeza, enfocando la mirada en el reflejo de Laine, torció los labios en una sonrisa de lado, desenfadada, al mismo tiempo que algo crispada.
—Creo que algunas décadas —respondió, mirando de reojo a Eíri, como queriendo comprobar que el tema no le estaba molestando—. Llegamos poco después de que las tierras del otro lado del mar fuesen arrasadas. Venimos de ahí, en realidad. Estuvimos un tiempo en Paradisso y luego en Nara —explicó en un tono de voz tranquilo, suave—No tenemos un hogar temporal. Ni aquí, ni en ese otro lado —concluyó, sin ser capaz de amagar el tono hostil que había imprimido en sus últimas palabras.
Eíri bajó la mirada, observó con gesto soñoliento y aprensivo las palmas de sus manos, sin parecer encontrar las palabras adecuadas para explicar o excusar ese cambio de tonalidad. Las cosas en Nara no habían terminado demasiado bien. Tenía una idea clara de lo que harían algunos con Enid si se les ocurría regresar y ni él ni Lovell podrían impedirlo, mucho menos desde la muerte de Roch.
—Algunas colonias de refugiados y supervivientes son muy recelosos y …paranoicos —dijo Eíri esbozando una sonrisa entre desganada y sarcástica—. Algunos pensaban que la enfermedad de Enid era peligrosa. No para él, sino para el resto de nosotros. Pensaban que, bueno, algunos comenzaban a creer que lo mejor era darle descanso.
—Matarme, dicho de forma cruda. Querían quitarme a Eíri para protegerle y matarme —aclaró Enid, con la misma tranquilidad y sutil hostilidad que imprimía casi siempre en sus palabra cuando hablaba del poblado de Nara. Tomó asiento junto a Laine y suspiró—. No todos los celestes son amores. Algunas pueden ser unas zorras manipuladoras y odiosas.
Eíri soltó una risa medio adormilada y graciosa. Se llevó las manos a la boca como para amortiguar el sonido, no por temor a la reacción de su hermano sino porque le daba la sensación de que si hacía mucho ruido podía salir de nuevo el ama de llaves y darle con una fusta en las manos –y quizás en la boca– por perturbar la quietud del lugar. Finalmente, cuando se calmó, se puso de pie y caminó hasta dónde estaban sentados los otros dos y tomó asiento junto al lado libre de Laine. Cerró los ojos.
—Aquí las cosas son difíciles también. Pero extrañamente la gente con la que nos hemos encontrado han sido menos pasivo-agresivos que los del otro lado —comentó Eíri, quien en toda la confianza, decidió usar el hombro de Laine como almohada temporal—. Y te hemos conocido~
—¿Y tú, cuanto hace que llegaste? ¿Quién es la persona que buscas y te busca? —preguntó Enid, finalmente. Era cierto que acababan de conocerse y que el hecho de estar acompañándole no le confería el poder ni la supuesta confianza para hacer esa clase de preguntas. Pero era evidente que todo aquello había afectado a su humor y estado—. Hablar, aunque sea de temas pesados, resulta una buena medicina para el alma. Como sanador seguro que lo sabes. Y a nosotros nos interesa saberlo, sino fuese así no te estaríamos siguiendo.
Eíri asintió a las palabras de Enid y tomó una de las manos de Laine entre las suyas, levantó los parpados con pesadez y fijó la vista en Laine, con un deje curioso casi casi gracioso.
—Al menos, deja que te ayudemos escuchándote —añadió, esbozando una sonrisa adormilada, justo antes de volver a cerrar los ojos.
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Re: {Priv.} Alma, antorchas humanas, y otras desventuras.
Le habrían comido la lengua los ratones, porque había estado callado y expectante durante el breve relato de lo que había sido la experiencia de los gemelos desde su llegada a ese mundo, incluso después de esa pregunta, la cual se tomó unos segundos antes de responderla, casi parecía que iba a decir o dar a entender que no le apetecía hablar de ello. Quizás hasta estaba arrepentido de haber hecho esa pregunta, eso no podía saberse con certeza. Él sabía que de algún modo dolía hablar de ciertas cosas, aunque fuera bueno hacerlo porque guardarlo en una caja fuerte era mucho peor. Como sanador lo sabía. Le alegró que, al menos, Enid y Eíri siguieran juntos y se tuvieran el uno al otro.
Laine no había tenido a NADIE durante toda su estadía en ese mundo para compartir lo solo que estaba y lo mucho que echaba de menos a su familia, y los pocos amigos que había hecho como los que habían regresado. Trataba de no pensar en eso, a menudo se lo permitía a pesar de los prontos depresivos que pudiera tener para no olvidar sus caras y mantener aún más fuerte la motivación que tenía en encontrarlo a él.
Era evidente que todo eso le hacía mella, que trataba de mantenerse fuerte y que estaba agotado, ahora lo comenzaba a notar, tanto como el frío que lento pero seguro había estado recorriendo su alma para amargarle y enloquecerle. Cuando lo sentía cerraba los ojos, como acababa de hacer ahora, y pensaba en los buenos momentos con todos ellos, así volvía a estar cálido y tranquilo. Apretó un poquito la mano de Eíri, indicio de que no se había convertido mágicamente en una estatua viviente.
—No sé exactamente cuánto tiempo he estado aquí, me encontraron durmiendo en los dominios del Señor Oscuro. Podría tener años o siglos y no lo sabría —entreabrió los ojos— sin contar ese tiempo muerto, llevaré casi un año en Kil’daggoth al cuidado de los Buttercraft, una de las familias más influyentes de ese reino.
Laine miró hacia la punta redondeada de las botas, y luego a la sombra bajo la suela con suspicacia. Después levantó la mirada otra vez y suspiró antes de retomar lo que venía diciendo.
—Vine aquí por accidente, estaba… luchando contra mi hermano, mi padre me ha pedido encerrarlo y traérselo de vuelta —explicó en tono cuidadoso, como si pensara un poco en lo que estaba diciendo o diría a continuación— durante nuestra lucha perdió el control de la dimensión y nos vimos arrastrados por el Nexo. No he sabido nada de él, hasta hoy. —Los miró a ambos, primero al medio durmiente Eíri y después al intimidante Enid—mi hermano se llama Mekhet, es un antediluviano, como yo.
Si iba a decir algo después de esa revelación, que evidentemente definía por completo su procedencia a quien conociera un poco la historia de los primeros vástagos, los antediluvianos, no llegó a hacerlo. En ese momento Alaunylene abría las puertas del despacho con gesto victorioso, completamente ajeno de su mal humor anterior; estaba radiante y casi echaba chispas por las orejas. Correteó hacia ellos y los abrazó a los tres, estrujándoles el cuello de modo casi estrangulador por la dicha hiperactiva.
—Ricuras, tengo a nuestro hombre —fue diciendo en tono importante, que no disimulaba mucho la emoción que encerraba— me temo que se ha alojado en un lugar un poquito especial en el que tendremos que hacer unas cuantas cosas para entrar, gajes del oficio~ —la sonrisa duendil y troll que esbozaba no auguraba cosas demasiado buenas, según cómo se interprete. Tomó la mano de Enid y la de Eíri, instándoles a levantarse del mueble, le hizo un gesto a Laine con la cabeza de que les imitara. —Vamos~ tesoritos~
—¿A dónde? —preguntó Laine, curioso, y en un tono inocente— ¿se puede saber?
—Claro, claro, no es ningún misterio —soltó una risita mientras llevaba a los gemelos hacia la salida de la casa— iremos al club Tanysius, el más popular del reino.
Laine no había tenido a NADIE durante toda su estadía en ese mundo para compartir lo solo que estaba y lo mucho que echaba de menos a su familia, y los pocos amigos que había hecho como los que habían regresado. Trataba de no pensar en eso, a menudo se lo permitía a pesar de los prontos depresivos que pudiera tener para no olvidar sus caras y mantener aún más fuerte la motivación que tenía en encontrarlo a él.
Era evidente que todo eso le hacía mella, que trataba de mantenerse fuerte y que estaba agotado, ahora lo comenzaba a notar, tanto como el frío que lento pero seguro había estado recorriendo su alma para amargarle y enloquecerle. Cuando lo sentía cerraba los ojos, como acababa de hacer ahora, y pensaba en los buenos momentos con todos ellos, así volvía a estar cálido y tranquilo. Apretó un poquito la mano de Eíri, indicio de que no se había convertido mágicamente en una estatua viviente.
—No sé exactamente cuánto tiempo he estado aquí, me encontraron durmiendo en los dominios del Señor Oscuro. Podría tener años o siglos y no lo sabría —entreabrió los ojos— sin contar ese tiempo muerto, llevaré casi un año en Kil’daggoth al cuidado de los Buttercraft, una de las familias más influyentes de ese reino.
Laine miró hacia la punta redondeada de las botas, y luego a la sombra bajo la suela con suspicacia. Después levantó la mirada otra vez y suspiró antes de retomar lo que venía diciendo.
—Vine aquí por accidente, estaba… luchando contra mi hermano, mi padre me ha pedido encerrarlo y traérselo de vuelta —explicó en tono cuidadoso, como si pensara un poco en lo que estaba diciendo o diría a continuación— durante nuestra lucha perdió el control de la dimensión y nos vimos arrastrados por el Nexo. No he sabido nada de él, hasta hoy. —Los miró a ambos, primero al medio durmiente Eíri y después al intimidante Enid—mi hermano se llama Mekhet, es un antediluviano, como yo.
Si iba a decir algo después de esa revelación, que evidentemente definía por completo su procedencia a quien conociera un poco la historia de los primeros vástagos, los antediluvianos, no llegó a hacerlo. En ese momento Alaunylene abría las puertas del despacho con gesto victorioso, completamente ajeno de su mal humor anterior; estaba radiante y casi echaba chispas por las orejas. Correteó hacia ellos y los abrazó a los tres, estrujándoles el cuello de modo casi estrangulador por la dicha hiperactiva.
—Ricuras, tengo a nuestro hombre —fue diciendo en tono importante, que no disimulaba mucho la emoción que encerraba— me temo que se ha alojado en un lugar un poquito especial en el que tendremos que hacer unas cuantas cosas para entrar, gajes del oficio~ —la sonrisa duendil y troll que esbozaba no auguraba cosas demasiado buenas, según cómo se interprete. Tomó la mano de Enid y la de Eíri, instándoles a levantarse del mueble, le hizo un gesto a Laine con la cabeza de que les imitara. —Vamos~ tesoritos~
—¿A dónde? —preguntó Laine, curioso, y en un tono inocente— ¿se puede saber?
—Claro, claro, no es ningún misterio —soltó una risita mientras llevaba a los gemelos hacia la salida de la casa— iremos al club Tanysius, el más popular del reino.
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Re: {Priv.} Alma, antorchas humanas, y otras desventuras.
Enid se puso de pie al instante que sintió el tirón en su brazo, Eíri por el contrario remoloneó un poco más, aunque sabía que corría el riesgo de que el lindo de Alaunylene se molestase por su perezosa forma de actuar. Miró a su hermano que le regresaba la mirada con un aire casi iracundo. No se molestó en preguntar, sabía que pronto se le pasaría, pasaría a pensar en otras cosas que para él eran prioritarias en ese momento y, como siempre, volvería a hacer como si nada ocurriese. Enid tenía esa extraordinaria habilidad para mostrar que todo y todos le importaban muy poco, y estaba en paz con el mundo, aunque el mundo en concreto estuviera ardiendo hasta sus cenizas. Era un buen muro, uno que fastidiaba a Eíri pese a las ventajas de ello.
Al salir de la casa del doctor –quien fuese y amigo del duende por razones que a ninguno le apetecía saber en ese momento–, volvieron a soltarse de las manos, la del duende y la del antediluviano. Ambos prefirieron quedar en la retaguardia con sus hombros casi chocándose de lo juntos que estaban el uno del otro.
El paisaje no les llamó demasiado la atención, probablemente ya habían pasado el mediodía cuando salieron de aquella casa –y es que hasta había parecido que pasaban lustros el momento en que el ama de llaves les instó a quedarse en aquel saloncito recio y blanco, estúpidamente impecable–. El día parecía pasar con tranquilidad para la mayoría de la gente con la que se iban cruzando. Parecían cumplir su rutina con un rigor tan estricto que a Eíri le recordó a la gente del último pueblecito de Nara en el que estuvieron. Todos con sus aparentes deberes que cumplir, para de algún modo fingir que nada estaba pasando. Quizás como ocurría ahora.
¿Tomarían cartas en el asunto las autoridades de Calad’Meeth si las cosas iban a peor?
— ¿De qué tipo de club hablamos cuando nos referimos al club Tanysius? —preguntó Enid, como si así se obligase a salir del extraño ensimismamiento al que se había sometido. Su expresión no era la gran cosa, más bien daba la sensación de que estuviera a punto de dar el pronóstico del tiempo antes de tumbarse a hacer el vago y posiblemente vaciar alguna despensa de alcohol—. ¿Por qué es el más popular del reino? —notó como Alaunylene se giraba con suavidad para tratar de mirarle, con una expresión casi contradicha—. Los fines y actividades de los clubes pueden ser muy diversos , dependiendo del motivo de las personas que se asocien.
—Jajá, ¡es cierto! —asintió Eíri, que pareció querer tomarlo como un juego trol para molestar al duende y entretenerse durante el camino—.Pueden ser de actividades sociales, debates culturales, actividades a favor de terceros, formativas e informativas en beneficio propio~
Alaunylene se encogió muy graciosamente de hombros, con un toque crispado que le daba un aire a felino engrifándose muy hilarante, tan solo le faltaba gruñir por lo bajo. Tras tomar una gran bocanada de aire, y parecer calmarse según iba soltándolo después, decidió fingir que se tomaba el tiempo para encontrar la mejor respuesta a la curiosidad de los gemelos.
—El club Tanysius es un lugar muy especial. Es un establecimiento que ofrece mucha variedad para pasar el rato y entretenerse, si tienes las almas para costearlo. Por supuesto —respondió, soltando una ligera risita—. Bueno, venden sus mercancías y su ratos de “tranquilidad” como una terapia de relax y medicinal para la mente. Y lo lamento, pero las razas mundanas, no deberían contratar según qué cosas de ese lugar, no les sienta bien —explicó, siendo breve y concreto, sonrió de oreja a oreja y le guiñó un ojo a Laine, que era al único que podía ver en ese momento—. Como ya me conocen un poco, pensarán que hemos ido a comerciar. Normalmente voy con mis niños. Os aconsejo que, si os hacen probar o ver algo, les sigáis la corriente. Yo cuidaré de vosotros, pero vosotros también tendréis que cuidar de mí. Así que hoy sois comerciantes~
Los gemelos asintieron a las palabras de Alaunylene y se apresuraron en alcanzarles, pues estaban algo rezagados. Sólo les quedaron un par de minutos de caminata para alcanzar el mencionado club Tanysius. El exterior no era nada particular. En realidad, parecía cualquier sitio de oficinas, como el resto de consultas de Grandbolg. Alaunylene les explicó que era un tipo de magia “simpática” que mantenía la fachada como las del resto de edificios, para evitar llamar demasiado la atención. Sólo los invitados podían ver cómo era realmente. Así que, el único que podía ver cómo era el exterior de verdad, era el duende.
Al asegurar que era irrelevante saber cómo se veía, les condujo por un estrecho pasillo lateral, dónde se encontraba la entrada para empleados y amigos, había menos seguridad y así ninguno de los otros tres se arriesgaba a ser descubierto. Sin embargo, y para asegurarse de qué nadie sospechara nada de ellos, Alaunylene compartió con ellos parte de su energía, que servía para que durante un tiempo determinado Laine, Enid y Eíri pasaran como seres feéricos a ojos de todos. Y eso lo hizo plantándoles a cada uno un beso en los labios «Es así como se hace». Les aseguró, como respuesta a las expresiones de algunos de ellos.
Una vez estuvieron listos, se adentraron en el interior de aquel club, tan especial, dónde se suponía que iban a encontrar buena información. Si aquel doctor le había dicho la verdad a Alaunylene. También no cabía toda la posibilidad de que el duende estuviera buscando a la misma persona que estaba acechando a Laine. Era difícil saber en qué pensaban aquellas criaturas, tan fascinantes y volátiles.
El interior era oscuro, pero no por ello lúgubre, el espacio era de concepto abierto y pese a ello había algunos pocos pasillos que debían llevar a escaleras y las zonas citadas como VIPs. Pese a lo cerrado que parecía todo, pues tampoco entraba la luz del exterior –algo para distorsionar el tiempo y la realidad, dijo Alaunylene por lo bajo–, todo el lugar olía bien. A algo ligero y que iba cambiando matices según pasaban de una sala a otra.
—Alaunylene~ No te esperaba hasta mañana –dijo una voz tras ellos.
Se trataba de un hombre larguirucho, parecía vestir un yukata de forma casi floja de color verde pálido, así como sus cabellos. El duende no perdió tiempo para soltar la mano de Laine –pero no sin antes asegurarse de que otro de los gemelos le sustituyera– y lanzarse sobre el tipo, que le devolvió el abrazo, alzándole del suelo debido a la gran diferencia de estaturas. Miró por encima del hombro del duende a sus acompañantes y arrugó ligeramente la nariz antes de volver a su expresión de profesional desinteresado.
—No voy a preguntar en que lío te has metido esta vez. Pero si quieres hablar con los nuevos financiadores vas a tener que esperar un poco, tendré que avisarles. Ya te he dicho que no te esperaban hasta mañana –le dijo, dejándolo en el suelo y golpeándole suavemente en la cabeza con lo que parecía una pipa de opio, muy larga, simple y estúpidamente bonita.
—Está bien, esperaremos en la sala púrpura. ¿Ahí están las nuevas adquisiciones no? —masculló el duende, sobándose la cabeza con gesto de niño malcriado al que le han robado una galleta—. ¿Podrás hacer que nos traigan algo de beber, no demasiado fuerte? Mis lindos compañeros no han tomado ni comido nada desde hace tiempo y creo que necesitan animarse —dijo, mientras tomaba la mano libre de Laine y la de Enid y les conducía hasta dicha sala—. Tened paciencia~ en este lugar conseguiremos mucha información. Incluso información que antes no nos parecía muy relevante. Merecerá la pena —aseguró, mientras le acariciaba la cabeza a Laine—. Cuando esto haya terminado, acordaremos el pago por el tiempo extra. Aunque con un beso de cada uno me conformo~
Al salir de la casa del doctor –quien fuese y amigo del duende por razones que a ninguno le apetecía saber en ese momento–, volvieron a soltarse de las manos, la del duende y la del antediluviano. Ambos prefirieron quedar en la retaguardia con sus hombros casi chocándose de lo juntos que estaban el uno del otro.
El paisaje no les llamó demasiado la atención, probablemente ya habían pasado el mediodía cuando salieron de aquella casa –y es que hasta había parecido que pasaban lustros el momento en que el ama de llaves les instó a quedarse en aquel saloncito recio y blanco, estúpidamente impecable–. El día parecía pasar con tranquilidad para la mayoría de la gente con la que se iban cruzando. Parecían cumplir su rutina con un rigor tan estricto que a Eíri le recordó a la gente del último pueblecito de Nara en el que estuvieron. Todos con sus aparentes deberes que cumplir, para de algún modo fingir que nada estaba pasando. Quizás como ocurría ahora.
¿Tomarían cartas en el asunto las autoridades de Calad’Meeth si las cosas iban a peor?
— ¿De qué tipo de club hablamos cuando nos referimos al club Tanysius? —preguntó Enid, como si así se obligase a salir del extraño ensimismamiento al que se había sometido. Su expresión no era la gran cosa, más bien daba la sensación de que estuviera a punto de dar el pronóstico del tiempo antes de tumbarse a hacer el vago y posiblemente vaciar alguna despensa de alcohol—. ¿Por qué es el más popular del reino? —notó como Alaunylene se giraba con suavidad para tratar de mirarle, con una expresión casi contradicha—. Los fines y actividades de los clubes pueden ser muy diversos , dependiendo del motivo de las personas que se asocien.
—Jajá, ¡es cierto! —asintió Eíri, que pareció querer tomarlo como un juego trol para molestar al duende y entretenerse durante el camino—.Pueden ser de actividades sociales, debates culturales, actividades a favor de terceros, formativas e informativas en beneficio propio~
Alaunylene se encogió muy graciosamente de hombros, con un toque crispado que le daba un aire a felino engrifándose muy hilarante, tan solo le faltaba gruñir por lo bajo. Tras tomar una gran bocanada de aire, y parecer calmarse según iba soltándolo después, decidió fingir que se tomaba el tiempo para encontrar la mejor respuesta a la curiosidad de los gemelos.
—El club Tanysius es un lugar muy especial. Es un establecimiento que ofrece mucha variedad para pasar el rato y entretenerse, si tienes las almas para costearlo. Por supuesto —respondió, soltando una ligera risita—. Bueno, venden sus mercancías y su ratos de “tranquilidad” como una terapia de relax y medicinal para la mente. Y lo lamento, pero las razas mundanas, no deberían contratar según qué cosas de ese lugar, no les sienta bien —explicó, siendo breve y concreto, sonrió de oreja a oreja y le guiñó un ojo a Laine, que era al único que podía ver en ese momento—. Como ya me conocen un poco, pensarán que hemos ido a comerciar. Normalmente voy con mis niños. Os aconsejo que, si os hacen probar o ver algo, les sigáis la corriente. Yo cuidaré de vosotros, pero vosotros también tendréis que cuidar de mí. Así que hoy sois comerciantes~
Los gemelos asintieron a las palabras de Alaunylene y se apresuraron en alcanzarles, pues estaban algo rezagados. Sólo les quedaron un par de minutos de caminata para alcanzar el mencionado club Tanysius. El exterior no era nada particular. En realidad, parecía cualquier sitio de oficinas, como el resto de consultas de Grandbolg. Alaunylene les explicó que era un tipo de magia “simpática” que mantenía la fachada como las del resto de edificios, para evitar llamar demasiado la atención. Sólo los invitados podían ver cómo era realmente. Así que, el único que podía ver cómo era el exterior de verdad, era el duende.
Al asegurar que era irrelevante saber cómo se veía, les condujo por un estrecho pasillo lateral, dónde se encontraba la entrada para empleados y amigos, había menos seguridad y así ninguno de los otros tres se arriesgaba a ser descubierto. Sin embargo, y para asegurarse de qué nadie sospechara nada de ellos, Alaunylene compartió con ellos parte de su energía, que servía para que durante un tiempo determinado Laine, Enid y Eíri pasaran como seres feéricos a ojos de todos. Y eso lo hizo plantándoles a cada uno un beso en los labios «Es así como se hace». Les aseguró, como respuesta a las expresiones de algunos de ellos.
Una vez estuvieron listos, se adentraron en el interior de aquel club, tan especial, dónde se suponía que iban a encontrar buena información. Si aquel doctor le había dicho la verdad a Alaunylene. También no cabía toda la posibilidad de que el duende estuviera buscando a la misma persona que estaba acechando a Laine. Era difícil saber en qué pensaban aquellas criaturas, tan fascinantes y volátiles.
El interior era oscuro, pero no por ello lúgubre, el espacio era de concepto abierto y pese a ello había algunos pocos pasillos que debían llevar a escaleras y las zonas citadas como VIPs. Pese a lo cerrado que parecía todo, pues tampoco entraba la luz del exterior –algo para distorsionar el tiempo y la realidad, dijo Alaunylene por lo bajo–, todo el lugar olía bien. A algo ligero y que iba cambiando matices según pasaban de una sala a otra.
—Alaunylene~ No te esperaba hasta mañana –dijo una voz tras ellos.
Se trataba de un hombre larguirucho, parecía vestir un yukata de forma casi floja de color verde pálido, así como sus cabellos. El duende no perdió tiempo para soltar la mano de Laine –pero no sin antes asegurarse de que otro de los gemelos le sustituyera– y lanzarse sobre el tipo, que le devolvió el abrazo, alzándole del suelo debido a la gran diferencia de estaturas. Miró por encima del hombro del duende a sus acompañantes y arrugó ligeramente la nariz antes de volver a su expresión de profesional desinteresado.
—No voy a preguntar en que lío te has metido esta vez. Pero si quieres hablar con los nuevos financiadores vas a tener que esperar un poco, tendré que avisarles. Ya te he dicho que no te esperaban hasta mañana –le dijo, dejándolo en el suelo y golpeándole suavemente en la cabeza con lo que parecía una pipa de opio, muy larga, simple y estúpidamente bonita.
—Está bien, esperaremos en la sala púrpura. ¿Ahí están las nuevas adquisiciones no? —masculló el duende, sobándose la cabeza con gesto de niño malcriado al que le han robado una galleta—. ¿Podrás hacer que nos traigan algo de beber, no demasiado fuerte? Mis lindos compañeros no han tomado ni comido nada desde hace tiempo y creo que necesitan animarse —dijo, mientras tomaba la mano libre de Laine y la de Enid y les conducía hasta dicha sala—. Tened paciencia~ en este lugar conseguiremos mucha información. Incluso información que antes no nos parecía muy relevante. Merecerá la pena —aseguró, mientras le acariciaba la cabeza a Laine—. Cuando esto haya terminado, acordaremos el pago por el tiempo extra. Aunque con un beso de cada uno me conformo~
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Localización : Dónde nos lleve el viento (?)
Re: {Priv.} Alma, antorchas humanas, y otras desventuras.
En respuesta al comentario del duende, Laine soltó una leve carcajada que intentó no resultara ofensiva para el duende, que ya mucho había tenido que soportar con la falta de atención hacia algunos gestos bondadosos y aparentemente desinteresados que hacía por ellos —estaba claro para Laine que eran más interesados de lo que dejaba ver— y en realidad a esas alturas le parecía poco pagar con un beso. Otra cosa que le resultaría hilarante cuando se le pasara por la cabeza debido a los efectos troles de lo que fuera que estuviera aspirando por las fosas nasales era que siempre terminaba besado por alguien a causa de un interés común, en su vida mortal y sus dos no-vidas.
La sala púrpura, como lo decía el nombre, era de una temática escala de degradados púrpuras, que iban del lila hasta el índigo. Si Laine pudiera describirla, o quisiera (?), lo haría como la sala de descanso de algún sultán o jeque bastante acaudalado que tenía algún gusto por lo sórdido y el mistisismo. Los velos de seda, las cortinas, las copas y platos con bocadillos, incluyendo al personal se adaptaban a ello. Las adquisiciones vestían largos trajes de tonos púrpuras vibrantes alternando con detalles de plata y oro blanco, la mayoría iba de antifaz o llevaban algún velo que les cubriera toda la cara, excepto los ojos. Laine pensó que ese estilo encajaba demasiado bien con su querido hermano.
Alaunylene les llevó a una de las mesas con mejor ángulo de visión, y también con mayor cantidad de cojines y almohadones cómodos. Las mesas tenían alfombras mullidas y suaves, por lo que salía mejor seudo acostarse entre los cojines o simplemente sentarse a raso frente a una mesa ratonera rectangular. Laine decidió que no se pondría demasiado cómodo y se limitó a sentarse al lado de Eíri —a quien llevaba de la mano y cuidaba que el incienso no lo hubiese puesto más idiota e hiciera que se tropezara con los pies— y el duende, quien apenas pescó a uno de los que atendían las mesas pidió las bebidas por todos, asegurando que se trataban de tónicos reavitalizantes y sabrosos, además, añadió a la lista una bandeja de bocadillos.
El strigoi decidió bajarse la capucha y darle una barrida al local, tanto con la mirada como con la mente. Arrugó la nariz en un gesto de desagrado, cosa que notó Alaunylene en el acto y por lo que le dedicó una sonrisa entre comprensiva y burlona. El duende le dio una palmadita amistosa en el hombro, le indicó con una suave y pícara mirada que volteara hacia las mesas donde reposaba cada barra de incienso y hojas quemadas dentro de sus lámparas de olor..
—¿Lo notas?, son pantallas, evitan la intrusión telepática y de otros sentidos ultra desarrollados. Probablemente salgas un poco mareado de aquí, bebé —suavizó su sonrisa a una más amable, no quería ofender al vástago por la repentina privación de su percepción. — Hay muchas criaturas con habilidades excepcionales para sacar información sin siquiera moverse de donde están, así que aquí como en otros lugares de este mundo son precavidos con ello. Entenderán que es vital para muchos conservar su información para sí, ¿verdad?, a mi me parece divertido, es más interesante cuando tienes que pensar como conseguir lo que quieres, a la vieja escuela~
No le cabía duda que a esas alturas Alaunylene fuera un experto en esa clase de artimañas, Laine no podía decir del todo lo mismo. Se sentía un poco inseguro si no tenía todo su arsenal consigo para encontrar la cueva de Mekhet. Se anotó mentalmente no ser tan dependiente de sus dones y usar más la materia gris, como solía decirle cierto ángel blanco radioactivo. ¿Qué le diría en ese momento?, cuando se veía tan dependiente de un ser que no conocía de nada que aunque les estaba ayudando les hacía hacer las cosas a su manera y eso le sentaba incómodo.
Pues, le diría que tomara al toro por los cuernos de una buena vez, que era tan bueno y capaz como cualquiera con o sin auspex. Y que, a fin de cuentas, siempre era mejor cuando se hacían las cosas por sí mismo, fueran para bien o para mal.
Los tónicos y las bandejas llegaron de inmediato, pero no a manos de una persona. Cuando se dieron cuenta les habían dejado varios carritos con delicateses varias, algunas típicas de Calad' Meeth, otras que Laine identificó bien eran propias de Kil'daggoth, como los calamares embutidos con salsa de ojo de bruja, incluso advirtió algunos más del Este, como el sushi, los baos, las giozas, el kebab, picadillos de carne y demás. Un festival gastronómico tan repentino que resultaba sospechoso. El joven que comandaba la camarilla les comunicó que era cortesía de uno de los anfitriones del club, un modo de saludar a los invitados y comerciantes.
En un ademán sutil pero claro, Laine tomó suavemente la muñeca del joven. Advirtió su sorpresa en los ojos —bajo el antifaz parecían plateados, hacían un increíble contraste con el color violeta casi negro— y después su ligero nerviosismo cuando se sonrió con un muy ligero —e inconsciente en ese momento (?)— tinte coqueto. Esa reacción espontánea acompañada del contacto bastó para que su auspex funcionara por un fugaz momento que le bastó para ver y saber lo que necesitaba.
—Estamos agradecidos con tan cordial gesto. Por favor, ¿te importaría llevarme con vuestro anfitrión para conocerle y darle las gracias personalmente? —pidió en tono amable, su expresión era la de alguien a quien no se le podía decir que no. El joven asintió intentando parecer cuerdo y Laine esbozó otra pequeña sonrisa. Cuando se incorporó dejó caer la capa de camuflaje y miró tanto al duende como a los gemelos, a los que les guiñó un ojo con un deje cómplice —muy parecido al estilo coqueto que acababa de inventarse, o que le salía natural—.
Caminó un paso detrás del muchacho una vez que el séquito de ayudantes se retiró, llegaron a una de las secciones más alejadas de la sala púrpura, la que parecía VIP al estar las mesas bajo cortinas corredizas que daban aire privado, exclusivo, y de que podías encontrarte cualquier cosa detrás. Al detenerse en la correspondiente, el joven descorrió un poco la cortina y asomó la cabeza para hablar y explicar la cuestión, disculpándose por las molestias causadas al interrumpir en su conversación. Laine escuchó al otro lado una profunda voz masculina que le invitaba a pasar, el joven asintió y cedió el espacio suficiente para que pudiese entrar en la recámara.
En lugar de una alfombra mullida y cojines, en la sala VIP habían verdaderos asientos, butacas que podían pasar por tronos, bastante cómodas y con su propia mesa plegable y ajustable, un invento que combinaba todos los elementos del ingenio de Miryathir. También varias mesas transportables con bocadillos y bebidas en copitas varias, con sus respectivas botellas cerca por si apetecía rellenar. Cuando Laine se sentó, le ofrecieron de las variedades que, con mucha cortesía negó, realmente no tenía ánimos de comer o beber nada, tan solo de poder encontrar a Mekhet de una vez, o lo que fuera le hubiera dejado.
Sabía que delante de él estaba el primer recado, su ghoul.
La sala púrpura, como lo decía el nombre, era de una temática escala de degradados púrpuras, que iban del lila hasta el índigo. Si Laine pudiera describirla, o quisiera (?), lo haría como la sala de descanso de algún sultán o jeque bastante acaudalado que tenía algún gusto por lo sórdido y el mistisismo. Los velos de seda, las cortinas, las copas y platos con bocadillos, incluyendo al personal se adaptaban a ello. Las adquisiciones vestían largos trajes de tonos púrpuras vibrantes alternando con detalles de plata y oro blanco, la mayoría iba de antifaz o llevaban algún velo que les cubriera toda la cara, excepto los ojos. Laine pensó que ese estilo encajaba demasiado bien con su querido hermano.
Alaunylene les llevó a una de las mesas con mejor ángulo de visión, y también con mayor cantidad de cojines y almohadones cómodos. Las mesas tenían alfombras mullidas y suaves, por lo que salía mejor seudo acostarse entre los cojines o simplemente sentarse a raso frente a una mesa ratonera rectangular. Laine decidió que no se pondría demasiado cómodo y se limitó a sentarse al lado de Eíri —a quien llevaba de la mano y cuidaba que el incienso no lo hubiese puesto más idiota e hiciera que se tropezara con los pies— y el duende, quien apenas pescó a uno de los que atendían las mesas pidió las bebidas por todos, asegurando que se trataban de tónicos reavitalizantes y sabrosos, además, añadió a la lista una bandeja de bocadillos.
El strigoi decidió bajarse la capucha y darle una barrida al local, tanto con la mirada como con la mente. Arrugó la nariz en un gesto de desagrado, cosa que notó Alaunylene en el acto y por lo que le dedicó una sonrisa entre comprensiva y burlona. El duende le dio una palmadita amistosa en el hombro, le indicó con una suave y pícara mirada que volteara hacia las mesas donde reposaba cada barra de incienso y hojas quemadas dentro de sus lámparas de olor..
—¿Lo notas?, son pantallas, evitan la intrusión telepática y de otros sentidos ultra desarrollados. Probablemente salgas un poco mareado de aquí, bebé —suavizó su sonrisa a una más amable, no quería ofender al vástago por la repentina privación de su percepción. — Hay muchas criaturas con habilidades excepcionales para sacar información sin siquiera moverse de donde están, así que aquí como en otros lugares de este mundo son precavidos con ello. Entenderán que es vital para muchos conservar su información para sí, ¿verdad?, a mi me parece divertido, es más interesante cuando tienes que pensar como conseguir lo que quieres, a la vieja escuela~
No le cabía duda que a esas alturas Alaunylene fuera un experto en esa clase de artimañas, Laine no podía decir del todo lo mismo. Se sentía un poco inseguro si no tenía todo su arsenal consigo para encontrar la cueva de Mekhet. Se anotó mentalmente no ser tan dependiente de sus dones y usar más la materia gris, como solía decirle cierto ángel blanco radioactivo. ¿Qué le diría en ese momento?, cuando se veía tan dependiente de un ser que no conocía de nada que aunque les estaba ayudando les hacía hacer las cosas a su manera y eso le sentaba incómodo.
Pues, le diría que tomara al toro por los cuernos de una buena vez, que era tan bueno y capaz como cualquiera con o sin auspex. Y que, a fin de cuentas, siempre era mejor cuando se hacían las cosas por sí mismo, fueran para bien o para mal.
Los tónicos y las bandejas llegaron de inmediato, pero no a manos de una persona. Cuando se dieron cuenta les habían dejado varios carritos con delicateses varias, algunas típicas de Calad' Meeth, otras que Laine identificó bien eran propias de Kil'daggoth, como los calamares embutidos con salsa de ojo de bruja, incluso advirtió algunos más del Este, como el sushi, los baos, las giozas, el kebab, picadillos de carne y demás. Un festival gastronómico tan repentino que resultaba sospechoso. El joven que comandaba la camarilla les comunicó que era cortesía de uno de los anfitriones del club, un modo de saludar a los invitados y comerciantes.
En un ademán sutil pero claro, Laine tomó suavemente la muñeca del joven. Advirtió su sorpresa en los ojos —bajo el antifaz parecían plateados, hacían un increíble contraste con el color violeta casi negro— y después su ligero nerviosismo cuando se sonrió con un muy ligero —e inconsciente en ese momento (?)— tinte coqueto. Esa reacción espontánea acompañada del contacto bastó para que su auspex funcionara por un fugaz momento que le bastó para ver y saber lo que necesitaba.
—Estamos agradecidos con tan cordial gesto. Por favor, ¿te importaría llevarme con vuestro anfitrión para conocerle y darle las gracias personalmente? —pidió en tono amable, su expresión era la de alguien a quien no se le podía decir que no. El joven asintió intentando parecer cuerdo y Laine esbozó otra pequeña sonrisa. Cuando se incorporó dejó caer la capa de camuflaje y miró tanto al duende como a los gemelos, a los que les guiñó un ojo con un deje cómplice —muy parecido al estilo coqueto que acababa de inventarse, o que le salía natural—.
Caminó un paso detrás del muchacho una vez que el séquito de ayudantes se retiró, llegaron a una de las secciones más alejadas de la sala púrpura, la que parecía VIP al estar las mesas bajo cortinas corredizas que daban aire privado, exclusivo, y de que podías encontrarte cualquier cosa detrás. Al detenerse en la correspondiente, el joven descorrió un poco la cortina y asomó la cabeza para hablar y explicar la cuestión, disculpándose por las molestias causadas al interrumpir en su conversación. Laine escuchó al otro lado una profunda voz masculina que le invitaba a pasar, el joven asintió y cedió el espacio suficiente para que pudiese entrar en la recámara.
En lugar de una alfombra mullida y cojines, en la sala VIP habían verdaderos asientos, butacas que podían pasar por tronos, bastante cómodas y con su propia mesa plegable y ajustable, un invento que combinaba todos los elementos del ingenio de Miryathir. También varias mesas transportables con bocadillos y bebidas en copitas varias, con sus respectivas botellas cerca por si apetecía rellenar. Cuando Laine se sentó, le ofrecieron de las variedades que, con mucha cortesía negó, realmente no tenía ánimos de comer o beber nada, tan solo de poder encontrar a Mekhet de una vez, o lo que fuera le hubiera dejado.
Sabía que delante de él estaba el primer recado, su ghoul.
Laine- Mensajes : 60
Localización : A donde me lleve el viento --y Azazel--
Re: {Priv.} Alma, antorchas humanas, y otras desventuras.
No era la primera vez que habían visto un lugar así, al menos eso era lo que las mentes de Eíri y Enid les sugerían. No sabían cuánto hacía, de todos modos, que veían tan diferentes razas diferentes en un mismo lugar. No podían negar que todo les llamaba la curiosidad, pese a que no estaban ahí para curiosear del modo en que ellos querían. Era peligroso, pese a estar en territorio supuestamente neutral.
Porque era obvio que no iban a estar a salvo en ninguna parte. Laine el que menos, al parecer.
Cuando el strigoi se puso de pie, dejándose guiar por uno de los que les había traído de comer, uno de los gemelos hizo mención de ponerse de pie y ocurrió algo tremendamente curioso. Las puertas de la sala púrpura se cerraron y algunos de los sirvientes –lo que fueran– se pusieron muy amablemente a flanquearla. Era obvio que no tenían previsto dejar salir a nadie más de ahí.
Alaunylene con gesto conciliador hizo sentarse de nuevo al gemelo, esbozó una pequeña sonrisa. Era obvio que, a su muy singular modo, les pedía paciencia y calma. Los dos tenían de eso, así que algo reticentes volvieron a hundirse en los mullidos almohadones. Eso sí, sin tocar ni una de las cosas que les habían ofrecido. El duende, por su parte, había recogido la capa del suelo y la estaba doblando. Su expresión era calma, neutra. Pero Enid pudo notar algo de molestia por el modo en que se esforzaba en no fruncir el ceño o mirarles directamente.
— Eres un cascarrabias —le dijo, en un tono bromista—. ¿Qué ocurre? —le preguntó mientras alargaba su brazo para tomar la manita del duende, no fue hasta en ese momento, que notó que sus dedos eran largos, algo huesudos y su tacto era muy frío—. ¿Estás bien? —volvió a preguntar, esta vez sin poder disimular el tono preocupado en su voz.
—Hay un tipo de magia que los seres feéricos llamamos magia simpática —comenzó a explicar el duende —La usamos para distorsionar la realidad alrededor de nosotros. La percepción. Que los demás tengan una versión suavizada de cómo nos vemos realmente. Pues al parecer, hay algo en esta sala que también está anulando eso y no me gusta. Esto no estaba aquí antes —concluyó Alaunylene, encogiéndose un poco en su asiento—. No es que tenga cosas que esconder, en cuanto a mi físico. Soy excepcionalmente lindo para lo que eran mis padres. Sin embargo, que nos quiten algo que nos pertenece es ofensivo. Es como si…quisieran menguar nuestra seguridad. No me gusta que jueguen conmigo, no cuando yo no tengo verdadero control sobre lo que hacen.
Eíri torció los labios y asintió, mirando de reojo a su hermano, en busca de algo. Ellos se habían metido en un problema al entrar en aquel estúpido lugar exclusivo de Grandbolg. No era difícil imaginar que era una trampa. Era lógico que pudiesen haberse anticipado a ellos. Al fin y al cabo era fácil de adivinar su procedimiento, si pensaban seguir investigando. De cualquier modo, probablemente, todo les hubiera llevado a ese mismo lugar, porque eso era lo que su objetivo quería. Tampoco cabía duda de que podía estar dentro de los planes de Laine dejarse llevar a una situación así, tenía su misión y quería cumplirla.
Enid permaneció con la vista clavada en las mercancías y luego en el techo, mientras aspiraba sin parecer afectado todo el humo que soltaba el incienso especial que estaban quemando en aquel momento. Alaunylene, para aparentar normalidad en él, había decidido tumbarse, usando el regazo de Enid como almohada. Su vista estaba fija en los extraños bailes que ahora hacían ya fuese para entretenerles o para hipnotizarles.
—¿Creéis que ya ha sido suficiente ventaja? —preguntó Enid, cerrando los ojos.
Alaunylene arrugó la nariz y asintió quedamente, haciéndoles una señal para que se cubriesen fuerte las orejas, incluso haciendo uso de almohadas si era necesario. Y cuando se cercioró de que ninguno de los gemelos formarían parte de los daños colaterales, entreabrió los labios y, para sorpresa de los presentes, comenzó a cantar.
Cabe decir que era una visión algo absurda y curiosa a ojos de Enid y Eíri, que tan sólo veían al duendecito gesticular. Aún tumbado y usando el regazo de uno de ellos para estar más cómodo. Movía los brazos con gestos gráciles, lentos y casi hipnóticos. Después, notaron, que al llevar casi un minuto de cancioncilla –o lo que fuese que hiciese–, algunos habían comenzado a caer, dormidos o desmayados. Simplemente inconscientes, maravilloso.
Y sólo cuando hubo caído el último, fue que Alaunylene les permitió retirar las protecciones que cubrían sus orejas, les sonrió con gesto triunfante, mientras se ponía en pie y se acercaba al carrito de comida, olisqueando algunas cosas.
— Por razones como estas, es que mi sueño de ser cantante profesional se vio incumplido. No ganas ni dinero ni almas –en este mundo, al menos– haciendo dormir a todo el mundo —bromeó, mientras les acercaba algún tipo de panecillo—. Me parecen libres de cosas feas, sin incluir el gluten —se encogió de hombros, ahogando una risa pícara—. Bien, ¿ahora cómo vamos a salir por ahí? Aunque os parezca increíble, no soy perfecto y no puedo hacerlo todo.
Eíri trató de no reírse y se acercó a la puerta, poniéndose de pie con un gesto algo tambaleante. Sujetando el pan con una mano, pegó una oreja contra la puerta y permaneció estático en aquella posición por algunos segundos, antes de separarse y prenderse un dedo en llamas para marcar algo en la superficie de la puerta. Mordía con cierto recelo el pan, y observaba con ojo crítico su obra de arte, antes de inclinarse sobre la puerta y tirarle el aliento a los dibujitos que había inscrito en la puerta.
—La gente tiene una visión muy limitada de lo que la alquimia puede hacer, y de lo que puede ser llamado alquimia. No sólo es ciencia, en algunos casos tiene mucho que ver con la magia, pero bla bla blá —se cortó Eíri, soltando una suave carcajada antes de traspasar la puerta—. Yo de vosotros me daría prisa. Es un metal fuerte, no sé cuánto pueda aguantar el vínculo. No quiero quedarme sin aliento~
Alaunylene y Enid cruzaron la puerta, y cuando estuvieron los dos fuera, Eíri volvió a hacer algo que pareció devolver la consistencia a la puerta y a él obligarle a dar una gran bocanada de aire y a toser varias veces antes de volver a recuperarse. Y cuando lo estuvo, los tres comenzaron a caminar por los pasillos. Ninguno de ellos podía captar la presencia de Laine, por lo que la misión de hacerle de soporte iba a ser más difícil si, para empezar, no tenían ni idea de dónde estaba.
Mientras correteaban, del modo más disimulado y silencioso posible –lo cual era difícil, teniendo en cuenta que había gente por todos lados–, Alaunylene tomó de los brazos a los gemelos y los escondió detrás de un pesado tapiz en el interior de una sala oscura. En su interior, estaba el tipo que les había recibido y una mujer, con un séquito considerable. Por alguna razón que los gemelos aún no entendían, al duende le parecía peligroso que alguno de ellos les encontrase, así que hicieron caso a sus silenciosas peticiones y se mantuvieron en silencio e inmóviles como estatuas.
Para desgracia de los tres –o a lo mejor, sólo para los gemelos– estaban lo suficientemente lejos como para que no pudieran escucharles. Alaunylene, parecía más serio con cada segundo que pasaba y después, sorprendido y alarmado. Hizo una señal a los gemelos, y en sumo silencio, les gesticuló que necesitaban una distracción.
Eíri miró a su hermano, mientras rebuscaba en su bolsa y tomaba uno de los frascos de su interior.
¿Incendiar el edificio, sería suficiente distracción?
Porque era obvio que no iban a estar a salvo en ninguna parte. Laine el que menos, al parecer.
Cuando el strigoi se puso de pie, dejándose guiar por uno de los que les había traído de comer, uno de los gemelos hizo mención de ponerse de pie y ocurrió algo tremendamente curioso. Las puertas de la sala púrpura se cerraron y algunos de los sirvientes –lo que fueran– se pusieron muy amablemente a flanquearla. Era obvio que no tenían previsto dejar salir a nadie más de ahí.
Alaunylene con gesto conciliador hizo sentarse de nuevo al gemelo, esbozó una pequeña sonrisa. Era obvio que, a su muy singular modo, les pedía paciencia y calma. Los dos tenían de eso, así que algo reticentes volvieron a hundirse en los mullidos almohadones. Eso sí, sin tocar ni una de las cosas que les habían ofrecido. El duende, por su parte, había recogido la capa del suelo y la estaba doblando. Su expresión era calma, neutra. Pero Enid pudo notar algo de molestia por el modo en que se esforzaba en no fruncir el ceño o mirarles directamente.
— Eres un cascarrabias —le dijo, en un tono bromista—. ¿Qué ocurre? —le preguntó mientras alargaba su brazo para tomar la manita del duende, no fue hasta en ese momento, que notó que sus dedos eran largos, algo huesudos y su tacto era muy frío—. ¿Estás bien? —volvió a preguntar, esta vez sin poder disimular el tono preocupado en su voz.
—Hay un tipo de magia que los seres feéricos llamamos magia simpática —comenzó a explicar el duende —La usamos para distorsionar la realidad alrededor de nosotros. La percepción. Que los demás tengan una versión suavizada de cómo nos vemos realmente. Pues al parecer, hay algo en esta sala que también está anulando eso y no me gusta. Esto no estaba aquí antes —concluyó Alaunylene, encogiéndose un poco en su asiento—. No es que tenga cosas que esconder, en cuanto a mi físico. Soy excepcionalmente lindo para lo que eran mis padres. Sin embargo, que nos quiten algo que nos pertenece es ofensivo. Es como si…quisieran menguar nuestra seguridad. No me gusta que jueguen conmigo, no cuando yo no tengo verdadero control sobre lo que hacen.
Eíri torció los labios y asintió, mirando de reojo a su hermano, en busca de algo. Ellos se habían metido en un problema al entrar en aquel estúpido lugar exclusivo de Grandbolg. No era difícil imaginar que era una trampa. Era lógico que pudiesen haberse anticipado a ellos. Al fin y al cabo era fácil de adivinar su procedimiento, si pensaban seguir investigando. De cualquier modo, probablemente, todo les hubiera llevado a ese mismo lugar, porque eso era lo que su objetivo quería. Tampoco cabía duda de que podía estar dentro de los planes de Laine dejarse llevar a una situación así, tenía su misión y quería cumplirla.
Enid permaneció con la vista clavada en las mercancías y luego en el techo, mientras aspiraba sin parecer afectado todo el humo que soltaba el incienso especial que estaban quemando en aquel momento. Alaunylene, para aparentar normalidad en él, había decidido tumbarse, usando el regazo de Enid como almohada. Su vista estaba fija en los extraños bailes que ahora hacían ya fuese para entretenerles o para hipnotizarles.
—¿Creéis que ya ha sido suficiente ventaja? —preguntó Enid, cerrando los ojos.
Alaunylene arrugó la nariz y asintió quedamente, haciéndoles una señal para que se cubriesen fuerte las orejas, incluso haciendo uso de almohadas si era necesario. Y cuando se cercioró de que ninguno de los gemelos formarían parte de los daños colaterales, entreabrió los labios y, para sorpresa de los presentes, comenzó a cantar.
Cabe decir que era una visión algo absurda y curiosa a ojos de Enid y Eíri, que tan sólo veían al duendecito gesticular. Aún tumbado y usando el regazo de uno de ellos para estar más cómodo. Movía los brazos con gestos gráciles, lentos y casi hipnóticos. Después, notaron, que al llevar casi un minuto de cancioncilla –o lo que fuese que hiciese–, algunos habían comenzado a caer, dormidos o desmayados. Simplemente inconscientes, maravilloso.
Y sólo cuando hubo caído el último, fue que Alaunylene les permitió retirar las protecciones que cubrían sus orejas, les sonrió con gesto triunfante, mientras se ponía en pie y se acercaba al carrito de comida, olisqueando algunas cosas.
— Por razones como estas, es que mi sueño de ser cantante profesional se vio incumplido. No ganas ni dinero ni almas –en este mundo, al menos– haciendo dormir a todo el mundo —bromeó, mientras les acercaba algún tipo de panecillo—. Me parecen libres de cosas feas, sin incluir el gluten —se encogió de hombros, ahogando una risa pícara—. Bien, ¿ahora cómo vamos a salir por ahí? Aunque os parezca increíble, no soy perfecto y no puedo hacerlo todo.
Eíri trató de no reírse y se acercó a la puerta, poniéndose de pie con un gesto algo tambaleante. Sujetando el pan con una mano, pegó una oreja contra la puerta y permaneció estático en aquella posición por algunos segundos, antes de separarse y prenderse un dedo en llamas para marcar algo en la superficie de la puerta. Mordía con cierto recelo el pan, y observaba con ojo crítico su obra de arte, antes de inclinarse sobre la puerta y tirarle el aliento a los dibujitos que había inscrito en la puerta.
—La gente tiene una visión muy limitada de lo que la alquimia puede hacer, y de lo que puede ser llamado alquimia. No sólo es ciencia, en algunos casos tiene mucho que ver con la magia, pero bla bla blá —se cortó Eíri, soltando una suave carcajada antes de traspasar la puerta—. Yo de vosotros me daría prisa. Es un metal fuerte, no sé cuánto pueda aguantar el vínculo. No quiero quedarme sin aliento~
Alaunylene y Enid cruzaron la puerta, y cuando estuvieron los dos fuera, Eíri volvió a hacer algo que pareció devolver la consistencia a la puerta y a él obligarle a dar una gran bocanada de aire y a toser varias veces antes de volver a recuperarse. Y cuando lo estuvo, los tres comenzaron a caminar por los pasillos. Ninguno de ellos podía captar la presencia de Laine, por lo que la misión de hacerle de soporte iba a ser más difícil si, para empezar, no tenían ni idea de dónde estaba.
Mientras correteaban, del modo más disimulado y silencioso posible –lo cual era difícil, teniendo en cuenta que había gente por todos lados–, Alaunylene tomó de los brazos a los gemelos y los escondió detrás de un pesado tapiz en el interior de una sala oscura. En su interior, estaba el tipo que les había recibido y una mujer, con un séquito considerable. Por alguna razón que los gemelos aún no entendían, al duende le parecía peligroso que alguno de ellos les encontrase, así que hicieron caso a sus silenciosas peticiones y se mantuvieron en silencio e inmóviles como estatuas.
Para desgracia de los tres –o a lo mejor, sólo para los gemelos– estaban lo suficientemente lejos como para que no pudieran escucharles. Alaunylene, parecía más serio con cada segundo que pasaba y después, sorprendido y alarmado. Hizo una señal a los gemelos, y en sumo silencio, les gesticuló que necesitaban una distracción.
Eíri miró a su hermano, mientras rebuscaba en su bolsa y tomaba uno de los frascos de su interior.
¿Incendiar el edificio, sería suficiente distracción?
Irrlicht- Mensajes : 43
Localización : Dónde nos lleve el viento (?)
Re: {Priv.} Alma, antorchas humanas, y otras desventuras.
—Baltro Snoff, 46 años humanos, deberías tener cerca de los 60 pero la vitae ha detenido el envejecimiento —decía mirando una de las copitas de fresas con crema que habían sobre la mesita de forma casi distraída— eres uno de los socios mayoritarios del Tanysius, además de eso estás entre los ministros de Calad’Meeth, y aspiras conseguir el cargo de Principal de la Cámara. Vives solo, no tienes parientes cercanos en Grandbolg, pero has estado bastante acompañado a donde quiera que vayas —levantó la vista hacia el hombre adulto, todavía joven, mirada vidriosa y gesto de piedra crispado— incluso ahora no te ha dejado solo, nunca lo hace, ¿verdad?, te estima mucho, le eres valioso, pero sabes tan bien como yo que eso ha terminado. ¿No es así?
El ghoul gruñó con una mueca exagerada que deformó su rostro al rugirle, Laine sonrió sin regodeo y volvió a ponerse serio. Se estaba cansando de los jueguitos de Mekhet y su ceremonia para llevarle a donde quería. A una trampa, por supuesto, su hermanito tenía que haberlo preparado muy bien para decidirse a dejarle esa cantidad de pistas. Sabía lo mucho que le gustaba jugar con la comida antes de aplastarlos, y lo mucho que le gustaba mentir.
—No sabes nada —farfulló el hombre con una ligera expresión histérica que rompió en una risa furiosa— no sabes nada, nada, ¡nada!, eres tan ingenuo, tan estúpido. Vas a ser destruido.
Laine se levantó de su asiento, por primera vez haciendo evidente su molestia. Se acercó a la marioneta hasta quedar de frente como si fuera a destrozarle, pero en lugar de eso pisoteó con saña la sombra que se revolvía a los pies de Snoff. El ghoul se revolvió en su asiento, furioso, pero siendo incapaz de golpear al strigoi, como si le estuviesen pisando algo de dentro. Laine le miró a los ojos fijamente, entre paciente y cada vez más enfadado.
—Si alguno de los que murieron por tu culpa regresaran a la vida por cada vez que he escuchado eso en mis varias existencias, te aseguro que el dolor de padre se aliviaría por completo —retorció el pie en el suelo, el ghoul lanzó un aullido— asegúrate de no fallar esta vez, Mekhet, porque si llego a sobrevivir, si llego a encontrarte… te haré pagar, una a una, cada vida y cada juego retorcido para el que te prestaste. Porque nada fue por ti, fueron ellos. —Esbozó una sonrisa satírica. — Nunca tuviste voluntad, ni siquiera de sentir el odio que creías tuyo. Todo lo que hacías era seguirlos. Porque eres débil.
El grito no parecía salir solo de su voz, sino de todo el edificio que fue sorprendido por una impresionante sacudida. Todo él se estremeció. Laine fue repelido unos centímetros, pero se mantuvo firme con el antebrazo levantado sobre el rostro. Cuando lo apartó, la sombra bajo los pies de Snoff formaba la silueta de su hermano en una versión más opaca. La provocación había funcionado más o menos como había intuido, y sin perder tiempo, atrapó a la sombra. Su tercer ojo apareció y un lazo blanco brotó de él para atarla firmemente. De ese modo, Laine comenzó a indagar mediante ese vínculo la posición real de su hermano.
Tremenda fue su sorpresa cuando se dio cuenta de que estaba ahí, en todas partes. En realidad, podría decirse que era el edificio en ese momento.
Laine reparó con horror que no podía mover un centímetro de su cuerpo, el vínculo lo obligaba a permanecer allí, era él quien estaba conectado a Mekhet y no al revés como había planeado. Desde esa perspectiva podía sentir que la mayoría del club estaba formando parte de su hermano ahora mismo, todos eran él. Y Laine podría volverse Mekhet también si no actuaba pronto.
Cerró los dos primeros ojos, tratando de concentrarse en luchar contra la asimilación. Podía sentir a Mekhet invadiendo su mente y cuerpo, como la sombra consumía el cordón blanco que los unía hasta recubrirlo. Se sentía idénticamente a la diablización de Trémere, solo que esta traía consigo oscuridad y la desesperación de que los siguientes iban a ser los compañeros que nada tenían que ver con todo eso. Otra vez estaba poniendo a inocentes en riesgo, otra vez la culpa.
La silueta del strigoi se opacaba hasta volverse una negra sombra.
—Lo siento mucho, de verdad que lo siento.
La sombra de Mekhet comenzó a aclarar hasta iluminarse, y con ello el cordón que la ataba hasta llegar a Laine. Toda la oscuridad entró por su tercer ojo y fue expulsada como un haz de luz que sacudió esa sala con un segundo temblor. Acababa de comerse una de las partes de su hermanito gracias a que este acababa de subestimar un poco la fuerza de su alma, no por nada había sobrevivido al canibalismo de Trémere y vivía para contarlo. Sin embargo no estaba confiado, Mekhet debía haber previsto que podía sobrevivir a algo así, pero al parecer le tomaba un poco de sorpresa como cosa rara. Lo que fuera, era conveniente salir de allí cuanto antes.
Laine salió de la habitación VIP mientras el ghoul y Mekhet se retorcían vociferando su antiguo nombre, no dudaba que eso fuera el llamado de algo más serio, los refuerzos de todos los que eran propiedad del club y su hermano sombra. Pero no fue del todo así, algo más curioso estaba ocurriendo y era fácil de deducir por el humo y las personas correteando desesperadas. El lugar se quemaba.
Era un buen momento como cualquiera para reunirse y correr por sus vidas, antes de que el ente furioso arremetiera contra todos.
El ghoul gruñó con una mueca exagerada que deformó su rostro al rugirle, Laine sonrió sin regodeo y volvió a ponerse serio. Se estaba cansando de los jueguitos de Mekhet y su ceremonia para llevarle a donde quería. A una trampa, por supuesto, su hermanito tenía que haberlo preparado muy bien para decidirse a dejarle esa cantidad de pistas. Sabía lo mucho que le gustaba jugar con la comida antes de aplastarlos, y lo mucho que le gustaba mentir.
—No sabes nada —farfulló el hombre con una ligera expresión histérica que rompió en una risa furiosa— no sabes nada, nada, ¡nada!, eres tan ingenuo, tan estúpido. Vas a ser destruido.
Laine se levantó de su asiento, por primera vez haciendo evidente su molestia. Se acercó a la marioneta hasta quedar de frente como si fuera a destrozarle, pero en lugar de eso pisoteó con saña la sombra que se revolvía a los pies de Snoff. El ghoul se revolvió en su asiento, furioso, pero siendo incapaz de golpear al strigoi, como si le estuviesen pisando algo de dentro. Laine le miró a los ojos fijamente, entre paciente y cada vez más enfadado.
—Si alguno de los que murieron por tu culpa regresaran a la vida por cada vez que he escuchado eso en mis varias existencias, te aseguro que el dolor de padre se aliviaría por completo —retorció el pie en el suelo, el ghoul lanzó un aullido— asegúrate de no fallar esta vez, Mekhet, porque si llego a sobrevivir, si llego a encontrarte… te haré pagar, una a una, cada vida y cada juego retorcido para el que te prestaste. Porque nada fue por ti, fueron ellos. —Esbozó una sonrisa satírica. — Nunca tuviste voluntad, ni siquiera de sentir el odio que creías tuyo. Todo lo que hacías era seguirlos. Porque eres débil.
CÁLLATE
El grito no parecía salir solo de su voz, sino de todo el edificio que fue sorprendido por una impresionante sacudida. Todo él se estremeció. Laine fue repelido unos centímetros, pero se mantuvo firme con el antebrazo levantado sobre el rostro. Cuando lo apartó, la sombra bajo los pies de Snoff formaba la silueta de su hermano en una versión más opaca. La provocación había funcionado más o menos como había intuido, y sin perder tiempo, atrapó a la sombra. Su tercer ojo apareció y un lazo blanco brotó de él para atarla firmemente. De ese modo, Laine comenzó a indagar mediante ese vínculo la posición real de su hermano.
Tremenda fue su sorpresa cuando se dio cuenta de que estaba ahí, en todas partes. En realidad, podría decirse que era el edificio en ese momento.
¿Querías encontrarme?, pues aquí estoy, hermanito. Siempre he estado aquí, esperándote. Estaba tan solo cuando te fuíste del Nexo…
Laine reparó con horror que no podía mover un centímetro de su cuerpo, el vínculo lo obligaba a permanecer allí, era él quien estaba conectado a Mekhet y no al revés como había planeado. Desde esa perspectiva podía sentir que la mayoría del club estaba formando parte de su hermano ahora mismo, todos eran él. Y Laine podría volverse Mekhet también si no actuaba pronto.
Fuiste muy amable en traerme más personitas, pude sentir que eran especiales. Descuida, cuando te asimile tampoco estarás solo como ha sido todos estos años, estaremos todos juntos.
Cerró los dos primeros ojos, tratando de concentrarse en luchar contra la asimilación. Podía sentir a Mekhet invadiendo su mente y cuerpo, como la sombra consumía el cordón blanco que los unía hasta recubrirlo. Se sentía idénticamente a la diablización de Trémere, solo que esta traía consigo oscuridad y la desesperación de que los siguientes iban a ser los compañeros que nada tenían que ver con todo eso. Otra vez estaba poniendo a inocentes en riesgo, otra vez la culpa.
La silueta del strigoi se opacaba hasta volverse una negra sombra.
—Lo siento mucho, de verdad que lo siento.
La sombra de Mekhet comenzó a aclarar hasta iluminarse, y con ello el cordón que la ataba hasta llegar a Laine. Toda la oscuridad entró por su tercer ojo y fue expulsada como un haz de luz que sacudió esa sala con un segundo temblor. Acababa de comerse una de las partes de su hermanito gracias a que este acababa de subestimar un poco la fuerza de su alma, no por nada había sobrevivido al canibalismo de Trémere y vivía para contarlo. Sin embargo no estaba confiado, Mekhet debía haber previsto que podía sobrevivir a algo así, pero al parecer le tomaba un poco de sorpresa como cosa rara. Lo que fuera, era conveniente salir de allí cuanto antes.
¡Saulot!
Laine salió de la habitación VIP mientras el ghoul y Mekhet se retorcían vociferando su antiguo nombre, no dudaba que eso fuera el llamado de algo más serio, los refuerzos de todos los que eran propiedad del club y su hermano sombra. Pero no fue del todo así, algo más curioso estaba ocurriendo y era fácil de deducir por el humo y las personas correteando desesperadas. El lugar se quemaba.
Era un buen momento como cualquiera para reunirse y correr por sus vidas, antes de que el ente furioso arremetiera contra todos.
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Re: {Priv.} Alma, antorchas humanas, y otras desventuras.
Si Enid en algún momento notó algo raro en él por influencia de aquello que comandaba el edificio debió ser tan sólo milésimas de segundos. Él no lo sabía, pero ya había algo en él que le había tomado cariño y no iba a permitir que otros jugaran con su anfitrión. Por lo que en ningún momento sintió la pesadez momentánea que pudieron notar Eíri y Alaunylene.
De todos modos, en cuanto las llamas mejoradas con alquimia de Eíri comenzaron su trabajo de comerse todo lo que encontrasen en su camino hasta hacer todo el local cenizas, a no ser que alguien las detuviera. Eíri y Enid se aseguraron de que aquello no sucediera, potenciándolo de vez en vez con sus propias llamas. La gente que no salía del club, se comportaba de un modo un tanto errático.
— ¿Control mental? —preguntó el duende, quien observaba con curiosidad el extraño comportamiento de algunas de las personas que había en el lugar.
— Algo parecido, creo que son ghouls —respondió Enid, mientras tiraba del brazo de su hermano y les arrastraba fuera de una de las salas a las que habían entrado por accidente—. Son relativamente jóvenes, en la jerga de los vampiros de nuestro mundo, un ghoul es un humano normal que una vez cada mes toma sangre de un vampiro. Eso los une, no terminan por convertirse, pero les da algunas ventajas y desventajas.
— Pero según lo que estuvimos estudiando, no ejercen control mental —le susurró Eíri a su hermano, parecía completamente desconcertado por lo que veía en las sombras de las personas que, como ellos, aún no salían del local—. Y, además, no recuerdo que se pudiera poseer a alguien con la obtenebración, esto es algo mucho más grande.
Alaunylene entrecerró los ojos, parecía no estar prestando atención a los comentarios de los gemelos pese a que les estuviese escuchando. Estaba concentrado en la forma en la que las llamas avanzaban y lo estático de las personas que, al parecer, estaban demasiado ligadas a lo que fuese que les estaba poseyendo. Él mismo podía notar una extraña influencia en él. Lo bueno de las criaturas feéricas es que la mayoría de control sobre ellos era inútil si mantenían su magia simpática activa, la misma que uso para cubrir a los gemelos y asegurarse que no les pasara nada. Se acordaría de cobrársela más tarde, cuando salieran con vida de allí y con Laine.
—¡Ah! Seguidme~ —dijo el duende a sus temporales compañeros antes de salir corriendo tras varias personas que parecían dirigirse a un lugar que no era una de las salidas más cercanas.
Durante unos segundos, Enid y Eíri tomaron nota mental de sorprenderse cuando tuvieran tiempo de las múltiples habilidades que mostraba Alaunylene. Al fin y al cabo, era de las pocas veces que veían a un ser feérico hacer muestra gratuita de las magias innatas de éstos y, con suerte, saldrían vivos de ello. Las personas a las que seguían, para su sorpresa, le guiaron hasta el lugar dónde se encontraba el strigoi.
No tuvieron mucho tiempo para preguntar nada, les separaba un grupo de ghouls rabiosos y el fuego se estaba propagando rápidamente. Si bien los gemelos no tenían problema con ello, pronto el humo –y el propio fuego– resultaría en un arma mortal para el resto de los que se encontraba ahí. Como pudieron –a base de golpes, obviamente– se hicieron paso hasta Laine y corrieron hacia algún lugar, era difícil vislumbrar el camino con la baja iluminación del lugar.
— Creo que no voy a volver a entrar en un lugar cómo este en mucho tiempo~ —canturreó Eíri cuando se detuvieron en una sala, Enid ya se había adelantado hasta una de las ventanas blindadas, probablemente para usar su magia para debilitarla y poder romperla—. Espero que todo esto te haya servido de algo, al menos.
El gemelo de ojos rojos puso los ojos en blanco, callando varios de las cosas que flotaban por su cabeza en aquel momento y se limitó a abrirles la vía de escape. Para ser racionales, no había tiempo que perder cuestionándose cosas cuando habían prendido fuego un edificio y ellos seguían dentro. Esperó a que todos salieran para hacerlo él, se detuvo unos segundos para mirar qué era lo que dejaban atrás, extrañado por que ninguno de los individuos que habían dejado atrás les estuviese siguiendo. Parecía que Laine era su misión, así que ¿por qué parar ahora?
En el exterior la situación era incluso más caótica. La gente correteaba de un lado a otro, espantada, llamando por ayuda y otras cosas. Los que no estaban relacionados con el hombre tras las sombras, eran conscientes de que algo extraño estaba ocurriendo, aunque no fuesen capaces de entender el qué. Aquello era Calad’Meeth, no Kil’daggoth. Casas ardiendo por arte de magia no era algo que se diera a menudo en un reino tan cívico.
— ¿Estáis bien? —preguntó Alaunylene, que trataba de sacudirse la suciedad de la ropa.
—Estamos bien —respondieron al unísono Enid y Eíri, extrañamente se veían algo chamuscados—. Deberíamos irnos de aquí —sugirieron y tras mirarse de soslayo se rieron por lo bajo, como cada vez que les salía hablar a la vez con las mismas palabras. Les resultaba hilarante.
—Por un momento pensé que no podríamos salir de ahí. Había una energía muy pesada en todo el lugar, incluso casi dentro de todos —comentó Alaunylene, parecía inquieto—. Si hemos salido es porque nos lo ha permitido, ¿no? ¿Cómo puede localizarte sin tantos problemas?—miró a Laine, ofreciéndole la mano para ayudarle a levantarse y marcharse de aquella zona antes de que vinieran fuerzas del orden y comenzaran con sus preguntas.
Pese a que hubiera una gran probabilidad de que volviera a encontrarle y sólo estuviera avanzando a un nuevo nivel de su retorcido juego, era mejor poner algo de tierra entre ellos.
De todos modos, en cuanto las llamas mejoradas con alquimia de Eíri comenzaron su trabajo de comerse todo lo que encontrasen en su camino hasta hacer todo el local cenizas, a no ser que alguien las detuviera. Eíri y Enid se aseguraron de que aquello no sucediera, potenciándolo de vez en vez con sus propias llamas. La gente que no salía del club, se comportaba de un modo un tanto errático.
— ¿Control mental? —preguntó el duende, quien observaba con curiosidad el extraño comportamiento de algunas de las personas que había en el lugar.
— Algo parecido, creo que son ghouls —respondió Enid, mientras tiraba del brazo de su hermano y les arrastraba fuera de una de las salas a las que habían entrado por accidente—. Son relativamente jóvenes, en la jerga de los vampiros de nuestro mundo, un ghoul es un humano normal que una vez cada mes toma sangre de un vampiro. Eso los une, no terminan por convertirse, pero les da algunas ventajas y desventajas.
— Pero según lo que estuvimos estudiando, no ejercen control mental —le susurró Eíri a su hermano, parecía completamente desconcertado por lo que veía en las sombras de las personas que, como ellos, aún no salían del local—. Y, además, no recuerdo que se pudiera poseer a alguien con la obtenebración, esto es algo mucho más grande.
Alaunylene entrecerró los ojos, parecía no estar prestando atención a los comentarios de los gemelos pese a que les estuviese escuchando. Estaba concentrado en la forma en la que las llamas avanzaban y lo estático de las personas que, al parecer, estaban demasiado ligadas a lo que fuese que les estaba poseyendo. Él mismo podía notar una extraña influencia en él. Lo bueno de las criaturas feéricas es que la mayoría de control sobre ellos era inútil si mantenían su magia simpática activa, la misma que uso para cubrir a los gemelos y asegurarse que no les pasara nada. Se acordaría de cobrársela más tarde, cuando salieran con vida de allí y con Laine.
—¡Ah! Seguidme~ —dijo el duende a sus temporales compañeros antes de salir corriendo tras varias personas que parecían dirigirse a un lugar que no era una de las salidas más cercanas.
Durante unos segundos, Enid y Eíri tomaron nota mental de sorprenderse cuando tuvieran tiempo de las múltiples habilidades que mostraba Alaunylene. Al fin y al cabo, era de las pocas veces que veían a un ser feérico hacer muestra gratuita de las magias innatas de éstos y, con suerte, saldrían vivos de ello. Las personas a las que seguían, para su sorpresa, le guiaron hasta el lugar dónde se encontraba el strigoi.
No tuvieron mucho tiempo para preguntar nada, les separaba un grupo de ghouls rabiosos y el fuego se estaba propagando rápidamente. Si bien los gemelos no tenían problema con ello, pronto el humo –y el propio fuego– resultaría en un arma mortal para el resto de los que se encontraba ahí. Como pudieron –a base de golpes, obviamente– se hicieron paso hasta Laine y corrieron hacia algún lugar, era difícil vislumbrar el camino con la baja iluminación del lugar.
— Creo que no voy a volver a entrar en un lugar cómo este en mucho tiempo~ —canturreó Eíri cuando se detuvieron en una sala, Enid ya se había adelantado hasta una de las ventanas blindadas, probablemente para usar su magia para debilitarla y poder romperla—. Espero que todo esto te haya servido de algo, al menos.
El gemelo de ojos rojos puso los ojos en blanco, callando varios de las cosas que flotaban por su cabeza en aquel momento y se limitó a abrirles la vía de escape. Para ser racionales, no había tiempo que perder cuestionándose cosas cuando habían prendido fuego un edificio y ellos seguían dentro. Esperó a que todos salieran para hacerlo él, se detuvo unos segundos para mirar qué era lo que dejaban atrás, extrañado por que ninguno de los individuos que habían dejado atrás les estuviese siguiendo. Parecía que Laine era su misión, así que ¿por qué parar ahora?
En el exterior la situación era incluso más caótica. La gente correteaba de un lado a otro, espantada, llamando por ayuda y otras cosas. Los que no estaban relacionados con el hombre tras las sombras, eran conscientes de que algo extraño estaba ocurriendo, aunque no fuesen capaces de entender el qué. Aquello era Calad’Meeth, no Kil’daggoth. Casas ardiendo por arte de magia no era algo que se diera a menudo en un reino tan cívico.
— ¿Estáis bien? —preguntó Alaunylene, que trataba de sacudirse la suciedad de la ropa.
—Estamos bien —respondieron al unísono Enid y Eíri, extrañamente se veían algo chamuscados—. Deberíamos irnos de aquí —sugirieron y tras mirarse de soslayo se rieron por lo bajo, como cada vez que les salía hablar a la vez con las mismas palabras. Les resultaba hilarante.
—Por un momento pensé que no podríamos salir de ahí. Había una energía muy pesada en todo el lugar, incluso casi dentro de todos —comentó Alaunylene, parecía inquieto—. Si hemos salido es porque nos lo ha permitido, ¿no? ¿Cómo puede localizarte sin tantos problemas?—miró a Laine, ofreciéndole la mano para ayudarle a levantarse y marcharse de aquella zona antes de que vinieran fuerzas del orden y comenzaran con sus preguntas.
Pese a que hubiera una gran probabilidad de que volviera a encontrarle y sólo estuviera avanzando a un nuevo nivel de su retorcido juego, era mejor poner algo de tierra entre ellos.
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Re: {Priv.} Alma, antorchas humanas, y otras desventuras.
Del miedo a la furia solo bastaba un paso, eso lo sabía bien como sanador y perseguidor del estado más absoluto de la paz y armonía entre los elementos caóticos que conformaban a seres como los vástagos. También sabía de lo contraproducente que era dejarse arrastrar por esas emociones en momentos críticos, como los de estar en un edificio poseído por una entidad poderosa, con la que además había estado vinculada hace segundos y podría estar forzando a unirse de nuevo a él.
Es difícil describir la sensación abrumadora que Laine reprimía para continuar siendo él mismo y apartar a los poseídos y ghouls de su camino con el uso del valeren, esa sensación persistió cuando los gemelos llegaron con Alaunylene hasta él y posteriormente al tener que salir por una de las ventanas. Actuaba con normalidad pero estaba claro que una gran parte de él estaba tirando fuerte de puro horror. Laine acabó dando un grito histérico y su tercer ojo lanzó un rayo blanquecino a algún punto del edificio que podría parecer inexacto, pero que tenía un destino bastante claro. Justo después de ese episodio comenzaron los gritos dentro del edificio.
—Porque soy un idiota —replicó Laine apretando los dientes, apoyándose en el duende para levantarse y caminar, perderse lejos de la escena del crimen lo antes posible. Lo último que quería era que relacionaran los recientes incidentes con él y con ello darle razones a Azazel para estorbarle. Que para enemigos ya tenía de sobra. —Se ha escapado, ya no está en Grandbolg, probablemente en ningún lugar de Calad' Meeth.
Decidieron que lo mejor era buscar algún lugar donde descansar y no llamasen demasiado la atención, y ese lugar resultó ser una pequeña redoma en la que había una fuente para los patos y algunas aves atrevidas. Laine se tumbó en el suelo y recostó la espalda del bordecillo, cerró los ojos, esperando que mágicamente se le pasara la sensación, tardó solo unos minutos en los que alguien fue por una bebida y bocadillos para matar los nervios y calmarse, pasar la página.
Mordisqueó el panecillo y fue así como por fin bajó la guardia del todo y fue consciente del tiempo que había pasado desde que abandonaron la posada feérica, del hambre y la sed. Comió y bebió con ansia hasta que se sintió satisfecho. Después, pudo levantar la mirada y ser consciente de que estaba acompañado y probablemente quisieran explicaciones. No se trataba de que Laine no deseaba darlas por algún malestar causado por el encuentro con Meketh, pero si lo había retardado para decidir qué hacer al terminar la función. El strigoi los miró de uno en uno y, se incorporó sin más, parecía tener intención de irse.
—Les agradezco la ayuda, pero mi misión ha quedado pausada indefinidamente otra vez —sonrió de lado, tratando de no parecer amargo—siento... En fin, me alegra que esten bien...
E iba a añadir que era momento de despedirse y pagaría el favor al duende cuando quisiera este, si la imagen de cierta persona al otro lado de la calle no le hubiera distraído. Era alta, rubia, de cuerpo generoso y curvilíneo, porte altivo y una fascinación por el rojo que destacaba tanto en su ropa como en los ojos. Azazel cruzó el otro lado sin temor de empolvar sus zapatillas de tacón de aguja, que parecían impermeables a cuerpos ajenos. Observó con interés al grupito acompañante de su protegido y por último a Laine, con ese tipo de sonrisa que demandaba explicaciones.
—Demoraste lo tuyo en regresar, veo que estabas ocupado. Estuve un poco al tanto de tus aventuras por Grandbolg, parece que tu amigo es un alborotador —parecía preocupada, o mejor dicho, extrañamente aliviada por algo— ¿pudiste con él?
—No, escapó —respondió con tono cansado, Azazel le miró con una extraña mezcla de preocupación y suspicacia, después a sus compañeros.
—Parece que salieron de un buen lío, ¿les apetece venir a nuestro piso?, de ese modo descansan, se relajan un poco y pueden seguir su camino. Nosotros seguiremos el nuestro al caer la noche, en vista de que terminamos nuestros asuntos aquí.
Es difícil describir la sensación abrumadora que Laine reprimía para continuar siendo él mismo y apartar a los poseídos y ghouls de su camino con el uso del valeren, esa sensación persistió cuando los gemelos llegaron con Alaunylene hasta él y posteriormente al tener que salir por una de las ventanas. Actuaba con normalidad pero estaba claro que una gran parte de él estaba tirando fuerte de puro horror. Laine acabó dando un grito histérico y su tercer ojo lanzó un rayo blanquecino a algún punto del edificio que podría parecer inexacto, pero que tenía un destino bastante claro. Justo después de ese episodio comenzaron los gritos dentro del edificio.
—Porque soy un idiota —replicó Laine apretando los dientes, apoyándose en el duende para levantarse y caminar, perderse lejos de la escena del crimen lo antes posible. Lo último que quería era que relacionaran los recientes incidentes con él y con ello darle razones a Azazel para estorbarle. Que para enemigos ya tenía de sobra. —Se ha escapado, ya no está en Grandbolg, probablemente en ningún lugar de Calad' Meeth.
Decidieron que lo mejor era buscar algún lugar donde descansar y no llamasen demasiado la atención, y ese lugar resultó ser una pequeña redoma en la que había una fuente para los patos y algunas aves atrevidas. Laine se tumbó en el suelo y recostó la espalda del bordecillo, cerró los ojos, esperando que mágicamente se le pasara la sensación, tardó solo unos minutos en los que alguien fue por una bebida y bocadillos para matar los nervios y calmarse, pasar la página.
Mordisqueó el panecillo y fue así como por fin bajó la guardia del todo y fue consciente del tiempo que había pasado desde que abandonaron la posada feérica, del hambre y la sed. Comió y bebió con ansia hasta que se sintió satisfecho. Después, pudo levantar la mirada y ser consciente de que estaba acompañado y probablemente quisieran explicaciones. No se trataba de que Laine no deseaba darlas por algún malestar causado por el encuentro con Meketh, pero si lo había retardado para decidir qué hacer al terminar la función. El strigoi los miró de uno en uno y, se incorporó sin más, parecía tener intención de irse.
—Les agradezco la ayuda, pero mi misión ha quedado pausada indefinidamente otra vez —sonrió de lado, tratando de no parecer amargo—siento... En fin, me alegra que esten bien...
E iba a añadir que era momento de despedirse y pagaría el favor al duende cuando quisiera este, si la imagen de cierta persona al otro lado de la calle no le hubiera distraído. Era alta, rubia, de cuerpo generoso y curvilíneo, porte altivo y una fascinación por el rojo que destacaba tanto en su ropa como en los ojos. Azazel cruzó el otro lado sin temor de empolvar sus zapatillas de tacón de aguja, que parecían impermeables a cuerpos ajenos. Observó con interés al grupito acompañante de su protegido y por último a Laine, con ese tipo de sonrisa que demandaba explicaciones.
—Demoraste lo tuyo en regresar, veo que estabas ocupado. Estuve un poco al tanto de tus aventuras por Grandbolg, parece que tu amigo es un alborotador —parecía preocupada, o mejor dicho, extrañamente aliviada por algo— ¿pudiste con él?
—No, escapó —respondió con tono cansado, Azazel le miró con una extraña mezcla de preocupación y suspicacia, después a sus compañeros.
—Parece que salieron de un buen lío, ¿les apetece venir a nuestro piso?, de ese modo descansan, se relajan un poco y pueden seguir su camino. Nosotros seguiremos el nuestro al caer la noche, en vista de que terminamos nuestros asuntos aquí.
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Re: {Priv.} Alma, antorchas humanas, y otras desventuras.
El tiempo que había pasado desde que huyeron del local hasta que se encontraron comiendo como si la vida les fuera en ello, transcurrió de una forma bizarra. En algún momento parecía que todo hubiera pasado en cámara lenta, como el grito histérico de Laine y la imagen de Alaunylene arrancándose muy disimuladamente un cristal del costado. Y después la marcha hasta redoma con la fuente para los patos, que había transcurrido tan rápido como una carrera ilegal de coches en uno de los antiguos mundos que habían visitado.
Eíri recordaba vagamente algo que había susurrado el duende, cuando ambos habían decidido ir a por algo de comer. Había notado que el pequeño y pícaro ser había comenzado a inquietarse por algo que había visto en el lugar que habían incendiado y dejado atrás. El qué, era algo que el ígneo no podía saber, principalmente porque el duende no lo dejaba claro.
El gemelo de ojos verdes se había sentado junto a su hermano para comer, sentía el ambiente algo incómodo. Emponzoñado por la experiencia que habían vivido y compartido. Eíri apenas se sentía con energías para tratar de apaciguar aquello, de intentar comprender o lo que fuera. Habían tenido dentro de ellos, aunque fuese por un momento, algo desagradable. En cuanto notó la energía de Enid menos agresiva, se pegó a él, como si así pudiera purificar el vínculo entre ellos que había sido ensuciada por una influencia externa, extraña y hostil.
Aquel hermano cabrón de Laine. Le había llevado hasta a una trampa por el mero hecho de torturarle, de ejercer alguna presión psicológica sobre él. Y probablemente hubiera funcionado.
Los gemelos ígneos levantaron la vista de sus respectivos bocadillos cuando escucharon la voz de Laine, las expresiones de ambos no mostraban nada más que preocupación y quizás una mezcla de lástima y tristeza. ¿Qué clase de hermanos tenía él, qué le habían hecho como para lograr que hiciera daño a su propia familia? Teniendo en cuenta lo unidos que estaban los Ryuugamine, con sus hermanitos, compañeros, padres y aprendices de sus padres, no podían evitar imaginar lo pesado, duro y doloroso que debía resultar la misión de Laine.
Enid había comenzado a ponerse de pie, probablemente para hacerle saber a Laine que no iba a irse a ningún lado hasta no escucharles, al menos. Era obvio que no podían dejarle ir solo a cazar a un vampiro cabrón que además, y que probablemente era lo más pesado, era su propio hermano. Era una carga que no se podía llevar solo. ¿No?
Y entonces, apareció la mujer, tan rubia y tan de rojo que los gemelos no supieron cómo reaccionar ante esa primera visión. Casi les fastidió teniendo en cuenta que en sus tiempos más jovenzuelos habían tenido la misma fijación por el rojo. Culpa de sus padres por las tendencias de vestirles a todos por épocas con los mismos colores –¡Casi parecía que fueran con uniforme!–. A ambos les recorrió el mismo escalofrío que no supieron identificar. Si era por la ropa, por el tono de su voz o porque era tan obvio que era de Kil’Daggoth que les hizo recuperar la innata tendencia en malpensar de alguien.
Los peores problemas los habían vivido en ese reino, y por culpa de los que vivían ahí –quitando como excepción a cierta bruja buena y amigable–.
La cosa no mejoró cuando anunció que iba a secuestrar a Laine antes de la noche.
El cómo ambos gemelos llegaron a la conclusión de que eso era un secuestro, pero puesto con palabras bonitas para no hacer las cosas más violentas, fue un misterio. El hecho era, que a ninguno les hacía gracia.
—Gracias, tomaremos su oferta —dijo Alaunylene, haciendo una pequeña reverencia y cortando de cuajo cualquiera de las cosas que pudieran haber dicho los ígneos. Que también se aguantaron las ganas de preguntarle al duende porque quería aceptar un ofrecimiento como aquel cuando tenía su propio gremio al cual ir a dormir y emborracharse con sus geniales y asombrosas bebidas feéricas.
No dijeron nada, porque pensaron que Alaunylene les golpearía si hacían algo que no fuese agradecer la invitación y seguirles en silencio como niños buenos y, eso fue lo que hicieron. Estaban demasiado agotados de las estúpidas intrigas que parecían hasta respirar la gente de ahí y desearon, en sus mentes –por supuesto– ser un poco más como su hermano mayor.
—Helios se los comería para desayunar y aún quedaría con hambre —pensó Eíri, y Enid asintió, como si supiera exactamente lo que su hermano estaba pensando. Y entonces, sonrieron, más tranquilos, casi más maquiavélicos.
Aún tenían tiempo, para seguir su camino al caer la noche.
Eíri recordaba vagamente algo que había susurrado el duende, cuando ambos habían decidido ir a por algo de comer. Había notado que el pequeño y pícaro ser había comenzado a inquietarse por algo que había visto en el lugar que habían incendiado y dejado atrás. El qué, era algo que el ígneo no podía saber, principalmente porque el duende no lo dejaba claro.
El gemelo de ojos verdes se había sentado junto a su hermano para comer, sentía el ambiente algo incómodo. Emponzoñado por la experiencia que habían vivido y compartido. Eíri apenas se sentía con energías para tratar de apaciguar aquello, de intentar comprender o lo que fuera. Habían tenido dentro de ellos, aunque fuese por un momento, algo desagradable. En cuanto notó la energía de Enid menos agresiva, se pegó a él, como si así pudiera purificar el vínculo entre ellos que había sido ensuciada por una influencia externa, extraña y hostil.
Aquel hermano cabrón de Laine. Le había llevado hasta a una trampa por el mero hecho de torturarle, de ejercer alguna presión psicológica sobre él. Y probablemente hubiera funcionado.
Los gemelos ígneos levantaron la vista de sus respectivos bocadillos cuando escucharon la voz de Laine, las expresiones de ambos no mostraban nada más que preocupación y quizás una mezcla de lástima y tristeza. ¿Qué clase de hermanos tenía él, qué le habían hecho como para lograr que hiciera daño a su propia familia? Teniendo en cuenta lo unidos que estaban los Ryuugamine, con sus hermanitos, compañeros, padres y aprendices de sus padres, no podían evitar imaginar lo pesado, duro y doloroso que debía resultar la misión de Laine.
Enid había comenzado a ponerse de pie, probablemente para hacerle saber a Laine que no iba a irse a ningún lado hasta no escucharles, al menos. Era obvio que no podían dejarle ir solo a cazar a un vampiro cabrón que además, y que probablemente era lo más pesado, era su propio hermano. Era una carga que no se podía llevar solo. ¿No?
Y entonces, apareció la mujer, tan rubia y tan de rojo que los gemelos no supieron cómo reaccionar ante esa primera visión. Casi les fastidió teniendo en cuenta que en sus tiempos más jovenzuelos habían tenido la misma fijación por el rojo. Culpa de sus padres por las tendencias de vestirles a todos por épocas con los mismos colores –¡Casi parecía que fueran con uniforme!–. A ambos les recorrió el mismo escalofrío que no supieron identificar. Si era por la ropa, por el tono de su voz o porque era tan obvio que era de Kil’Daggoth que les hizo recuperar la innata tendencia en malpensar de alguien.
Los peores problemas los habían vivido en ese reino, y por culpa de los que vivían ahí –quitando como excepción a cierta bruja buena y amigable–.
La cosa no mejoró cuando anunció que iba a secuestrar a Laine antes de la noche.
El cómo ambos gemelos llegaron a la conclusión de que eso era un secuestro, pero puesto con palabras bonitas para no hacer las cosas más violentas, fue un misterio. El hecho era, que a ninguno les hacía gracia.
—Gracias, tomaremos su oferta —dijo Alaunylene, haciendo una pequeña reverencia y cortando de cuajo cualquiera de las cosas que pudieran haber dicho los ígneos. Que también se aguantaron las ganas de preguntarle al duende porque quería aceptar un ofrecimiento como aquel cuando tenía su propio gremio al cual ir a dormir y emborracharse con sus geniales y asombrosas bebidas feéricas.
No dijeron nada, porque pensaron que Alaunylene les golpearía si hacían algo que no fuese agradecer la invitación y seguirles en silencio como niños buenos y, eso fue lo que hicieron. Estaban demasiado agotados de las estúpidas intrigas que parecían hasta respirar la gente de ahí y desearon, en sus mentes –por supuesto– ser un poco más como su hermano mayor.
—Helios se los comería para desayunar y aún quedaría con hambre —pensó Eíri, y Enid asintió, como si supiera exactamente lo que su hermano estaba pensando. Y entonces, sonrieron, más tranquilos, casi más maquiavélicos.
Aún tenían tiempo, para seguir su camino al caer la noche.
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Re: {Priv.} Alma, antorchas humanas, y otras desventuras.
Azazel sonrió encantada con la respuesta y les hizo cruzar la calle, donde les esperaba un coche personal tirado por un hipogrifo, muestra en cualquier ciudad del Oeste de que allí viajaban personas selectas o de estatus elevado. El cochero les abrió las puertas, entraron todos en fila india y cuando todo estuvo dispuesto azotó las riendas para dar marcha hacia el hotel. El trayecto fue, relativamente rápido si lo comparamos con el de los suburbios altos, tan solo fueron unas cuantas cuadras que podrían haberse completado a pie, de no ser por la muestra de clase alta que Azazel y los de su clase no suelen molestarse en presumir, van con ello orgullosos por el mundo, y muy cómodos.
Por otro lado, a Azazel de verdad le preocupaba el ensimismamiento de Laine, las posibles heridas emocionales que pudieron abrirse tras ese encuentro. Habían muchas razones de ello, unas con mayor peso que otras. Se podría decir que como hechicera e investigadora consideraba como un pésimo estímulo que su conejillo de indias favorito y espécimen estrella se enfermara emocionalmente, entorpeciendo el desarrollo de sus estudios y limitando las capacidades de Laine para ayudarla. Como negociante existía el doble riesgo de que el strigoi pensara en revelarse y abandonarla para ir tras su hermano por cuenta propia, una decisión irracional y estúpida propia de alguien que presente los síntomas, al menos esperaba que como había demostrado hasta ahora, no acostumbraba a dejarse llevar por sus impulsos. Por último, como protectora y responsable... Casi como una madre que ha adoptado a un niño huérfano y perdido, sentía algo como la rabia y preocupación por su retoño.
Sí, se podía decir que Azazel Buttercraft sentía un cariño por Laine muy diferente al que profesaba a sus amantes, algo como el apego por una mascota querida. Y era eso lo que le permitía captar la hostilidad y recelo de los dos gemelos, el instinto de una mujer celosa de sus posesiones. Por eso los quería cerca, a ellos y al duende curioso que inspiraba ser de una calaña parecida a la suya. Era él quien le causaba mayor intranquilidad, por regla sabía que los duendes eran seres muy de cuidado, aún cuando hayan salido de una situación difícil como la que Laine les habría hecho vivir.
Mientras meditaba sus siguientes acciones con cautela refinada y natural, acariciaba la cabecita de un Laine visiblemente agotado y ausente. El cochero anunció su parada sin demora, abrió las puertas para que todos salieran del espacioso vehículo y bajaran para entrar en uno de los hoteles principales de Grandbolg. El Novus, anteriormente un enorme y extenso templo dedicado a la instrucción de doncellas en la adoración de los antiguos dioses que una vez reinaron allí y fueron desterrados por su gente. La fachada era preciosa e impresionante para cualquiera que lo mirara por primera vez, incluso Laine en su estado se permitió sentirse un poco maravillado. Habían columnas greco-romanas, fuentes de agua clara en los salones, muebles de arciano exquisitos y otros de caoba, o de una madera completamente negra y brillante amuebladas con forros rojos y otros colores vivos. Los pisos eran casi un espejo de color perla brillante y suave. Devolvía una imagen perfecta de su entorno.
Azazel reclamó la llave de su pieza que no era otra cosa que una especie de town house con acceso a una alberca donde había un jardín bellísimo con su respectiva piscina, en uno de los edificios de la extensión. Allí les recibió uno de los empleados más confiables de la rubia, un mayordomo cuyo rasgo más destacable era su piel color gris muerto, en contraste sus ojos verdes despedían cierto fulgor inquietante, aparte del uniforme reglamentario llevaba el pelo largo atado en una cola baja, ausente de pigmentación, albino. Respondía al nombre de Albetch.
—Trae a nuestros invitados lo que ocupen para estar cómodos, futones, cojines, comidas y bebidas —ordenó Azazel— e incluye infusión para preservarles un buen descanso.
El mayordomo atendió a la orden, tardó nada en hacer disponer de todo lo que le habían pedido y más. Incorporó varios snacks y bocadillos de cordero al caldo espeso y muslos de pavo que les trajo como platos fuertes, los cuales colocó en una mesa ratonera para que se sintieran libres de tomar lo que quisieran y comer libremente para después morir en los futones. Todo fríamente calculado. A Laine no le costó adivinar las intenciones de Azazel, eso hizo que se preguntara que harían ahora los gemelos y el duende, ¿por qué habían aceptado comer en casa de la bruja?
Laine, con mucha inocencia para ser él, se acercó a ellos como si pretendiera acompañarlos en la comida, aprovechando que Azazel iba a su recámara a preparar sus cosas para el viaje. Cerró los ojos y creó un enlace con los tres, en el que hizo pública la pregunta más obvia:
—¿Por qué están aquí?
Por otro lado, a Azazel de verdad le preocupaba el ensimismamiento de Laine, las posibles heridas emocionales que pudieron abrirse tras ese encuentro. Habían muchas razones de ello, unas con mayor peso que otras. Se podría decir que como hechicera e investigadora consideraba como un pésimo estímulo que su conejillo de indias favorito y espécimen estrella se enfermara emocionalmente, entorpeciendo el desarrollo de sus estudios y limitando las capacidades de Laine para ayudarla. Como negociante existía el doble riesgo de que el strigoi pensara en revelarse y abandonarla para ir tras su hermano por cuenta propia, una decisión irracional y estúpida propia de alguien que presente los síntomas, al menos esperaba que como había demostrado hasta ahora, no acostumbraba a dejarse llevar por sus impulsos. Por último, como protectora y responsable... Casi como una madre que ha adoptado a un niño huérfano y perdido, sentía algo como la rabia y preocupación por su retoño.
Sí, se podía decir que Azazel Buttercraft sentía un cariño por Laine muy diferente al que profesaba a sus amantes, algo como el apego por una mascota querida. Y era eso lo que le permitía captar la hostilidad y recelo de los dos gemelos, el instinto de una mujer celosa de sus posesiones. Por eso los quería cerca, a ellos y al duende curioso que inspiraba ser de una calaña parecida a la suya. Era él quien le causaba mayor intranquilidad, por regla sabía que los duendes eran seres muy de cuidado, aún cuando hayan salido de una situación difícil como la que Laine les habría hecho vivir.
Mientras meditaba sus siguientes acciones con cautela refinada y natural, acariciaba la cabecita de un Laine visiblemente agotado y ausente. El cochero anunció su parada sin demora, abrió las puertas para que todos salieran del espacioso vehículo y bajaran para entrar en uno de los hoteles principales de Grandbolg. El Novus, anteriormente un enorme y extenso templo dedicado a la instrucción de doncellas en la adoración de los antiguos dioses que una vez reinaron allí y fueron desterrados por su gente. La fachada era preciosa e impresionante para cualquiera que lo mirara por primera vez, incluso Laine en su estado se permitió sentirse un poco maravillado. Habían columnas greco-romanas, fuentes de agua clara en los salones, muebles de arciano exquisitos y otros de caoba, o de una madera completamente negra y brillante amuebladas con forros rojos y otros colores vivos. Los pisos eran casi un espejo de color perla brillante y suave. Devolvía una imagen perfecta de su entorno.
Azazel reclamó la llave de su pieza que no era otra cosa que una especie de town house con acceso a una alberca donde había un jardín bellísimo con su respectiva piscina, en uno de los edificios de la extensión. Allí les recibió uno de los empleados más confiables de la rubia, un mayordomo cuyo rasgo más destacable era su piel color gris muerto, en contraste sus ojos verdes despedían cierto fulgor inquietante, aparte del uniforme reglamentario llevaba el pelo largo atado en una cola baja, ausente de pigmentación, albino. Respondía al nombre de Albetch.
—Trae a nuestros invitados lo que ocupen para estar cómodos, futones, cojines, comidas y bebidas —ordenó Azazel— e incluye infusión para preservarles un buen descanso.
El mayordomo atendió a la orden, tardó nada en hacer disponer de todo lo que le habían pedido y más. Incorporó varios snacks y bocadillos de cordero al caldo espeso y muslos de pavo que les trajo como platos fuertes, los cuales colocó en una mesa ratonera para que se sintieran libres de tomar lo que quisieran y comer libremente para después morir en los futones. Todo fríamente calculado. A Laine no le costó adivinar las intenciones de Azazel, eso hizo que se preguntara que harían ahora los gemelos y el duende, ¿por qué habían aceptado comer en casa de la bruja?
Laine, con mucha inocencia para ser él, se acercó a ellos como si pretendiera acompañarlos en la comida, aprovechando que Azazel iba a su recámara a preparar sus cosas para el viaje. Cerró los ojos y creó un enlace con los tres, en el que hizo pública la pregunta más obvia:
—¿Por qué están aquí?
Laine- Mensajes : 60
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